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Relatos ERÓTICOS
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JUEGOS PERVERSOS - PARTE FINAL

JUEGOS PERVERSOS - PARTE FINAL x3e6c

23/5/2025 · 01:16:23
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Relatos ERÓTICOS

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Tus fantasías más prohibidas están aquí. Relatos calientes. Hoy presentamos.

Juegos perversos. Parte final.

Las palabras de Roger hicieron eco en la mente de Lucía.

Vamos a darte mucho más. Todo el que quieras. Era una promesa teñida de sensualidad, de engaño, y Lucía sabía que era una venganza silenciosa por lo que Lorena estaba haciendo con Antonio en ese instante. Lucy se estremeció. Su pecho subía y bajaba con un ritmo errático. El aire se le escapaba en jadeos cortos, casi dolorosos.

Estaba tendida sobre la cama, con las piernas temblorosas entreabiertas, y el cuerpo aún zumbando por las réplicas de aquel orgasmo devastador. La caricia de Rogelio en su mejilla, todavía ardiente y húmeda por el sudor, la hizo sentirse en el cielo por escasos segundos, mientras los últimos estertores del éxtasis alcanzados sólo unos segundos antes continuaban haciendo estragos en su cuerpo. Nunca había tenido un orgasmo así, o no lo recordaba.

Esa intensidad, ese frenesí, como si diez rayos la atravesaran al mismo tiempo. Por un instante volvió a tener el impulso de agradecerles a esos dos hombres por el goce que le habían regalado. Pero no lo hizo, porque en cuanto la euforia comenzó a desvanecerse, una culpa afilada se clavó en su pecho. Abrió los ojos de par en par, la respiración se le tornó más pesada, se sintió más angustiada. ¿Qué acabo de hacer? Se preguntó. El corazón le latía a mil por hora, asustada.

La culpa la golpeó como un cuchillo helado. Había caído en la tentación, había gemido, gritado y, para colmo, pedido más. Se había entregado a dos hombres que no eran su esposo. El rostro apuesto y encantador de Antonio apareció en su mente como un recordatorio cruel de cuánto lo amaba. Sus ojos oscuros, esa sonrisa torcida pero dulce que le dedicaba por las mañanas. Otra punzada le atravesó el pecho. Lo había traicionado. Y con sus dos mejores amigos. De pronto su respiración se volvió aún más agitada.

El arrepentimiento llegó con una fuerza casi tan intensa como lo había hecho su excitación. Una parte de su mente le gritaba que huyera, que la infidelidad aún no estaba consumada del todo.

Sí, le había chupado el pene a Rogelio y había dejado que Joaquín le revelara las maravillas del sexo oral, pero hasta ahí. Todavía ninguno de los dos se la había cogido. Estaba a tiempo de retractarse. Sin embargo, otra voz en su cabeza le susurraba que no se detuviera. Antonio la había traicionado primero. Si alguien debía sentirse mal, era él, no ella.

Además, el placer había sido increíble. ¿En serio quería renunciar a eso ahora que Rogelio y Joaquín estaban más que dispuestos a complacerla? Recordó las palabras de Rogelio antes de empezar, como, sin decirlo directamente, le había insinuado que era su culpa que Antonio estuviera con Lorena, que no era lo suficientemente complaciente en la cama, que debía mejorar. Y ella quería mejorar. Quería complacer a Antonio, que su amado esposo no tuviera que buscar en otra mujer lo que ella podía darle. Sabía que esos dos, los mejores amigos de su esposo, podían enseñarle.

«Lucy, no tienes que avergonzarte de lo que pasó», dijo de pronto Rogelio, como si le hubiera leído el pensamiento. «No has hecho nada malo. Solo estamos… haciendo lo que querías, enseñándote el placer que llevas toda la noche deseando, ¿recuerdas?».

Lucía no respondió. Se quedó allí, exhausta, tendida en la cama. El aire frío chocó contra su cuerpo desnudo, especialmente contra su vagina, y se estremeció. Aún estaba demasiado sensible.

Miró a Rogelio. Había una intensidad feroz en sus ojos, la misma que la había atrapado mientras chupaba su miembro minutos antes. Él tenía razón. Ella había aceptado hacerlo. Había temblado de excitación cuando lo besó por primera vez. No podía olvidar eso y echarse atrás ahora. Y, en el fondo, no quería. Llevó la mirada hacia Joaquín. Sus ojos recorrieron su rostro, todavía húmedo por los jugos de su orgasmo. Se veía como si no hubiera pasado nada.

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