Programa 197 - EL SECRETO DEL LIBRO ROJO 6r1x6

Fue escrito entre 1913 y 1930. No fue publicado hasta los años 90, medio siglo después de la muerte de su autor. El libro rojo es un texto imponente, y no solo por su tamaño difícil de colocar en una librería normal, sino por la enormidad de su contenido. El autor, el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, en un momento particularmente crítico de su vida, dejó emerger imágenes, palabras, sin intentar controlarlas, solo observando su particular estado expandido de conciencia.

Cuando escribió el libro rojo, Jung estaba atravesando una de las crisis más profundas de su vida. En primer lugar, había roto relaciones con Sigmund Freud, un padre, entre comillas, demasiado intrusivo que le impedía desarrollar sus propias ideas personales. También había terminado su relación con Sabina Spielrein, una mujer inteligente, su paciente, su amante.

Y finalmente, quizá también gracias a su experiencia clínica, y por tanto al o constante con las angustias que le traían sus pacientes, sintió una sensación de catástrofe inminente. Y no podía saberlo, pero en pocos meses estallaría la Primera Guerra Mundial. Para manejar un estado interno tan complejo, tan perturbado, inarmónico, desestabilizador, que se manifestaba con sus sueños aterradores e imágenes internas atormentadoras también, había conseguido un gran cuaderno forrado en cuero rojo y había comenzado a llenarlo.

El libro rojo es, pues, una especie de diario en el que Jung iba anotando lo que ocurría en su mente durante ese particular estado de angustia y podemos decir de hiperactivación, del que no escapó y que intentó superar hasta el final. Y a lo largo de su vida, Jung retomó su diario especial varias veces, pero nunca lo publicó, tal vez sentía que era demasiado íntimo, demasiado inaccesible.

Y ciertamente, él siempre lo consideró fundamental, la expresión de un momento clave, un punto de inflexión en su existencia. Muchos años después escribiría «Los años más importantes de mi vida fueron aquellos en los que perseguí mis imágenes internas. Todo lo demás se remonta a ellos». El estado mental por el que pasaba Jung no es diferente al que cada uno de nosotros puede atravesar en una condición de fuerte estrés como el que se produce durante una crisis personal o un trauma grave, es decir, un duelo importante, la pérdida de un trabajo, un fracaso o incluso una acumulación de todas estas cosas. Estos acontecimientos externos que llevan a la pérdida de los puntos de referencia habituales obligan a la mente a reorganizarse, a encontrar nuevos equilibrios, nuevos significados, una nueva forma de estar en el mundo.

Para ello la psique se acelera, va a toda velocidad, un estado que puede ser muy agotador y doloroso. Las emociones se intensifican, las imágenes y los pensamientos se superponen de manera desordenada y contradictoria como no, y también la sensación es la de fragmentarse, la de volverse loco, la de perderse, ¿no? En resumen, es una condición un tanto peligrosa, pero lo que está en juego es de gran valor. ¿Por qué? Porque si todo va bien, el resultado de todos estos altibajos emocionales puede conducir con la conquista de una nueva visión de la realidad y un equilibrio más sólido, estable, más consciente y, por qué no decirlo, también más sabio. Precisamente por las dificultades que ello conlleva, la mente a veces se defiende tomando, por así decirlo, atajos. Por ejemplo, el atajo depresivo, cuando uno se bloquea en una posición de impotencia.

También el atajo paranoico, cuando uno busca un enemigo externo o hipotetiza una conspiración que explique todo ese malestar. O también tenemos el atajo narcisista, cuando uno intenta mantener a la fuerza una imagen ganadora y grandiosa de sí mismo. Estos atajos nos permiten recuperar cierta estabilidad mental a costa, sin embargo, de encerrarnos en una visión monolítica y defensiva que nos impide explorar libremente el mundo. En esencia, se trata de equilibrios precarios.