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Paseando por la filosofía
Caminante rápido: Beauvoir, el amo y la esclava.

Caminante rápido: Beauvoir, el amo y la esclava. 716q2s

3/5/2025 · 05:01
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Paseando por la filosofía

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Acabamos este recorrido por una de las ideas de Hegel que más recorrido tuvo en la historia del pensamiento: la dialéctica del amo y del esclavo, que en el caso de Beauvoir explica la relación entre dos sujetos, hombre y mujer, el primero convertido en sujeto universal y la segunda convertida en objeto. 36n3c

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Caminante rápido. No hay tiempo para pasear, pero sí para pensar. Aquí, una idea que ha dejado huella en la historia del pensamiento. Breve, clara y con recorrido. Cuando Hegel formuló la dialéctica del amo y el esclavo estaba describiendo un combate entre dos conciencias que se enfrentan por el reconocimiento. Una gana, la otra se somete.

Pero el esclavo al trabajar y transformarse y alcanzar la libertad se convierte en sujeto. Bien. Pero ahora aparece Simone de Beauvoir, observa la escena, observa la historia, observa la filosofía y pregunta con una lucidez incómoda. ¿Y la mujer? ¿Dónde está? Porque si hay alguien que ha sido tratado como esclavo a lo largo de los siglos ha sido ella.

Explotada, silenciada, domesticada, reducida a la esfera del hogar, del cuerpo, del instinto maternal. Pero hay un matiz clave. La mujer ha sido tratada como esclava, sí, pero sin el reconocimiento de sujeto que implica ser esclavo. Porque el esclavo al menos entra en la dialéctica, tiene voz, tiene capacidad de negarse, tiene historia. La mujer, en cambio, ha sido reducida a objeto. Un objeto útil, un espejo donde el hombre pudiera contemplarse como amo, como héroe, como sujeto universal. Veamos cómo ha sido contada esa historia.

En la Edad Media la mujer aparece como la dama cortejada, no habla, inspira. Es el premio del caballero. Vive encerrada en torres o en castillos, custodiada por códigos de honor que no redactó ella. Es deseada, idealizada y perfectamente inútil para sí misma. En el Renacimiento e Ilustración empieza el discurso sobre la razón, sobre la libertad, sobre los derechos del hombre.

Del hombre, varón, blanco y propietario, claro. Mientras Rousseau redacta el contrato social, le escribe a Sophie que su papel es obedecer dulcemente al esposo. La mujer debe ser educada para agradar, no para pensar. En el Romanticismo se intensifica el mito de la mujer como ángel o demonio, pura o perversa, virgen o seductora, musa o bruja. Siempre un extremo, nunca un sujeto, siempre un símbolo, nunca una persona.

En el siglo XIX la mujer es el ángel del hogar, silenciosa, sacrificada, invisible. Todo su mundo se reduce al servicio del marido y los hijos. Lo público es cosa de hombres, lo privado su encierro, y si se revela la llaman histérica. Y cuando finalmente puede escribir, firmar, estudiar, entonces se convierte en excepción, en rareza, en la escritora, la filósofa, la científica mujer.

Porque el lenguaje, el relato y el reconocimiento siguen siendo masculinos. Simone de Beauvoir entiende perfectamente la dialéctica hegeliana, pero también ve su trampa. Para que haya dialéctica tienen que enfrentarse dos conciencias, para que haya reconocimiento tiene que haber dos sujetos. Pero en el caso de la mujer eso no ha sucedido.

El hombre ha sido el único sujeto, la única conciencia reconocida, la que actúa, la que define, la que cuenta la historia. La mujer ha sido hablada, contada, escrita, dibujada, cantada, pero no escuchada. No se ha contado a sí misma, ha sido mirada, pero no ha tenido mirada. Por eso Beauvoir lanza su grito, no se nace mujer, se llega a serlo.

La mujer no es una esencia, no es una naturaleza. Es una construcción histórica, social, cultural, impuesta desde fuera, repetida hasta parecer natural. Y ese proceso de devenir mujer ha sido siempre bajo la mirada del hombre. Por eso la emancipación no empieza solo en el voto, en el trabajo, en la educación. Empieza en algo más profundo, en romper con el modelo que la ha convertido en lo otro.

Simone de Beauvoir no pide permiso, no suplica entrar en la historia, toma la palabra. Desenmascara la dialéctica falsa, reivindica un lugar propio y exige un reconocimiento mutuo real, donde las mujeres no sean objeto del relato, sino sujetas de su propia historia. Porque hasta que eso ocurra nos dice la humanidad es tan incompleta, y la dialéctica seguirá siendo una farsa contada por un solo bando.

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