Personajes indispensables de la Historia de España: "El cardenal Portocarrero". Raúl-Fernando Gómez 6xa4b

Dijo Camilo José Sela en una ocasión, hay dos clases de hombres, quienes hacen la historia y quienes la padecen.

Bienvenidos amigos a un nuevo programa de Senderos de la Historia, en nuestro programa de hoy de personajes indispensables de la historia de España, os hablaré del Cardenal Luis Manuel Fernández de Porto Carrero.

Nuestro personaje de hoy fue político y eclesiástico, como arzobispo de Toledo y consejero real, desempeñó un destacado papel en los años finales del reinado de Carlos II y en la elección de Felipe V como sucesor del trono.

Os recomiendo amigos que os abrochéis bien las mochilas porque comenzamos un nuevo programa.

¡Adelante! Aquí comienza Senderos de la Historia, un programa presentado y dirigido por Raúl Fernando Gómez.

Luis Manuel Fernández de Porto Carrero nació en 1635 y murió en Toledo en 1709.

A los 34 años fue elevado a la púrpura cardenalicia.

Su carrera política adquirió notoriedad entre los años 1677 y 1678 cuando fue virrey interino de Sicilia.

Esos convulsos años en los que concluyó el periodo de regencia de la reina Mariana de Austria, madre de Carlos II, supusieron el fin de una década en la que la nota dominante en la política española fueron las luchas entre la reina y sus favoritos y la oposición política dirigida por don Juan José de Austria, hermano del rey.

En 1676, influido por su madre, Carlos II nombró primer ministro a Valenzuela, el último favorito de aquella, lo que provocó la reacción de la aristocracia y el golpe de estado de don Juan José, quien eliminó la influencia de la reina madre y gobernó como primer ministro hasta su muerte en 1679.

En ese breve periodo de dos años en los que Porto Carrero ejerció el gobierno en Sicilia, la isla estaba sometida a tensiones internas alentadas por Luis XIV, rey de Francia, que aprovechó la debilidad de la corona española como un elemento que favorecía su política expansiva en Europa.

El cardenal logró pacificar la isla, reduciendo la rebelión encabezada por la ciudad de Messina, apoyada por los ses, que se había comenzado en 1674.

Tras el éxito alcanzado en Sicilia, Porto Carrero fue llamado a España para ocupar la sede arsobispal de Toledo.

El breve gobierno del hermanastro del rey suponía no solo el fin de la regencia, sino también el inicio de quince años caracterizados por el reformismo aristocrático, que tras la muerte de don Juan José de Austria, continuaría sus dos primeros sucesores, el duque de Medinaceli entre los años 1680 y 1685, y el conde de Oropesa entre los años 1685 y 1691.

Desde el arsobispado de Toledo y luego también desde el Consejo de Estado, el cardenal fue ganando cada vez más influencia política en los años finales del reinado del último de los austrias españoles.

En 1689 su opinión resultó decisiva para la elección de Mariana de Neoburgo como segunda esposa del rey Carlos II, sin embargo, después se convertiría en un decidido adversario político de la reina alemana.

Tras la caída del conde de Oropesa, la última década del reinado se caracterizó por el debilitamiento del reformismo, el paso al primer plano del problema sucesorio y la intromisión constante de la reina Mariana de Neoburgo en la vida política.

Al inicio de esta última etapa del reinado de Carlos II, la situación interior y exterior de España distaba de ser mala.

Las iniciativas reformistas habían sentado las bases para una recuperación económica de Castilla.

Asimismo, las cuatro guerras en las que el reino se vio envuelta, originadas por el expansionismo de Luis XIV, fueron cortas y no supusieron un agotamiento de los recursos del país.

La política exterior, desarrollada para ser frente a Francia, se había basado en un giro de gran habilidad, en la unión con los antiguos enemigos de España, que ahora lo eran de Luis XIV, Inglaterra y Holanda.

La mala salud de Carlos II y la falta de heredero convirtieron a la sucesión de la corona española y al posible desemblemamiento de sus territorios en la cuestión central de la política internacional de las distintas potencias europeas.

En medio de las intrigas cortesanas sobre la cuestión, el cardenal Porto Carrero, convertido en uno de los principales asesores del rey, convenció a este en dos ocasiones para que hiciera testamento a favor y contra el reino.