
Descripción de El bosque de los polvos embrujados 261p3y
https://bellaperrix.com ❤️ Este relato está causando sensación debido a la veracidad de los hechos. Narra las vivencias de unos jóvenes que se fueron de excursión al bosque. La cinta fue encontrada dentro de una de las tiendas de campaña varias semanas después por un pastor que luego llevó a las oficinas de Sexolé para que se divulgara. Un estremecedor relato que pone los pezones de punta. 🔔 SÍGUEME y ACTIVA LA NOTIFICACIÓN para recibir mis relatos eróticos. 🔔 Un nuevo relato erótico cada LUNES!. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/1795339 6o1io
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Casi todo el mundo se emperra en hacer el amor sobre una cama de matrimonio, con lo divertido que es hacerlo a la intemperie, en plena naturaleza, como lo hacían los abuelos de nuestros abuelos.
Soy una chica joven de 25 años, de cuerpo atlético y unas pantorrillas fuertes, musculosas y preparadas para las largas caminatas. Cuando llega el viernes por la tarde, cojo la mochila, me la cuelgo a la espalda y me largo a la montaña a gastar suelas, hasta que los pies alcanzan la temperatura de 50 grados bajo el calcetín. No hay nada que me guste más que ir de excursión para respirar oxígeno puro y patear caminos pedregosos y silvestres.
Suelo ir en compañía de un grupo de amigos, aunque en ocasiones, por compromisos varios, acabamos siendo dos o tres los que nos lanzamos a la caminata silvestre. Aquel fin de semana fue uno de aquellos, pues la mayoría le iba mal salir de la ciudad. Uno porque tenía un pariente en el hospital, la otra porque se casaba una amiga, el otro porque le tocaba hacer horas extras en el trabajo y su hermana porque le daba pereza. En conclusión, me quedé a solas con Juan. Ambos cogimos la mochila, la tienda de campaña, nos subimos al tren y paseamos por la montaña hasta que el sol empezó a ocultarse. Instalamos la tienda de campaña, nos abrigamos bien, nos metimos cada uno en nuestro saco de dormir y nos dimos las buenas noches.
He de confesar que estaba algo intranquila porque temía que de un momento a otro Juan intentara seducirme, me asediara o me propusiera algo a lo que yo no iba a negarme, pues lo estaba deseando con toda mi alma. La noche pasó y no ocurrió nada dentro de la tienda de campaña salvo el concierto de Ronquidos por gentileza de sus fosas nasales. Nos despertamos con la primera luz del alba y la tienda estaba empapada de escarcha. Hacía un frío húmedo infrahumano, de aquel que te calan los huesos. Salimos de la tienda, nos vestimos apresuradamente y nos abrigamos todo lo que pudimos. El suelo estaba empapado de hielo y nosotros estábamos helados, así que hicimos un pequeño fuego, calentamos café, nos tomamos dos tazas, comimos un poco y empezamos a caminar sin rumbo fijo, aunque tomando las correspondientes precauciones para no perdernos.
Cuando llevábamos un par de kilómetros nos detuvimos y nos dimos cuenta de que por allí no había ni un alma y que posiblemente no veríamos a nadie en lo que restaba de día. Juan empezó a parlotear comentando lo idílico que resultaba aquel paisaje repleto de árboles, a divagar sobre tópicos y a soltar una tontería tras de otra con el único fin de ir preparando el terreno. De entre todos los temas que sacó a relucir se esplayó a gusto con el de los bosques solitarios, los asesinatos sin resolver y los psicotrillers. Parecía que quisiera emular a los protagonistas del proyecto de la bruja de Blair, por lo que intentó asustarme un poco cuando me dijo con una sonrisa maliciosa que él sufría de doble personalidad, que me pondría un cuchillo en el cuello y que me violaría, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo y sin que nadie pudiera oír mis gritos.
Le comenté que si quería pegarme un kiki, si deseaba un buen revolcón, no tenía por qué forzar la situación, tan sólo bastaba con que me lo pidiera por favor. No se lo pensó ni un segundo, pronunció la contraseña, dejó por favor y sin darle tiempo a decir algo más le di un beso en la boca de cine. Le cogí de la mano y le arranqué un poco la camisa y la arrastré luego hacia lo más espeso y silvestre del bosque y prescindiendo de las bajas temperaturas empecé a desabrocharme yo la ropa mientras sus manos intentaban sobarme los pechos, que ya estaban duros por la excitación.
Dejamos nuestras mochilas, tiramos la tienda de campaña, extendimos unas mantas y empezamos a revolcarnos por el suelo mientras yo le metía la mano por el paquete. Menudo bulto tenía, no paraba de crecer por debajo de los pantalones, parecía que la cremallera de su bragueta iba a ceder de un momento al otro y yo no veía el momento de meterme todo aquello en la garganta. Al final conseguí sacársela fuera, la tenía bien dura, firme, apuntando hacia arriba y tan rosada que parecía que fuera un helado de fresa. Me la tragué.
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