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Oliver Ray Audiolibros
Cap.9 OR2 "El Incendio"

Cap.9 OR2 "El Incendio" 5z5e1g

13/5/2025 · 22:20
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Descripción de Cap.9 OR2 "El Incendio" 234t6l

Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 9: El incendio Oliver trata de adaptarse a su nueva vida en el planeta “Xindi”, pero las cosas no terminan de salirle bien. En el fondo, sabe que algo dentro de él no encaja y está dispuesto a ir lejos, todo lo lejos que haga falta, para conseguir respuestas. Tras lo sucedido en “Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito”, el chico de las estrellas y sus amigos vuelven en esta trepidante aventura, donde viajarán a rincones increíbles de la galaxia y se las tendrán que ver con nuevos y viejos enemigos. Descubre con ellos la magia de las estrellas. #audiolibro #cienciaficcionjuvenil #robots #cienciaficcion #viajesespaciales #audiolibros #juvenil #espacio 2h5t6l

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Capítulo 9. El incendio. Llevaban ya un par de horas avanzando a buen paso y, hasta el momento, Rhonda no había dado señales de vida. El calor húmedo de la selva hacía que todos chorreasen sudor, a excepción de Krupp y Kapka. Oliver miraba con extrañeza a uno y otro lado del camino.

—No vamos por donde habitualmente, ¿verdad? —preguntó, haciendo que Palillo se detuviese.

—Estamos dando un pequeño rodeo. Queremos pasar por un determinado sitio —contestó Krupp lanzando una mirada de complicidad a su hija, que se la devolvió con una sonrisa. —¿Y eso? —contestó Oliver. —¿Tú qué crees, burrezno? —Intentaremos dar esquinazo a cierto incordio robótico —susurró Krupp entre dientes. —La hemos perdido, créeme. He estado atento —dijo Oliver. —Ah, sí. Vale. Cuando nos pongamos en marcha otra vez, mira disimuladamente tras ese árbol con el tronco en forma de V —respondió Krupp. —Y sé discreto. Oliver asintió y se pusieron en marcha de nuevo. Inclinó la cabeza hacia delante, ladeándola ligeramente.

En un momento, por el rabillo del ojo, percibió una pequeña sombra blanca durante una décima de segundo, justo en el sitio que le había indicado Krupp. —Creo que he visto algo, pero no estoy seguro. Pudo haber sido cualquier cosa. —Es ella, créeme. Por todos los astros, no sé cómo os las apañáis en vuestro día a día. —La descubrimos hace una hora —susurró Kapka. —No parece que quiera atacarnos, sino más bien saber a dónde vamos —dijo Krupp. —Pocos conocen la localización exacta de refugio. De hecho, tú eres el único que ha llegado sin ayuda de un forastero. Parece que tienes un don para orientarte, a pesar de todo. —Espera, Krupp. ¿Eso ha sido un cumplido? ¿Me ha parecido un cumplido? —bromeó Oliver. —No tientes a tu suerte, piel de plátano.

Resopló el gigante púrpura, mientras Kapka y Oliver se miraban divertidos. Por fin, llegaron a una planicie en la que el bosque se abría y daba paso a una especie de ciénaga burbujeante que desprendía un penetrante olor a azufre. Krupp detuvo su montura al borde de lo que parecía un denso puré de guisantes. —Ahora es importante que vuestros troncaballos pisen exactamente donde lo haga el nuestro. —Ellos saben lo que hacer, pero procurad que no se desvíen —explicó a los demás. La montura de Krupp y Kapka avanzó lenta y cautelosamente por encima de la espuma verde. Los otros la siguieron con pasos cortos e inseguros.

De vez en cuando alguna erraba el apoyo y se hundía más de la cuenta, pero enseguida corregía el paso y volvía a zona firme. Finalmente llegaron al otro lado sanos y salvos. —Ahora esperemos aquí detrás —murmuró Krupp—. No creo que nuestra amiga tarde mucho en aparecer. La comitiva se adentró entre unos gruesos árboles cubiertos de lianas, y se escondieron entre unos arbustos. Oliver miró instintivamente al suelo buscando serpientes como ropa, pero no vio ninguna por los alrededores.

Tras una breve espera, les pareció distinguir las finas luces de las articulaciones de Ronda moviéndose. Momentos después, su ovalada figura emergió con un salto de entre la vegetación. Todos contuvieron la respiración, mientras la robota avanzaba rápida y con decisión sobre la vaporosa ciénaga. Ya había recorrido sin problemas casi la totalidad de la distancia cuando un traspiés le hizo perder el equilibrio, dando con sus articulaciones en el fango, que empezó a tragársela. Tratando de levantarse, apoyó sus brazos en el suelo, que también se hundieron. Poco a poco, la robot fue desapareciendo en la ciénaga. —¡Oh, no! —exclamó Roddy. —Bueno, ya está hecho —sentenció Krupp—.

¡Larguémonos de aquí! Todos se subieron a los troncaballos y retomaron la marcha. Cerrando la comitiva, iba el troncaballo de Oliver. Tras unos cuantos metros, Roddy se bajó repentinamente de un salto. —¿Roddy, qué haces? —le preguntó Oliver. —Disculpe, señor, tengo que asegurarme que se ha hundido del todo. Oliver miró con extrañeza a Roddy, que, por primera vez, pareció evitarle la mirada. —Vale, pero no tardes. El pequeño robot desanduvo el camino con premura, y llegó al borde de la ciénaga, donde aún manaban unas burbujas del sitio en el que había desaparecido Rhonda.

Bajó la cabeza con tristeza y se dio la vuelta. De pronto, un ruido le hizo volverse, y divisó un brazo metálico luchando por salir a la superficie. Tras la extinción,

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