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La felicidad conyugal de León Tolstói

La felicidad conyugal de León Tolstói 3y2t1a

22/5/2025 · 03:44:15
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Descripción de La felicidad conyugal de León Tolstói 2n6t6z

Las vicisitudes sentimentales de una pareja quedan d¡reflejadas en este breve novela de León Tolstói (1828-1910) La felicidad conyugal, con la profundidad y conocimiento de la vida que caracterizan a Tolstói. Se centra de manera especial en el amor auténtico: no en aquel basado únicamente en la pasión, sino en una verdadera relación de pareja con vistas al futuro. En esta novela se toma la felicidad conyugal como un proyecto de vida, es la relación más completa y compleja que se puede dar entre un hombre y una mujer, basada en la decisión libre de unirse para ser felices. Las obsesiones individuales, la responsabilidad y el amor frente a los demás, son claves en esta obra basada en la propia vida de Tolstói. Sobre el autor: León Tolstói (Lev Nikoláievich Tolstói) nació el 9 de septiembre de 1828 en Yasnaia Poliana, una finca familiar situada al sur de Moscú, en el seno de la nobleza rusa. Fue uno de los más grandes escritores de la literatura universal y una figura influyente no sólo por sus obras, sino también por su pensamiento filosófico, social y moral. Infancia y juventud: Huérfano desde temprana edad, Tolstói fue criado por parientes cercanos. Estudió Derecho y Lenguas Orientales en la Universidad de Kazán, pero abandonó los estudios sin obtener un título. Durante su juventud llevó una vida disipada, marcada por el juego y la búsqueda del placer, una etapa que luego lamentaría profundamente. Carrera literaria Su carrera literaria comenzó en 1852 con la publicación de Infancia, primera parte de una trilogía autobiográfica que continuaría con Adolescencia y Juventud. Durante la guerra de Crimea (1853–1856), sirvió como oficial del ejército, experiencia que inspiró obras como Relatos de Sebastopol. Tolstói alcanzó fama mundial con sus dos grandes novelas: Guerra y paz (1869), una epopeya sobre la invasión napoleónica de Rusia, y Anna Karénina (1877), una trágica historia sobre el amor y la sociedad. Ambas destacan por su penetración psicológica, su aguda crítica social y su maestría narrativa. Transformación espiritual: A partir de la década de 1880, Tolstói atravesó una profunda crisis espiritual que lo llevó a rechazar la riqueza, la iglesia ortodoxa y el Estado. Se volcó a una vida de simplicidad y trabajo manual, influenciado por el cristianismo primitivo y el pensamiento de pensadores como Rousseau. Escribió tratados filosóficos y morales, entre ellos Confesión (1882), El reino de Dios está en vosotros (1894) y La esclavitud moderna (1900). Tolstói abogó por la no violencia, el pacifismo, el vegetarianismo y la resistencia pasiva, ideas que influyeron profundamente en figuras como Gandhi y Martin Luther King. Últimos años y muerte: Los últimos años de su vida estuvieron marcados por tensiones familiares, conflictos con la Iglesia Ortodoxa (que lo excomulgó en 1901), y un creciente desapego hacia sus posesiones. En 1910, huyó de su hogar con la intención de llevar una vida aún más austera, pero cayó enfermo y murió el 20 de noviembre de ese mismo año en la estación de tren de Astápovo. 37423b

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La felicidad conyugal. Una novela de Leon Tolstoy. Yo soy la voz que te cuenta.

Parte primera, capítulo uno. Katia, Sonia y yo llevábamos luto por nuestra madre, que había fallecido aquel otoño y por esto pasamos aquel invierno en nuestra finca, casi solas. Katia era nuestra institutriz, que nos había educado, a quien se consideraba como de la familia y a la que yo quería particularmente desde mi niñez. Sonia era mi hermana menor. Aquel sombrío invierno lo pasamos tristemente en la vieja casa de campo que teníamos en la aldea de Pokrovskaya. Hacía frío, soplaba el viento y la nieve llegaba hasta las ventanas, que se cubrieron con una espesa capa de escarcha.

Dejamos de salir de casa. Apenas recibíamos visitas y hasta las pocas que llegaban no lograban distraernos, ni alegraban el triste caserón. Nos sentíamos deprimidas, hablábamos a media voz como si temiéramos despertar a alguien. Nunca reíamos, pero en cambio llorábamos con frecuencia. Y todo eran suspiros. Especialmente triste era mi aspecto, como el de la pequeña Sonia, con su trajecito negro. La presencia de la muerte se dejaba sentir en toda la casa. Hasta el aire que se respiraba parecía impregnado de desconsuelo y desesperación.

El cuarto de mamá se había cerrado con llave. Esto me daba escalofríos. Mas a pesar de ello, cada vez que pasaba ante aquella puerta, cuando iba a acostarme, sentía deseos de penetrar en la estancia fría abandonada. Yo tenía entonces diecisiete años. La intención de mamá era que nos trasladáramos aquel año a la capital, para hacerme entrar en sociedad. Su muerte fue para mí un golpe terrible, y sin embargo he de confesar que tras esta pérdida misma se vislumbraba que yo era joven, y según decía la gente, muy agraciada.

Por eso me deprimía especialmente la idea de que iba a pasar otro invierno interminable en la soledad fría y hostil del caserón. A fines de invierno, este sentimiento de agobio, o puede que simplemente de aburrimiento, llegó hasta tal extremo que ya no abandonaba mi cuarto, ni me sentaba al piano, ni abría un libro. Cuando Katia trataba de convencerme de que me ocuparan algo, le contestaba que me era imposible, que me faltaban las fuerzas, cuando en realidad pensaba, ¿para qué? ¿Qué importa lo que haga o deje de hacer, si ha de perderse así lo mejor de mi juventud? Y sin hallar respuesta a mi pregunta, echaba a llorar amargamente.

Todos me decían que estaba muy desmejorada, y que había adelgazado, pero esto tampoco me preocupaba. ¿Qué importa? Me repetía. ¿Para quién he de ocuparme de mi persona? Me parecía que toda mi vida habría de transcurrir en aquel lugar abandonado, en un hastío perpetuo, del que no lograría nunca evadirme yo sola, sin ayuda de nadie, porque me faltaban energías, porque ya no tenía ni deseos de vivir.

Katia, muy preocupada por mi salud, repetía que era necesario que fuéramos al extranjero, pero esto requería mucho dinero, y nosotros aún no sabíamos lo que nos quedaba a la muerte de mamá, y esperábamos la llegada de nuestro tutor, que debía informarnos sobre nuestra situación económica. Sergio Mikhailovich llegó en marzo.

—Gracias a Dios que por fin ha llegado, exclamó aquel día Katia alegremente. Yo, como siempre, vagaba de un lado a otro como una sombra indiferente a todo.

—Sí, sí —me dijo—, ha llegado al pueblo Sergio Mikhailovich, y acaba de mandar a un hombre para informarse de nuestra salud, y pregunta si puede venir a comer con nosotras. ¡Ay, querida masa, anímate! ¿Qué pensará de ti si te ve en este estado? Ya sabes que es un buen amigo que nos quiere mucho. Sergio Mikhailovich era un hacendado vecino nuestro, y había sido amigo íntimo de nuestro difunto padre, aunque era mucho más joven que él. Su llegada, además de alegrarnos, significaba para mí la posibilidad de cambiar de vida, de abandonar por fin aquella casa tétrica, y trasladarme a la capital. Desde mi primer día en la escuela,

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