
La caja misteriosa #19 Vampiro de Emilia Pardo Bazán 6x3b1
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"Lo que se callaba el viejo (...) era el convencimiento de que, puesta en o su ancianidad con la fresca primavera de Inesiña, se verificaría un misterioso trueque". Volvemos a La Pardo con un perturbador relato escrito en 1901 que narra la historia de un atípico vampirismo. Ocupamos este episodio de LA CAJA MISTERIOSA con "Vampiro" de Emilia Pardo Bazán. 3q3w1l
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Vampiro, de Emilia Pardo Bazán. ¿No se hablaba en el país de otra cosa? ¿Y qué milagro? ¿Sucede todos los días que un setentón vaya al altar con una niña de quince? Ah, sí, al pie de la letra. Quince y dos meses acababa de cumplir Inesinha, la sobrina del cura de Gondeye, cuando su propio tío, en la iglesia del santuario de Nuestra Señora del Plomo, distante tres leguas de Vilamorta, bendijo su unión con el señor Don Fortunato Galloso, de setenta y siete y medio, según rezaba su partida de bautismo. La única exigencia de Inesinha había sido casarse en el santuario. Era devota de aquella virgen y siempre usaba el escapulario del plomo, de franela blanca y seda azul.
Y, como el novio no podía, que había de poder, malpocadiño, subir por su pie la escarpada cuesta que conduce al plomo desde la carretera entre Zebre y Vilamorta, ni tampoco sostenerse a caballo, se discurrió que dos fornidos mocetones de Gondeye, hechos a cargar el enorme cestón de uvas en las vendimias, llevasen a Don Fortunato a la silla de la reina hasta el templo. Buen paso de risa.
Sin embargo, en los casinos, goticas y demás círculos, digámoslo así, de Vilamorta y Zebre, como también en los atrios y sacristías de las parroquiales, se hubo de convenir en que Gondeye cazaba muy largo y en que a Inesinha le había caído el premio mayor. ¿Quién era, vamos a ver, Inesinha? Una chiquilla fresca, llena de vida, de ojos brillantes, de carrillos como rosas. Pero, ¡qué demonios! ¡Hay tantas así desde El Sil al Lavieiro! En cambio, caudal como el de Don Fortunato, no se encuentra otro en toda la provincia.
Él sería bien ganado o mal ganado, porque esos que vuelven del otro mundo con tantísimos miles de duros, sabe Dios, ¡qué historia ocultan entre las dos tapas de la maleta! Sólo que, ¿quién se mete a investigar el origen de un fortunón? Los fortunones son, como el buen tiempo, se disfrutan y no se preguntan sus causas.
Que el señor Galloso se había traído un platal constaba por referencias muy auténticas y fidedignas. Sólo en la sucursal del Banco de Aureabella dejaba depositados, esperando ocasión de invertirlos, cerca de dos millones de reales. En Zebre y Vilamorta se cuenta por reales aún. ¿Cuántos pedazos de tierra se vendían en el país? Sin regatear, los compraba Galloso. En la misma plaza de la Constitución de Vilamorta había adquirido un grupo de tres casas, derribándolas y alzando sobre los solares nuevo y suntuoso edificio.
¿No le bastarían a ese viejo chocho siete pies de tierra? Preguntaban entre burlones e indignos los concurrentes al casino. Júzguese lo que añadirían al difundirse la extraña noticia de la boda. Y al saberse que Don Fortunato no sólo dotaba espléndidamente a la sobrina del cura, sino que la instituía heredera universal.
Los berridos de los parientes más o menos próximos del ricachón llegaron al cielo. Hablose de tribunales, de locura senil, de encierro en el manicomio. Mas como Don Fortunato, aunque muy acabadito y hecho una pasa seca, conservaba íntegras sus facultades y discurría y gobernaba perfectamente, fue preciso dejarle, encomendando su castigo a su propia locura.
Lo que no se evitó fue la cencerrada monstruo. Ante la casa nueva, decorada y amueblada sin reparar en gastos, donde se habían recogido ya los esposos, juntáronse, armados de sartenes, cazos, trípodes, latas, cuernos y pitos, más de quinientos bárbaros. Alborotaron cuanto quisieron, sin que nadie les pusiese coto. En el edificio no se entreabrió una ventana, no se filtró luz por las rendijas. Los cencerradores se retiraron a dormir ellos también. Aun cuando estaban conchabados para cencerrar una semana entera, es lo cierto que la noche de tornaboda ya dejaron en paz a los cónyuges y en soledad la plaza.
Entre tanto, allá dentro de la hermosa mansión, abarrotada de ricos muebles y de cuánto pueden exigir la comodidad y el regalo, la novia creía soñar, por poco, y a sus olas, capaz se sentía de bailar de gusto. El temor, más instintivo que razonado, aunque fue el altar de Nuestra Señora del Plomo, se había despejado.
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