
Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito (Audiolibro) - Capítulo 19: Sanxingdui 4i3s2r
Descripción de Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito (Audiolibro) - Capítulo 19: Sanxingdui 492623
Si te gusta Harry Potter y Star Wars, este es tu audiolibro. Todas las semanas nuevo capítulo 3a5971
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CAPÍTULO XIX. SAMSING TOY.
Los robots reparadores pusieron a punto el sistema de alimentación de la estación,
de forma que la flecha pudo recargar sus baterías en pocas horas. También ayudaron
a los viajeros a conseguir algunos suministros que encontraron abandonados por la base. A cambio,
Oliver les cedió el deslizador que le había regalado Ángelo, del que extrajeron numerosas
piezas de repuesto con las que repararse a sí mismos. Cuando Oliver y el resto estaban listos
para marcharse, rodearon a Rodie gorgojeando amistosamente.
—Gracias, gracias, decía éste. —Me siento halagado, de verdad,
pero he de irme. Los robots emitieron unos pitidos de decepción.
—¿Tienes tu propio club de fans, tostadora? —bromeó Pulpo.
—Aquí al menos me siento apreciado, pero les he dicho que los humanos estarían perdidos sin mí,
y lo han comprendido. —¡Claro, claro! ¿Dónde vamos a
encontrar a otro con tu capacidad para abrir latas y darnos la paliza?
Los viajeros subieron a la nave. Diane yacía inconsciente en una cápsula de sueño. Groban,
que parecía bastante recuperado, se encontraba inmovilizado en uno de los asientos.
—Bueno, ¿y ahora? —dijo Oliver dirigiéndose a él.
—¿Puedes justificar tu presencia a bordo? —Ya te lo he dicho. Creo que sé dónde está tu padre.
—¿Crees? —interrumpió Lily. —Decías que estabas seguro.
—Casi seguro, pero, de todas maneras, ¿tenéis algo mejor?
—¿Y desde cuándo has estado casi seguro? —dijo Oliver.
—¿Lo has sabido todo este tiempo? —No. Fue en el despacho de tu padre.
La imagen del archivo que abriste, la conozco. —¿Qué es? —preguntó Oliver.
—Corresponde a un sitio… especial. —Diez kilómetros al este de la ciudad de
Guanghang. Oliver se puso a los controles y miró fijamente a Groban.
—Si mientes, yo mismo te tiraré de la nave en marcha —dijo con determinación.
—¿Seguro que sabes lo que haces, sintonizado? —dijo Pulpo colocándose las barras de sujección.
—Ya he pilotado un chisme de estos, ¿sabes? Si no, ¿cómo habría llegado hasta aquí?
—¿Ahora qué lo dices? —dijo Lily ajustándose a su vez los anclajes de seguridad.
—¿Dónde está vuestra nave? —Es una larga historia —contestó Oliver.
—Roddy, ¿puedes echarme una mano con esto? —Perdido sin mí —dijo Roddy situándose
junto al de control y lanzando una mirada a Pulpo.
Realizaron un aparatoso despegue, balanceándose violentamente de un lado a otro. Todos gritaban
mientras se aferraban con fuerza a las sujecciones de seguridad. Por fin,
Oliver estabilizó la nave. —¡Ya está! ¿Veis?
—nadie dijo una palabra. —No es tan complicado. ¿Ahora?
—Rumbo a Quan Han. La nave giró dos veces sobre sí misma y salió disparada en la dirección marcada.
Desde tierra los robots la contemplaban. El más grande levantó un brazo a modo de despedida.
La flecha viajaba a velocidad constante. Parecía que Oliver se había hecho bien
con los mandos. Y, aparte de un incidente con una bandada de pájaros a la que estuvieron
a punto de arrollar, el vuelo transcurría sin complicaciones. Coco, que dormía plácidamente
en el regazo de Lily, tuvo que saltar al suelo a regañadientes cuando ésta se levantó para
comprobar las constantes vitales de Taiyang. —¿Cuándo recuperará la conciencia? —preguntó.
—¿Mm? —dijo Groben desperezándose. —Eso depende.
—¿De qué? —insistió Lily. —Es difícil de explicar. Su mente se ha ido y debe encontrar el
camino de vuelta. No creo que tarde mucho, no puede haber ido muy lejos, pero depende de cada
persona. —Ahí estamos —interrumpió Oliver—, diez kilómetros al este de Quan Han. Ahora
necesitaría que fueses más específico. —Si me dejas acercarme, te lo puedo mostrar en el holopapa.
—¿No hay unas magnetos posas a bordo? —preguntó Oliver. —Me temo que no —respondió Pulpo—. A
estas alturas ya las habría visto, pero tenemos esto. Sacó de una caja una cinta adhesiva y dio
con ella varias vueltas alrededor de las muñecas del prisionero. —Algo rudimentario, pero debería
devastar —dijo, y liberó a Groben del campo de fuerza que lo inmovilizaba. —Ah, esto está mejor —dijo
levantándose y haciendo crujir sus huesos al estirarse. Se acercó al holomapa y, tras examinarlo,
señaló en él un punto concreto. —Ahí. —¿Seguro? —dijo Oliver con desconfianza. —Completamente.
Debajo de ello se veía una pista de aterrizaje junto a un ancho río, pero Oliver dirigió la
flecha hacia una plazoleta circular con el símbolo del yin y el yang en su centro. Hizo descender la
nave girándola suavemente y posándola en medio de la plaza. A unos metros.
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