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Podcast Cuentos Oscuros
"La risa del vampiro" de Robert Bloch. Leído por Víctor Manuel Palomares Lara

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9/4/2025 · 36:12
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La sonrisa del vampiro (The Grinning Ghoul), también traducido como La risa del vampiro o El vampiro sonriente es un relato de terror escrito por Robert Bloch. Apareció en junio de 1936 en la revista Weird Tales. En el relato aparecen varias referencias a los mitos de H. P. Lovecraft, como el libro Los misterios del gusano de Ludwig Prinn, el Necronomicón de Abdul Alhazred, y nombres como Yiggurath o Nyarlathotep. Aunque en el relato la palabra ghoul ha sido traducida al español como vampiro, lo más probable es que Robert Bloch se refiera a los gules, una raza de criaturas carroñeras y necrófagas de los mitos de Lovecraft. Chaupin padecía sueños recurrentes, y muy perturbadores, en los que era conducido a una bóveda en el cementerio local, y desde allí hacia profundos túneles debajo del cementerio, donde fue testigo de los ritos de adoración de una repugnante raza de vampiros: los Ghouls. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/3982 323h5j

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

La risa del vampiro, de Robert Bloch.

El destino no juega extrañas bromas, ¿no es así? Hace seis meses yo era un psiquiatra de fama, y en la práctica de mi profesión gozaba de un éxito más que moderado.

Hoy soy un interno en un sanatorio para enfermos mentales.

En mi especialidad como alienista y médico, había confiado muchas veces a mis pacientes, a la misma institución en la que hoy me encuentro confinado, y ahora, ironía de las ironías, soy su hermano en mi desgracia, y no obstante en realidad no estoy loco.

Me enviaron aquí porque quise decir la verdad, ¿y no era la clase de verdad que los hombres se atreven a revelar o reconocer? No soy consciente de que mi papel en el asunto me llevó a sufrir una fuerte depresión nerviosa, pero no me afectó demasiado.

Mi historia es cierta, lo juro, pero ellos no me creyeron.

Naturalmente, no tenía pruebas suficientes que ofrecer, no he visto al profesor Chaupin desde aquella noche repleta de acontecimientos del pasado agosto, y mis subsiguientes investigaciones fallaron al acreditar su presentación a un puesto en Newbury College.

Esto no obstante, solo atestigua la validez de mi declaración, una declaración que me envió a este vergonzoso confinamiento, a una muerte en vida que aborrezco.

Hay otra prueba concreta que podría dar si me atreviera, pero sería demasiado horrible, no debo conducirles al mismo lugar de aquel cementerio desconocido, indicarles el pasadizo que se abre bajo aquella tumba.

Es mejor que sufra solo, que el mundo se ahorre el conocimiento que destruye la cordura.

Con todo, es difícil para mí vivir así, y a la monotonía de mis días se añade el tormento sin fin de mis sueños nocturnos.

Es por esto que he decidido escribir este relato, quizás el desarrollo de mi historia servirá de algún modo a aliviar el difícil peso de mis recuerdos.

El asunto empezó un día del pasado agosto en mi oficina de la ciudad.

Aquella mañana había sido una aburrida espera, y la larga y cálida tarde llegaba a su fin cuando la enfermera hizo entrar al primer paciente.

Era un caballero que venía a verme por primera vez, un hombre que se presentó como el profesor Alexander Chaupin de Newberry College.

Hablaba de una forma asibilante, con un peculiar acento extranjero que me hizo presumir que no era natural de este país.

Le invité a que se sentara y procuré estudiarlo rápidamente mientras aceptaba mi invitación.

Era alto y delgado.

El cabello comenzaba a blanquear, tirando a platino, aunque por su aspecto general aparentaba tener unos cuarenta años.

Sus ojos verdes, vacilantes, se hundían bajo una pálida frente protuberante, bajo unas cejas largas y oscuras.

La nariz era ancha, con sensuales ventanillas, pero sus labios eran delgados, un contraste físico que enseguida llamó mi atención.

Las huesudas manos que descansaban sobre la mesa eran extraordinariamente pequeñas, con largos dedos rematados por uñas afiladas, y pensé que se dedicaba a trabajos de consulta y al estudio.

Su postura flexible era como la de una pantera en reposo.

Tenía la desenvoltura de un aventurero y los modales refinados.

A la luz del sol pude observar su rostro y vi que todo su semblante estaba cubierto con una red de finas arrugas.

También noté la extraña palidez de su piel, que indicaba alguna afección dermatológica.

Pero lo más extraño de él era su modo de vestir.

La ropa, evidentemente nueva, era incongruente en dos aspectos, demasiado elegante para presentarse a aquella hora, y además, no parecía hecha para él.

Su traje era curiosamente holgado, los pantalones grises a rayas le pendían, y la chaqueta parecía desplomarse sobre su cuerpo.

Había barro seco en sus zapatos de cuero y no llevaba sombrero.

Sin duda, era un tipo escéntrico, quizás, o un esquizofrénico, con todo el rostro de

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