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Oliver Ray Audiolibros
Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 1: Monstruosaurios del mañana

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6/3/2025 · 17:16
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Descripción de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 1: Monstruosaurios del mañana 6s206n

Oliver trata de adaptarse a su nueva vida en el planeta “Xindi”, pero las cosas no terminan de salirle bien. En el fondo, sabe que algo dentro de él no encaja y está dispuesto a ir lejos, todo lo lejos que haga falta, para conseguir respuestas. Tras lo sucedido en “Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito”, el chico de las estrellas y sus amigos vuelven en esta trepidante aventura, donde viajarán a rincones increíbles de la galaxia y se las tendrán que ver con nuevos y viejos enemigos. Descubre con ellos la magia de las estrellas. 6z2t3i

Lee el podcast de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 1: Monstruosaurios del mañana

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

A través del vacío oscuro e interminable, las infinitas estrellas marcan un camino que las almas recorren en ambos sentidos.

Capítulo 1. Monstruosaurios del mañana. Las estrellas eran apenas destellos fugaces que pasaban de largo en un abrir y cerrar de ojos. La sensación de vértigo y velocidad era casi placentera. No sabía cómo, pero en ese torbellino de galaxias y constelaciones que iba dejando atrás, encontraba una pauta, una familiaridad. Algo así como cuando, al recorrer el trayecto de vuelta a casa, piensas que puedes hacerlo con los ojos cerrados, porque conoces cada piedra, cada curva, cada rescoldo del camino.

Así se sentía Oliver mientras era lanzado por una fuerza invisible a través del espacio. Fuera de sentirse nervioso o agitado, notaba que aquello no tenía nada de excepcional. Más aún, si le preguntasen por cuál era su estado de ánimo en esos momentos, seguramente confesaría, no sin cierta sorpresa, hallarse profundamente reconfortado. Las líneas oscilantes de luz dibujadas por las estrellas parecían bailar a su alrededor.

Los trazos luminosos fueron haciéndose cada vez más gruesos y definidos. Poco a poco, Oliver notó que la luz se hacía más densa, en la dirección hacia la que se dirigía. Finalmente, descubrió ante sí un gigantesco pozo de luz blanca que disolvió los últimos resquicios de tensión que pudieran quedarle al viajero espacial. Un viajero espacial sin nave, ni casco, ni traje de vacío. Sumergido como estaba en esa calma etérea, al chico le dio la sensación de empezar a distinguir formas a su alrededor.

Pequeñas luminarias se concentraban aquí y allí, agrupándose y separándose como enormes bancos de peces en el mar. Una de esas concentraciones de destellos pareció ganar interés por Oliver y se le acercó bailando a su alrededor. Oliver alargó su mano para tocarlos y entonces las lucecillas tomaron la forma de otra mano. Al final de la mano había un brazo y, tras ese brazo, una figura delicada, femenina e inmaterial.

Ambos compartieron una sonrisa plácida mientras se contemplaban largamente, sin decir nada.

De repente, la sensación de calma se quebró, dando paso a una gélida inquietud, preludio del terror. La mujer retiró su mano y giró la cabeza para avistar algo a la espalda de Oliver. La luz blanca fue tornando en un rojo intenso. La mujer movió los labios y Oliver sintió las palabras «¡Ya viene!» en su cabeza. Se volvió y… Oliver aspiró violentamente como si hubiera estado a punto de ahogarse. Se encontraba en su cama y el corazón le latía como si fuese a salirsele. Las micro ranuras de la pared de su habitación, hechas de un polímero natural inteligente, se habían expandido para dejar pasar la luz del exterior.

La puerta corredera del habitáculo se abrió y un pequeño robot con cabeza semejante a un balón de rugby entró haciendo un ruido ensordecedor. A su espalda llevaba una especie de mochila de almacenaje y en uno de sus brazos sujetaba una manguera por la que iba succionando el aire. «¡Roddy, por favor, Roddy! ¡Eh, Roddy!» se quejó Oliver. Oliver lanzó su almohada a la cabeza del robot, donde quedó perfectamente encajada. Roddy soltó la manguera del aspirador y agitó sus brazos torpemente hasta que logró zafarse del proyectil agresor. «Le parecerá bonito.

No son horas de araganear en la cama», exclamó el robot. «Levántese de una vez». Oliver se frotó los ojos y se incorporó tamaleándose. «¿Pero a qué tiempo estamos?», acertó decir el chico. «Por todas las galaxias, Roddy. Hoy es sexto, ni siquiera tengo que ir a clase». «Eso no es razón para vaguear. Sepa que ya ha consumido el cuarenta por ciento del día de hoy, pequeño holgazán». «Ojalá me recargase tan rápido como tú, pero resulta que no soy un robot». Oliver se introdujo en una especie de cabina en forma de tubo vertical situado junto a su cama. Su ropa de dormir salió expulsada por la parte de arriba seguida por una pequeña nube de vapor.

Sin embargo, su padre, bien que ha madrugado, ya hace como cinco horas que salió de casa. «¿Otra vez?». Oliver salió del tubo precedido por un sonido de secador, y Roddy le lanzó su ropa, un mono gris con unas finas líneas rojas en las costuras. El chico la se atrapó al vuelo y se la puso. «Prometió ayudarme con mi proyecto de generador portátil de energía. Si se levantara a una hora humana normal, seguramente no tendría problemas de charlar con su progenitor de lo que fuera. Roddy, si tu programación te obliga a ponerte automáticamente de su parte, no es mi problema, pero es que…». «Sí».

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