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Relatos Sexuales Liberales
Vacaciones en playa.

Vacaciones en playa. 1y1e2u

13/4/2025 · 27:03
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Relatos Sexuales Liberales

Descripción de Vacaciones en playa. 1882

Vacaciones en playa. Me fui unos días a la playa. Un lugar al que no había vuelto desde hacía años, cuando iba con mis padres. Allí me reencontré con viejos amigos y salde una deuda que tenía pendiente desde la adolescencia. si quieres y gustas aportar al canal puedes arnos por o el pay pal [email protected] paypal.me/relatossex fuente / autor https://www.todorelatos.com/relato/230376/ 2l1qk

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Ahora así comencemos.

Vacaciones en playa. Me fui unos días a la playa. Un lugar al que no había vuelto desde hacía años, cuando iba con mis padres.

Allí me reencontré con viejos amigos y sal de una deuda que tenía pendiente desde la adolescencia.

Hacía más de quince años que no había vuelto por ese precioso pueblo de Girona.

Se conserva como cuando fue creado en la época medieval y a mis padres les encantaba.

Pero el motivo real por el que siempre escogían pasar allí las vacaciones era su playa nudista.

Una de las muy poquitas que existían en España por aquel entonces.

Allí aprendí a no tener pudor por desnudarme delante de la gente.

Confieso que, en mi época de adolescente sobre los catorce años, me daba un poco de reparo.

Sin embargo, ver a mis padres en pelotas delante de la gente me ayudó a superarlo y a partir de entonces disfruté del placer de bañarme desnuda en el mar y por qué no reconocerlo, a exhibir mi bonito cuerpo de entonces.

¿A qué lugar había visto cómo se desarrollaba mi cuerpo, cómo me crecían los pechos y hacerme alguna que otra paja dentro del agua observando el pene de algunos hombres? Cuando llegamos a la playa ya no estaba como yo la recordaba.

Entonces era una playa donde iban las familias a disfrutar con los hijos e incluso con los abuelos.

Donde todos disfrutaban desnudos de un día de playa.

Pero para entonces el panorama era muy distinto.

Aquella idílica playa estaba rodeada de chalets, donde antes tan solo había árboles, casi todos pinos centenarios.

Descendí por la rampa que da a la playa, entonces tan solo una plataforma de cemento y ahora estazolada con maldosas.

Lo primero que me llamó la atención fue la ausencia de niños jugando en la arena.

Me fijé un poco más en la gente que la llenaba y tan solo encontré gente joven que más que disfrutar del sol y el agua, simplemente se exhibían.

La antítesis del naturismo.

Me acerqué al chiringuito de siempre y tampoco tenía nada que ver con el que yo recordaba y al que abastecían de género con barca desde el mar, porque era mucho más cómodo que hacerlo a hombros por la arena.

Actualmente dispone de una especie de ascensor que va desde la carretera hasta la parte trasera del establecimiento.

Me pedí un mojito para que el alcohol me ayudara a pasar la decepción que sentí.

Me atendió un chaval de veinte pocos años que dijo llamarse Diego.

Saltaba a la vista que estaba acostumbrado a flirtear con las clientas que se acercaban a él.

Por una parte, para agradar a la clientela y por otra, viendo cómo las miraba de arriba a abajo, seguro que para buscar el polvo de esa noche.

Como yo estaba sola en la barra en ese momento, me sirvió la bebida y empezamos a charlar.

Me preguntó si era mi primera vez en pal si le gustaba el chiringuito.

Su semblante cambió.

Dijo que lo que siempre se había protegido ahora, con la especulación, lo había dejado para siempre.

Y no se lo esperaba.

No se lo esperaba.

No se lo esperaba.

No se lo esperaba.

No se lo esperaba.

No se lo esperaba.

Dijo que lo que siempre se había protegido ahora, con la especulación, lo habían destrozado.

Me contó que él desde siempre había pasado los veranos en aquella playa y me relató cómo era el chiringuito años atrás.

Cuando concluyó le dije que yo lo había conocido tal y como lo describía.

Recordando anécdotas de aquellos años, empecé a recordar vivencias de entonces y me acordé de un niño que traía por el camino de la amargura a su madre, que se ocupaba entonces de la cocina de chiringuito.

Me miró con cara de guasa y me dijo que aquel niño era él.

Yo había jugado muchas veces con aquel niño que se paseaba por las cuatro mesas que había incordiando a los clientes.

La conversación empezó a ser fluida entre los dos y cada vez recordábamos más detalles de antaño.

Aunque él no me recordaba de nada, era muy pequeño entonces.

Pasamos a la actualidad y me preguntó cómo es que había vuelto a Pals después de tantos años.

Le dije que por curiosidad y morriña.

Allí había pasado muchos ratos agradables y me había enamorado por primera vez, a los doce años, de un chico negro hijo de un matrimonio que tenía una tienda de artículos de playa en la carretera que acababa en la playa.

¿Te refieres a quien o me dijo muy seguro? Efectivamente.

Quino se llamaba y por entonces tenía catorce años.

Es un buen amigo mío que ya no trabaja con sus clientes.

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