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Relatos ERÓTICOS
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JUEGOS PERVERSOS - PARTE 10

JUEGOS PERVERSOS - PARTE 10 3f5q2x

26/3/2025 · 01:05:22
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Relatos ERÓTICOS

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Lee el podcast de JUEGOS PERVERSOS - PARTE 10

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Tus fantasías más prohibidas están aquí.

Relatos calientes.

Hoy presentamos.

Juegos perversos, parte 10.

Aquí dice que por 180 puntos debo darle sexo oral a la persona a mi izquierda durante cinco minutos o hasta que esa persona alcance el orgasmo.

Por unos segundos, Lucía no pudo creerse lo que acababa de escuchar.

¿De verdad Lorena iba a practicarle sexo oral a su esposo? La sola idea de que eso ocurriera le resultaba repelente, obscena.

Provocaba celos y enfado dentro de ella que la quemaba por dentro.

No podía esconder la indignación que sentía.

Era tan evidente que Bárbara y Joaquín la miraban y parecían asustados de ella.

Y es que, aunque trataba de calmarse, no le era posible.

Por supuesto que no le gustaba la idea.

Le corroía por dentro el solo imaginarse a Lorena metiéndose el pene de su marido en la boca.

Se suponía que esa parte del cuerpo de su esposo era solo de ella.

Que ninguna otra mujer tenía el derecho siquiera a mirarlo o tocarlo, mucho menos a mimarlo.

Miró fijamente a Antonio, quien le regresó la mirada, en una mezcla extraña de incertidumbre, vergüenza, pero también expectación, como si realmente quisiera experimentar lo que esa estúpida carta que acababa de sacar Lorena ordenaba.

Miró hacia la parte baja de su cuerpo.

El pene de su marido se veía incluso más grande ahora, como si escuchar las palabras de Lorena hubiera provocado que se emocionara hasta el extremo.

Lucía incluso habría jurado que lo había visto tener un espasmo de excitación.

La rabia dentro de ella solo aumentó cuando vio la sonrisa de Lorena.

Era un gesto de oreja a oreja que dejaba muy claro lo mucho que gustaba que esa carta le hubiera tocado.

No se había movido de su asiento, pero sonreía como una idiota, mirando a Lucía, quien no sabía cómo debía responder a esa mirada picara de Victoria.

«Bueno, parece que por fin tengo algo de suerte», dijo Lorena con un tono de voz cargado de cinismo que provocó asco y más enfado en Lucía.

«No hace ni falta preguntar si voy a aceptar el reto, pero necesito saber si tú estás de acuerdo, Toni».

Antonio no miraba a Lorena, sino a su esposa, quien, con todo el enfado y los celos que sentía, le dedicaba una mirada asesina.

Y es que Lucía no quería que aceptara.

Lo último que deseaba era ver al hombre que amaba tener aquel tipo de o con Lorena.

Acababa de verlo besuquearse y darse arrumacos con Bárbara.

Eso ya había sido lo suficientemente desgarrador para ella.

Pero podía tolerarlo.

Después de todo, Barbie era una buena mujer, casi su amiga.

Siempre la había tratado bien.

Pero con Lorena tenía esa especie de guerra secreta que habían mantenido desde el comienzo del juego, o quizá desde siempre.

No quería perder contra ella, y mucho menos que Lorena estuviera cerca de su esposo, ya ni hablar de que le diera una mamada.

Además, desde unos minutos atrás, Lucía se había dado cuenta de un comportamiento extraño por parte de Lorena hacia Antonio.

Tal vez era su imaginación que, guiada por los celos, el enfado y el alcohol, la llevaba a pensar tales cosas.

Pero no podía evitar la sospecha de que Lorena veía a Antonio con ojos que no eran solamente de amigos.

Esa idea se había acrecentado cuando Lorena contó su historia, sobre cómo por momentos estuvo a punto de serle infiel a Rogelio, antes de entrar a ese extraño club de intercambio.

Cuando dijo eso, Lucía juraría que había visto de forma diferente a Antonio, como si él fuera uno de esos hombres con los que había planeado engañar a su marido.

Eso la llenó de rabia.

Si hacía cuentas, por aquel entonces ella apenas estaba conociendo a Antonio, tal vez ni siquiera habían comenzado a salir todavía, pero aún así, si su suposición era real, tal vez la relación con su esposo nunca se hubiera dado.

Pensar en eso solo la hacía sentir más enfado hacia Lorena, y ganas de vencerla en ese juego, de desquitarse de alguna forma por todo lo mal que la había hecho sentir esa noche, ya fuera conscientemente o no.

—Oye, no me mires de esa forma, Lucy —dijo de pronto Lorena, sonriendo de forma cínica—.

Ya sé que no te gusta lo que voy a hacer, pero no depende de ti, sino de Tony.

Lucy sabía que tenía razón, a fin de cuentas.

Por más que ella no quisiera que aquello pasara, no estaba en sus manos, sino en las de su esposo.

Y aunque

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