Extra: el parásito que convierte en ZOMBI a su huésped 5j3o58

En el mundo de los insectos la supervivencia es una guerra sin tregua.

Unas criaturas cazan, mientras otras se ocultan y unas terceras desarrollan venenos letales.

Pero entre todas ellas están las más aterradoras, los parásitos, que en algunos casos son capaces de manipular la mente de sus víctimas como en la peor película de terror que se hayan imaginado. Lo que van a escuchar puede resultarles fruto de la ficción, pero les aseguro que es completamente real. Y eso es lo más aterrador, porque existe un tipo de avispa capaz de convertir a su huésped, literalmente, en un guardián zombi, un individuo que renuncia a su propia vida para proteger a los hijos del parásito que le ha invadido.

La avispa Glyptapanteles es un género de avispas parásitas que ha perfeccionado una estrategia brutalmente eficaz para reproducirse y la víctima de su plan maestro es la oruga Tyrinteina leucocerae.

Todo empieza cuando una avispa de Glyptapanteles localiza a su huésped, con una exquisita y aterradora precisión quirúrgica. Introduce su ovipositor en el cuerpo de la oruga y deposita decenas de huevos en su interior. Tras esto, la oruga sigue haciendo su vida de oruga con total normalidad, pero no tardará en dejar de hacerlo, porque lo que está ocurriendo dentro de su cuerpo es una auténtica pesadilla.

El ovipositor es una estructura anatómica presente en muchas especies de insectos hembras diseñada específicamente para la puesta de huevos. Su forma y función varían según la especie, pero en general se trata de un tubo o aguijón especializado que permite depositar los huevos en lugares estratégicos para la supervivencia de las crías.

Las avispas Glyptapanteles usan su ovipositor para inyectar huevos dentro de otros insectos vivos, convirtiéndolos en huéspedes de sus larvas. Dentro del organismo de la oruga, estas larvas comienzan a alimentarse lentamente de su hemolinfa, el equivalente a la sangre en los insectos.

Y aquí viene lo más inquietante. Las larvas no devoran los órganos vitales. Es como si supieran que mantener a la oruga con vida es la clave para completar su ciclo. Llegado el momento cuando por fin están listas para salir, la historia se vuelve, aunque parezca más difícil, aún mucho más espeluznante. Porque al igual que en cierta película de 1979 que todos conocemos, las crías del parásito emergen perforando la piel de su huésped.

Y a pesar de esto, la oruga no muere. Podríamos pensar que ahora por fin está libre, pero nada más lejos de la realidad. Porque todo esto se le va a poner, aún si cabe, mucho peor.

Una vez en el exterior, las larvas se arrastran hasta una superficie cercana y tejen los capullos en los que completarán su transformación en avispas adultas. Es en ese momento cuando la oruga, en lugar de marcharse, se convierte en su guardián. Permanece inmóvil, al lado de los capullos. Y si un depredador se acerca, le ataca con violencia para defenderlos.

Es decir, el parásito ha convertido a su víctima en un protector leal y feroz, hasta su propia muerte. Pero ¿cómo es esto posible? Los científicos aún no tienen una respuesta definitiva, pero se cree que las larvas de la avispa liberan sustancias químicas que alteran el sistema nervioso de la oruga. O lo que es peor, algunas hipótesis han llegado a sugerir que una o dos larvas se quedan dentro de la oruga para seguir controlándola, hasta que su misión esté cumplida.

Cuando las pequeñas avispas finalmente emergen de sus capullos, la oruga, agotada y debilitada,