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Oliver Ray Audiolibros
Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 2: Saponejos

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13/3/2025 · 24:38
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Descripción de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 2: Saponejos 5o5q2n

Oliver trata de adaptarse a su nueva vida en el planeta “Xindi”, pero las cosas no terminan de salirle bien. En el fondo, sabe que algo dentro de él no encaja y está dispuesto a ir lejos, todo lo lejos que haga falta, para conseguir respuestas. Tras lo sucedido en “Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito”, el chico de las estrellas y sus amigos vuelven en esta trepidante aventura, donde viajarán a rincones increíbles de la galaxia y se las tendrán que ver con nuevos y viejos enemigos. Descubre con ellos la magia de las estrellas. 6z2t3i

Lee el podcast de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 2: Saponejos

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Capítulo 2. Saponejos.

Cuando llegaron a uno de los tubos de transporte que conducían a los niveles inferiores, Pulpo hizo ademán de pasar su pulgar por el lector, pero Oliver le detuvo.

—Permíteme que haga los honores.

Deslizó su mano por encima del escáner y se encendió una luz verde.

—Bueno, al menos eso que has ganado —dijo su amigo.

Hasta hacía poco, a Oliver no se le permitía bajar sin un acompañante a los niveles profundos de la araña. Así se llamaba la nave, convertida en colonia estable que hacía tan solo un año surcaba el espacio rumbo a Cindy, el planeta en cuya superficie reposaba en esos momentos.

Oliver no quitaba ojo a Pulpo, quien trataba de evitar su mirada y cerraba aún más la capucha de su sudadera. Por fin llegaron a su destino y salieron del tubo. Los niveles inferiores albergaban todo lo que hacía posible la vida en la superficie, como los generadores de oxígeno y agua o los motores. Pero también alojaba otras estancias, como los almacenes o el temido disciplinarium, en el que se enderezaban los ciudadanos descarriados. Pero ellos no se dirigían a ninguno de esos lugares. Los dos amigos llevaban un rato sin decirse nada, hasta que Pulpo rompió el hielo.

—¿Así que hace mucho que no la ves? —¿Eh? No, no tanto. Quizás una semana —contestó Oliver.

Pulpo soltó un silbido burlón.

—¡Fiu! Las cosas se enfrían en el paraíso, ¿no? —No, no es así —replicó Oliver enfadado—. Ella ha tenido mucho trabajo últimamente y, y… bueno, no tengo que darte explicaciones.

—Yo… lo que me imaginaba —dijo Pulpo jocosamente.

—¿Y tú qué? —Oliver alargó de nuevo su mano a la capucha de Pulpo—. ¿Qué escondes? Pulpo interceptó el intento de su amigo, y ambos iniciaron un forcejeo que se fue haciendo cada vez más violento. —Venga, déjame verte, hombre —se reía Oliver.

En uno de esos tira y afloja, Oliver golpeó accidentalmente el rostro de su amigo. Las gafas de Pulpo salieron volando y este se llevó una mano a la cara, visiblemente dolorido.

—¡Oli, cerebro de muón, te has pasado! —se quejó el agredido.

Oliver recogió las gafas del suelo y se las dio a su amigo, que se tapaba la cara con una mano.

Le pareció ver una mancha violeta y verde, pero no estaba seguro.

—¡Me largo! —dijo Pulpo, muy ofendido. —¡Ahí te quedas! —Perdona, hombre —le dijo Oliver mientras su amigo se marchaba en otra dirección—.

¿Sabes que fue sin querer? Pero Pulpo ya estaba demasiado lejos como para oírle.

Oliver se dio la vuelta con gesto resignado y se marchó.

Los niveles inferiores eran más oscuros, sucios y caóticos que la superficie. Uno tenía que tener muy claro adónde se dirigía para no hacerse un lío entre las numerosas estancias y pasillos que lo comunicaban todo. Oliver se veía obligado a esquivar gente y palés robotizados constantemente.

Por fin, atravesó el último pasillo y llegó a su destino, el Arca. Así se llamaban las instalaciones dedicadas al estudio, conservación y desarrollo de animales, que contaba con multitud de hábitats simulados y especies tanto viejas como nuevas. Pero el animal que se encontró de frente era uno de dos patas al que no tenía precisamente muchas ganas de ver.

—¡Hombre flacucho! —le dijo un chico de pelo blanco, porte atlético y algo mayor que Oliver, que cargaba una enorme caja.

—¿Vienes a verme? ¡Qué gran honor! —Ah, hola, Taiyang —balbuceó Oliver—, ¿qué haces tú…? —¿Aquí? Supongo que no me esperabas, ¿verdad? Pues ahora he hecho una mano en el Arca, así puedo pasar más tiempo con quien tú ya sabes.

Oliver se quedó boquiabierto y petrificado hasta que una dulce voz le sacó de su bloqueo.

—¡Chico! ¡Hace errones que no te veo! Ahí estaba, de pie delante de él. A Oliver se le hizo un nudo en la garganta. —¡Oh, hola, Lily! —acertó a decir finalmente.

—No, no hace tanto, unas semanas, si acaso… El nanotejido de la túnica de la chica había adoptado el aspecto sobrio de un uniforme clínico verde. Tal vez por eso, o por algo más, a Oliver le pareció que Lily era mayor que la última vez que se vieron. Sobre su hombro descansaba plácidamente un pequeño gato mono de pelaje rosado.

—¿Solo? No, no puede ser, parece una eternidad. Es que hemos tenido mucho trabajo últimamente, preparándonos para la llegada y todo eso. Hay que hacer sitio a los nuevos colonos, no nos vendría mal un poco de ayuda extra, ¿sabes? —dijo Lily con una amplia sonrisa.

—¿Este tirillas? —se burló Taeyang— como no nos ayude a traernos algo de comer.

—Ah, sí, soy lo suficientemente fuerte como para salvar la tierra y Cindy —respondió Oliver indignado.

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