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Oliver Ray Audiolibros
Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 3: La Superlanzadera

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23/3/2025 · 29:57
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Oliver trata de adaptarse a su nueva vida en el planeta “Xindi”, pero las cosas no terminan de salirle bien. En el fondo, sabe que algo dentro de él no encaja y está dispuesto a ir lejos, todo lo lejos que haga falta, para conseguir respuestas. Tras lo sucedido en “Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito”, el chico de las estrellas y sus amigos vuelven en esta trepidante aventura, donde viajarán a rincones increíbles de la galaxia y se las tendrán que ver con nuevos y viejos enemigos. Descubre con ellos la magia de las estrellas. 6z2t3i

Lee el podcast de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 3: La Superlanzadera

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Capítulo 3. La superlanzadera. Los habitantes de la araña se apiñaban contra las barreras de contención habilitadas para evitar que la multitud invadiese la zona de aterrizaje. Miles de personas alzaban su mirada a los cielos, buscando el punto luminoso que revelaba la presencia de la superlanzadera. La mayoría iban elegantemente vestidos, y muchos de ellos portaban oroproyecciones con mensajes y vídeos de bienvenida.

Oliver, ya aseado y con pantalones, se apretujaba junto a Roddy y su padre entre el gentío, estirando la cabeza para buscar a alguien conocido. «No veo nada. ¿Qué ocurre? ¿Falta mucho?», se quejaba Roddy, a quien su escasa altura le impedía ver nada. Andrew le aupó sobre sus hombros. «Apenas unos veinte minutos», dijo el padre de Oliver. «Han sido muchos meses de trabajo intenso para conseguir este logro».

«¿Lo que no entiendo, papá?», empezó a decir Oliver. «Es porque no desarrollaste esa tecnología primero. Nos habrías ahorrado muchos años de vagar por el espacio, ¿sabes?».

«Es complicado, hijo. Si hoy estamos donde estamos es gracias a una continua mejora de los sistemas.

Sin ir más lejos, las balizas que fueron dejando la araña a lo largo de todos estos años, como tú dices, permitieron trazar un camino mucho más exacto y seguro. Que es lo que permite que hoy en día naves ligeras como las Flechas completen el trayecto en tan solo dos semanas. O, en el caso de la superlanzadera, en dos meses. Bueno, yo solo digo que...» «No, Oliver. Tenía que ser así», le interrumpió Andrew. «El viajere interestelar es algo sumamente delicado. Piensa en lo que le pasó a la gente de la ballena. O a la misión anterior.

Todas esas muertes pesarán para siempre sobre mi conciencia». «Señor, no puede cargar a usted solo con esa responsabilidad», trató de consolarle Roddy. «Alguien tiene que hacerlo, Roddy», contestó Andrew con aire sombrío. «Alguien tiene que hacerlo». Un murmullo fue en aumento a sus espaldas. Al girarse, vieron como la gente se apartaba para dejar paso a alguien que iba en su dirección. Por fin, la comitiva llegó a donde estaban. Eran la capitana Dara con su séquito, todos de uniforme de gala, incluido Taeyang, su hijo. «Andrew, te estaba buscando», dijo la capitana, y volviéndose hacia Oliver, añadió mientras le daba unas palmadas en la cabeza. «¿Qué tal está el pequeño rey?».

«Bien, bien, gracias, capitana», dijo con ciertas reservas. Adara Clark era una mujer pequeña pero poderosa, de larga melena blanca y piernas con un exoesqueleto hidráulico. Oliver nunca había tenido mucho trato con ella, pero sabía que solía ser mucho más fría y distante. No entendía por qué, pero esa nueva familiaridad le incomodaba un poco. Además, era la madre de Taeyang. En cualquier caso, sus pensamientos fueron interrumpidos por un rumor procedente del cielo, que fue en aumento.

«Bueno, ya no queda nada para que lleguen tus amiguitos de la CAI», dijo Adara dirigiéndose al padre de Oliver. «Supongo que estarás contento, ¿no? Ya sé que preferirías mantener un perfil bajo aquí en Cindy, pero eso no es decisión tuya o mía. No podemos hacer de esto nuestro coto privado, la tierra tiene todo el derecho de beneficiarse de los recursos de Cindy y viceversa. Trabajamos para un bien mayor, así que sí, ciertamente, Ada, estoy contento». «¿Ada?», pensó Oliver mirando a su padre con el ceño fruncido. Lejos de enfadarse, la capitana le dedicó una sonrisa.

«Andy, mi prioridad es la colonia, siempre lo ha sido. Toda esta gente que ves no solo está a mi cargo, es mi familia. Sabes perfectamente que deberíamos afianzar nuestra posición aquí, antes de comenzar a expandirnos sin control. Andy, ¿qué está pasando aquí?». Oliver intercambió una mirada con Taya.

Su rostro revelaba una mezcla de estupor y enfado. Por un instante, y muy a pesar de ambos, compartieron un momento de complicidad totalmente inoportuno. El rumor del cielo empezaba a sonar ya más bien como un rugido. «Os veo luego en la acera de bienvenida», dijo la capitana elevando la voz. «Tenéis reservado un sitio en la mesa principal».

«¡Qué gran honor!», respondió Andrew. «¿Puedes jurarlo?», confirmó Adara.

El punto brillante había ganado tamaño considerablemente, y se distinguía ya la forma de una nave. La multitud lanzaba gritos de emoción. Adara se adelantó, seguida de su séquito. El suelo vibraba con fuerza y la gente que no había hecho caso a las recomendaciones de traer protectores auditivos tenía que taparse los oídos con las manos. Podían verse los cuatro motores repulsores de la superlanzadera apuntando hacia abajo para realizar un aterrizaje vertical controlado.

Se levantó una enorme polvareda, y varias vallas de contención cayeron bajo el empuje de la onda expansiva. Los que estaban más cerca cegados por el polvo tuvieron que agacharse para mantener el equilibrio. Oliver entrevió, delante de todos ellos, la figura de la capitana, la única que se mantenía de pie, firme e inamovible. Finalmente, la nave tomó tránsito.

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