
Viaje al centro de la tierra de Julio Verne 1b5g1n
Descripción de Viaje al centro de la tierra de Julio Verne 5za2w
Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, es una travesía fascinante que conjuga el asombro científico con la fuerza de la imaginación. A través de sus páginas, el lector se sumerge en un mundo oculto, donde la naturaleza despliega su poder en formas inesperadas y majestuosas. La novela avanza con ritmo ágil, entre paisajes subterráneos que parecen salidos de un sueño y desafíos que revelan la tenacidad humana. Verne escribe con claridad y pasión, despertando la curiosidad y el deseo de saber. Cada escena está impregnada de misterio y descubrimiento, como si el suelo mismo ocultara secretos que sólo la literatura puede desvelar. Es una obra que celebra la aventura sin renunciar al conocimiento, y que ofrece, bajo la superficie de la tierra, un espejo del espíritu humano. sobre el autor: Julio Verne nació en Nantes, Francia, en 1828. Estudió leyes por deseo de su padre, pero pronto se dedicó por completo a la escritura. Fue un autor prolífico, conocido por sus novelas de aventuras con base científica, como Veinte mil leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en ochenta días. Su estilo combina claridad narrativa y precisión técnica, anticipando inventos futuros. Murió en Amiens en 1905, dejando una profunda huella en la literatura universal. 3c3r
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
El domingo 24 de mayo de 1863, mi tío, el profesor Lindenbrock, entró rápidamente a su hogar, situado en el número 19 de la Königstrasse, una de las calles más tradicionales del barrio antiguo de Hamburgo. Marta, su excelente criada, se preocupó sobremanera creyendo que se había retrasado, pues apenas empezaba a cocinar la comida en el hornillo.
—Bueno, pensé para mí, si mi tío viene con hambre, se va a armar la de San Quintín, porque no conozco a otro hombre de menos paciencia.
—¡Tan temprano y ya está aquí el señor Lindenbrock! exclamó la pobre Marta con arrebol entreabriendo la puerta del comedor. —Sí, Marta, pero tú no tienes la culpa de que la comida no esté lista todavía, porque es temprano, aún no son las dos. Acaba de dar la media hora en San Miguel. —¿Y por qué ha venido tan pronto el señor Lindenbrock? —Él lo explicará seguramente.
—¡Ahí viene! ¡Yo me escapo! Señor Axel, cálmelo usted, por favor.
Y la excelente Marta se retiró presurosa a su recinto culinario, dejándome solo. Pero, como mi timidez no es lo más indicado para hacer entrar en razón al más irascible de todos los catedráticos, había decidido retirarme prudentemente a la pequeña habitación del piso alto que utilizaba como dormitorio, cuando se escuchó el grito sobre sus goznes de la puerta de la calle.
Crujió la escalera de madera bajo el peso de sus pies fenomenales y el dueño de la casa atravesó el comedor, entrando con apresuramiento en su despacho y dejando al pasar el pesado bastón en un rincón, arrojando el mal cepillado sombrero encima de la mesa y dirigiéndose a mí con tono imperioso, dijo, —¡Ven, Axel! No había tenido aún tiempo material de moverme, cuando me gritó el profesor con acento descompuesto.
—¡Pero apúrate! ¿Qué haces que no estás aquí ya? Y me precipité en el despacho de tan irascible maestro. Otto Lindenbrock no es mala persona, lo confieso ingenuamente, pero como no cambie mucho, lo cual creo improbable, morirá siendo el más original e impaciente de los hombres. Era profesor del Joaneum, donde dictaba la cátedra de mineralogía, enfureciéndose por regla general una o dos veces en cada clase, y no porque le preocupase el deseo de tener discípulos aplicados, ni el grado de atención que éstos prestasen a sus explicaciones ni el éxito que como consecuencia de ella pudiesen obtener en sus estudios.
No, semejantes detalles lo tenían sin cuidado. Enseñaba subjuntivamente, según una expresión de la filosofía alemana. Enseñaba para él, y no para los otros. Era un sabio egoísta, un pozo de ciencia cuya polea rechinaba cuando de él se quería sacar algo. Era, en una palabra, un avaro del conocimiento. En Alemania hay algunos profesores de esta especie. Mi tío no gozaba, por desgracia, de una gran facilidad de palabra, por lo menos cuando se expresaba en público, lo cual, para un orador, constituye un defecto lamentable.
En sus lecciones en el Johanaeum se detenía, a lo mejor, luchando con un recalcitrante vocablo que no quería salir de sus labios. Con una de esas palabras, que se resisten, se traban y acaban por ser expelidas bajo la forma de un taco, siendo éste el origen de su cólera. Hay en mineralogía muchas denominaciones, semi-griega, semi-latinas, difíciles de pronunciar, nombres rudos que lastimarían los labios de un poeta. No quiero criticar a esta ciencia, lejos de mi profanación semejante.
Pero cuando se trata de las cristalizaciones romboédricas, de las resinas retinasfálticas, de las selenitas, de las tunstitas, de los molindatos de plomo, de los tunsatatos de magnesio y de los titanatos de circonio, bien se puede perdonar a la lengua más expedita que tropiece y se haga un enredo. En la ciudad era conocido por todos este excusable defecto de mi tío, por el que muchos desahogados aprovechaban para burlarse de él.
Comentarios de Viaje al centro de la tierra de Julio Verne 305uc