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Relatos ERÓTICOS
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DESEO CARNAL - PARTE 1

DESEO CARNAL - PARTE 1 223j16

5/6/2025 · 34:38
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Relatos ERÓTICOS

Descripción de DESEO CARNAL - PARTE 1 r101q

Mauricio recuerda en sueños la experiencia traumática que su tío Genaro, ahora su padrastro, le hizo vivir. Producto de esos acontecimientos, también desprecia a su madre y no tiene respeto por nada. Ni siquiera Jesús, su amigo de la infancia, se libra de su desprecio por medio mundo. Clara, la despampanante novia de Jesús, parece ser la única capaz de encarar al hijo de puta de Mauricio. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/1539967 2e2339

Lee el podcast de DESEO CARNAL - PARTE 1

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Tus fantasías más prohibidas. Están aquí. Relatos Calientes. Hoy presentamos.

Deseo carnal. Parte 1.

El muchacho veía con horror cómo el viejo tomaba por los hombros a su madre y la obligaba a doblar la espalda hacia adelante. Luego contempló cómo, con fuerza, le sacaba la falda y la ropa interior, para después bajarse los pantalones, tomar con su mano derecha su pene erecto y llevarlo hasta la entrada del culo de la pobre mujer. El joven, aunque aún le faltaba para ser un adulto, tenía edad más que suficiente para saber lo que estaba pasando.

«Por favor», dijo su madre, «enfrente del niño no».

«¡Cállate, mujer!», gritó el hombre y le dio un golpe en el culo a la madre. Ella gritó, pero no de dolor. «Ya es un hombrecito. Tarde o temprano va a aprender sobre esto.

¿Y qué mejor que aprenda de su padre?» El viejo hizo una pausa. Se quedó con el pene agarrado sobre la entrada del trasero de la madre. Luego miró al muchacho.

«A menos que sea maricón, en cuyo caso supongo que aprenderá de ti.

¡Ja, ja, ja! Pero soy su madre, no es normal que me vea hacer esto.

Dije que te calles, mujer. Ya te he dicho que cuando te cojo, solo quiero escucharte gemir y gritar tonterías de placer». Le volvió a dar una nalgada.

«Ya tengo suficiente con escuchar tus tonterías todo el día».

Para sorpresa del muchacho, su madre se cayó de inmediato. Lo siguió mirando con lástima, pero no volvió a decir nada, al menos no con palabras, porque se movió su cabeza, negando como diciendo «Hijo, no me veas, por favor». Pero el muchacho estaba petrificado, no podía mirar a otro lado. Muy en el fondo, aunque no era plenamente consciente de ello, encontraba morbosa la situación. «¡Niño!», gritó el hombre, «¿qué fue lo que le preguntaste a tu madre hace un momento?».

El joven no dijo nada, solo lo miró con miedo. El viejo se giró para darle una bofetada, causándole dolor, provocando que soltara un par de lágrimas. «No llores y responde cuando te pregunte algo». «Le… le pregunté…». El niño sollozaba.

«Le pregunté por qué se había casado con alguien como usted». Gritó al fin con furia.

«¡Ja, ja, ja, ja, ja!», rió el hombre. «Lo sé, niño. Te escuché clarito desde la otra habitación». Entonces volvió a acomodar su pene en la entrada del culo de la madre que seguía inclinada, a su merced. Y le dijo al muchacho «Te voy a enseñar la razón».

El viejo empujó sus caderas hacia adelante, penetrando a la madre del muchacho de un solo golpe, causando en ella un grito desgarrador. Al oírla gritar de esa manera, el joven se armó de valor para moverse. No quería que nadie lastimara a su madre. Se adelantó, dispuesto a salvarla de ese hombre, pero, al ver su rostro, al fin lo entendió. No estaba sufriendo por alguna razón que él aún no entendía. Le gustaba.

«Verás, niño», comenzó a decir el viejo alzando la voz para que se escuchara sobre los gritos de su madre. «Todos los humanos tienen un punto débil, sin excepción».

Movió sus caderas de atrás hacia adelante, causando más gritos de la angustiada madre.

«Y si hablamos de mujeres, por supuesto pasa lo mismo con ellas».

Uf. Jadeó, haciendo ver que el esfuerzo de penetrar a la mujer le empezaba a pasar factura. Era un hombre que no estaba nada en forma. A algunas las mueve el dinero, a otras simplemente el amor, pero hay algunas, como esta que tenemos aquí. Empujó de nuevo, esta vez con más fuerza.

El joven se sorprendió de que su madre pudiera mostrar un rostro como ese, siempre era tan dulce, tan sonriente. A las mujeres como esta —continuó hablando el viejo— les encanta la verga. Tras decir esto, comenzó un metesaca frenético sobre la sufrida y hermosa mujer. Se movían como animales, parecían perros.

El muchacho había visto antes en la calle a perros fornicando, y esa escena se le parecía mucho, excepto que los perros no gritaban como su madre lo estaba haciendo. Como para confirmar los pensamientos del niño, el viejo comenzó a hablarle a la pobre madre. «Vamos, perra», decía. «Es una ocasión especial, te permito que hables». «Dile a tu hijo lo mucho que te gusta, mi verga».

El muchacho miró a su madre, que le devolvía la mirada.

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