"Burriagas", un cuento de Eva Navais 3s413

La tierra se ha tragado mi voz, que ahora es arenosa y caliente, y se pierde dentro del fuego de mis pensamientos.

Las señoras del pueblo han venido a nuestra casa y le rezan a la estampa del santón a ver si se me pasa.

Me palpan la fiebre con sus manos leñosas que huelen a ortigas y miel de flores silvestres y lloran porque entienden, porque saben lo que yo sé, lo que yo vi, y eso no lo puede saber nadie.

Al día siguiente vinieron las hijas secretas de los dioses del páramo que se miran desesperadas invocando duendes a ver si ellos me convencen para que vuelva de donde esté, allende los sueños de los hombres mortales.

Y veo a los trascos llegar también, achaparrados y siniestros, abultados en zarabanda, armando el famoso escándalo de los mil demonios.

Se asoman a los pies de mi cama con sus manos tímidas y menudas y sus narices gigantes de ceños fruncidos.

Los hay buenos que me cantan canciones de pastos verdes y los hay malos como pesadillas que me miran con los ojos rojos hinchados como larvas cortas de sangre.

Sentados sobre mi pecho abultado sonríen con malicia cuando me cuesta respirar, porque saben lo que yo sé, lo que yo vi, y eso no lo puede saber nadie, pero los más terribles son los menos ruidosos.

Son como las sombras del crepúsculo, silenciosos y pacientes, esperan, esperan diligentes a que me muera, para llevarse un trocito de mi alma al inframundo y repartírselo con los cuervos que se tragarán los pedazos de lo que fui y vomitarán después diamantes.

Y yo intento gritar desde el otro lado, desde allí puedo sentirlos a todos, demonios y trascos y santones, al señor cura, al maestro y al practicante que vinieron a verme, a todos los que llegaron desde el páramo y a los cazadores que me encontraron medio muerto en la linda del bosque.

Intrigas, muertes, secretos y mentiras, confidencias y horrores, amores que salvan vidas.

En el fondo todos lo piensan, casi es mejor que me muera, porque saben lo que yo sé, lo que yo vi, y eso no lo puede saber nadie, no lo puede saber nadie, un poema de Alberto Martínez.

No, amigos, parece que todo apunta a que una noche más tendremos el honor de deleitarnos con una historia de la España mágica, de la cuarta.