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Buceando el Evangelio
Domingo VIII T.O: Reconocer que somos guias ciegos.

Domingo VIII T.O: Reconocer que somos guias ciegos. w6oj

28/2/2025 · 12:12
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Buceando el Evangelio

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ueridos hermanos y hermanas,, ¡buenos días! El pasaje del Evangelio de hoy presenta parábolas breves, con las cuales Jesús quiere señalar a sus discípulos el camino a seguir para vivir sabiamente. Con la pregunta: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6, 39), quiere subrayar que un guía no puede ser ciego, sino que debe ver bien, es decir, debe poseer la sabiduría para guiar con sabiduría, de lo contrario corre el peligro de perjudicar a las personas que dependen de él. Así, Jesús llama la atención de aquellos que tienen responsabilidades educativas o de mando: los pastores de almas, las autoridades públicas, los legisladores, los maestros, los padres, exhortándoles a que sean conscientes de su delicado papel y a discernir siempre el camino acertado para conducir a las personas. Y Jesús toma prestada una expresión sapiencial para indicarse como modelo de maestro y guía a seguir: «No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado será como su maestro» (v. 40). Es una invitación a seguir su ejemplo y su enseñanza para ser guías seguros y sabios. Y esta enseñanza está encerrada, sobre todo, en el Sermón de la Montaña, que desde hace tres domingos la liturgia nos propone en el Evangelio, indicando la actitud de mansedumbre y de misericordia para ser personas sinceras, humildes y justas. En el pasaje de hoy encontramos otra frase significativa, que nos exhorta a no ser presuntuosos e hipócritas. Dice así: «¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?» (v. 41). Muchas veces, lo sabemos, es más fácil o más cómodo percibir y condenar los defectos y los pecados de los demás, sin darnos cuenta de los nuestros con la misma claridad. Siempre escondemos nuestros defectos, también a nosotros mismos; en cambio, es fácil ver los defectos de los demás. La tentación es ser indulgente con uno mismo ―manga ancha con uno mismo― y duro con los demás. Siempre es útil ayudar a otros con consejos sabios, pero mientras observamos y corregimos los defectos de nuestro prójimo, también debemos ser conscientes de que tenemos defectos. Si creo que no los tengo, no puedo condenar o corregir a los demás. Todos tenemos defectos: todos. Debemos ser conscientes de ello y, antes de condenar a los otros, mirar dentro de nosotros mismos. Así, podemos actuar de manera creíble, con humildad, dando testimonio de la caridad. ¿Cómo podemos entender si nuestro ojo está libre o si está obstaculizado por una viga? De nuevo es Jesús quien nos lo dice: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto» (vv.43-44). El fruto son las acciones, pero también las palabras. La calidad del árbol también se conoce de las palabras. Efectivamente, quien es bueno saca de su corazón y de su boca el bien y quien es malo saca el mal, practicando el ejercicio más dañino entre nosotros, que es la murmuración, el chismorreo, hablar mal de los demás. Esto destruye; destruye la familia, destruye la escuela, destruye el lugar de trabajo, destruye el vecindario. Por la lengua empiezan las guerras. Pensemos un poco en esta enseñanza de Jesús y preguntémonos: ¿Hablo mal de los demás? ¿Trato siempre de ensuciar a los demás? ¿Es más fácil para mí ver los defectos de otras personas que los míos? Y tratemos de corregirnos al menos un poco: nos hará bien a todos. Invoquemos el apoyo y la intercesión de María para seguir al Señor en este camino. 1x374w

Lee el podcast de Domingo VIII T.O: Reconocer que somos guias ciegos.

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Buceando el Evangelio. Pues de todos, bienvenidos a un episodio de Buceando el Evangelio. Hoy domingo octavo del tiempo ordinario y día del seminario. Y comenzamos, como siempre, escuchando el Evangelio que hoy San Lucas nos regala.

Dijo Jesús a los discípulos una parábola. ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? ¿No está el discípulo sobre su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje será como su maestro? ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano, hermano, déjame que te saque la mota del ojo sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo y entonces verás claro, para sacar la mota del ojo de tu hermano.

Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto, porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo de la maldad saca el mal, porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.

Saludos a todos vosotros y a vuestras familias, y este evangelio nos viene muy bien para precomenzar, digámoslo así, un precomienzo de un tiempo importante que estamos a punto de celebrar, de experimentar, cual lo adelanto, hago el spoiler, lo hago al final de este postcard, porque justamente empezamos con una pregunta que hasta un niño de primero de primaria te responde sin mucha dificultad, porque si tú le preguntas a tu hijo, o a tu nieto, o a tu sobrino, acaso un ciego puede guiar a otro ciego, pues te va a decir que imposible, porque no ven ninguno de los dos, pero aquí los que ya tenemos cierta edad sabemos que Jesús habla de otros ciegos, de esos ciegos que tienen ojos, pero no ven la verdad, se quedan en sí mismos, en lo que piensan, en lo que creen, los que critican, juzgan, clasifican, este es de los míos, este no es de los míos, y este no lo conozco, de los que aún piensan que todos se equivocan menos servidor, y así hay muchos ciegos, y todos caemos en este pozo, y justamente Jesús nos dice que si quieres sacarle la mota, ese pequeño agujerito negro, una pared blanca, a una persona empieza por quitar tu agujero negro absorbente, porque estamos acostumbrados a fijarnos en ese pequeño detalle, ese pequeño error, y a quedarse con eso, es que hizo tal día, tal cosa, a tal hora, como si nosotros acaso no hacemos cosas iguales, peores o parecidas, porque si queremos al otro corregirle, pregúntate si tú cómo lo haces, qué haría yo, o cómo lo haría yo, empecemos por ese agujero negro absorbente interior.

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