Ser Occidente La Opinión de Juan Santiago 15-05-2025 1s3x3y

Yo creo que hoy no se puede hablar de otra cosa.

Hoy no es día de hablar de mensajes robados, de congresos convocados al dictado, ni de negocios billonarios en la tierra de las mil y una noches, no.

Hoy sólo es decente hablar del que ya sólo es recuerdo, aquel que precisamente sobrevivió gracias a recordar, recordar y recordar.

Estoy convencido de que si la izquierda mundial, reunida toda en concilio, por cierto, se imaginan algo más difícil, tuviera que beatificar o hacer santo a uno sólo de los suyos, el punto de consenso estaría claro y todos darían su bendición para elevar a los altares del pensamiento crítico, la justicia social y la libertad a ese uruguayo que se fue en 13 y martes a punto de cumplir los 90 años.

¿Y saben qué? Estoy por afirmar que eso no le parecería mal ni al anterior papa ni al actual.

Porque creo que a estas alturas todas las personas de bien piensan que Pepe Mujica era un hombre bueno y además un hombre sabio.

Es curioso, pero yo casi de lo primero que me he acordado cuando he leído sobre la muerte del expresidente uruguayo ha sido de una película que es sin duda una de las grandes obras del cine español.

Me refiero a Amanece, que no es poco, del insigne José Luis Cuerda.

Y sobre todo a esa secuencia en la que un vecino le grita al alcalde del pueblo aquello de, alcalde, nosotros somos contingentes, tú eres necesario.

Frase que ha quedado para la posteridad y que encierra en sí misma muchos siglos de estudios filosóficos.

Claro, nosotros podíamos decírsela ahora que lo hemos perdido a Pepe Mujica porque sentimos que nosotros, que somos contingentes de cojones, nos hemos quedado sin alguien cuya presencia y cuyo ejemplo era muy necesaria.

Pero por otra parte, la paradoja está en que toda la filosofía de vida y de valor cívico que nos dejó está basada precisamente en el reconocimiento de su propia contingencia.

Porque seguramente nadie menos solemne y menos fatuo que Mujica.

Nadie menos pagado de sí mismo que ese anciano a cuya casa humilde iban todos en peregrinación.

Por cierto, qué bien le quedaba la palabra anciano.

Cómo me gusta esa palabra, y más ahora que yo ya lo soy.

Pero fíjense y compárenlo con ese otro, casi de su edad, al que le gusta que le regalen aviones dorados y decir de sí mismo que es el más grande y el más poderoso.

Uno es, era en realidad, un anciano sabio y amante del conocimiento, que tuvo la generosidad de apartarse de la vida pública para volver a vivir como un campesino.

Y el otro es un tipo viejo y caduco, con la cortinilla cardada, avaro y convencido de que nada hay más importante que su ignorante persona.

Seguro que el fascista de la Casa Blanca ni siquiera supo nunca quién fue y era el antiguo guerrillero y presidente.

Y hay otra cosa que yo creo que le debemos y que yo por lo menos le agradezco, habernos demostrado que la política, o mejor, la acción política, es algo hermoso, algo bello y deseable.

Parecería, y hay mucha gente que lo piensa, que en estos tiempos oscuros la acción política es algo indeseable, algo que hay que apartar.

Pero el Pepe, como al parecer le llamaban sus amigos, dejó demostrado que el problema no está en la propia política, sino en muchos de los que a ella se acercan.

Y es que cuando la acción política se basa en la búsqueda del bien común, en la justicia social que pretende la igualdad, y en la auténtica libertad, que es la de los oprimidos y no la de los opresores, es algo que engrandece a quienes la practican.