
El barril de amontillado de Edgar Allan Poe 4y5q1u
Descripción de El barril de amontillado de Edgar Allan Poe 5h706b
La vanidad utilizada como cebo y la fría venganza son los motores de este estupendo cuento de Edgar Allan Poe (1809-1849) El barril de amontillado. Allan Poe consigue envolvernos en los particulares universos que construye, y este cuento, que es una de sus mejore obras, no es una excepción. Sobre el autor: Nació en 1809 en Boston, en una familia de actores itinerantes. Su infancia estuvo marcada por la tragedia. El padre de Edgar abandonó a la familia poco después de su nacimiento, y su madre murió de tuberculosis cuando él tenía apenas dos años. Su vida no fue fácil. Huérfano, fue acogido por John y s Allan, una pareja adinerada de Richmond. Y aunque John Allan le proporcionó una educación de calidad, su relación con Poe fue conflictiva, caracterizada por desacuerdos y tensiones, especialmente en torno al manejo del dinero y las ambiciones literarias de Poe. Sus estudios universitarios se vieron interrumpidos por problemas financieros, en gran parte debido a su adicción al juego. Posteriormente intentó alistarse en el ejército para más tarde ingresar en la Academia Militar de West Point, de donde fue expulsado por su comportamiento indisciplinado. Estas experiencias tempranas pusieron de manifiesto las turbulencias emocionales y financieras que acompañarían al escritor hasta el fin de sus días. La vida de Poe no mejoró con el paso del tiempo. En 1836, se casó con su prima Virginia Clemm, que entonces tenía solo 13 años. Su matrimonio le proporciono un breve periodo de tranquilidad, pero la tragedia no tardo en llegar. Virginia enfermó de tuberculosis, lo que llevó a Poe a un profundo estado de desesperación. Su enfermedad y eventual muerte en 1847 sumieron al escritor en una espiral de depresión y abuso de alcohol, elementos que alimentaron su fama como una figura torturada. A pesar de su éxito literario, la pobreza y la inestabilidad emocional lo persiguieron a lo largo de su vida. Poe nunca disfrutó de comodidad económica. Sus luchas con el alcohol, y posiblemente con otras sustancias, junto con la muerte prematura de Virginia, deterioraron aún más su salud física y mental. Edgar Allan Poe murió en circunstancias misteriosas el 7 de octubre de 1849, a la edad de 40 años. Fue encontrado deambulando por las calles de Baltimore en un estado de confusión y nunca se recuperó lo suficiente como para explicar qué le había sucedido. 5n1x6q
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El barril de amontillado. Un cuento de Edgar Alain Poet. Yo soy la voz que te cuenta.
Había soportado lo mejor posible los mil pequeños agravios de Fortunato, pero cuando se atrevió a llegar hasta el ultraje juré que había de vengarme.
Vosotros, que también conocéis mi temperamento, no supondréis que pronuncié la más ligera amenaza.
Algún día me vengaría. Esto era definitivo, pero la misma decisión que abrigaba excluía toda idea de correr el menor riesgo. No solamente era necesario castigar, sino castigar con impunidad. No se repara un agravio cuando la reparación se vuelve en contra del justiciero. Ni tampoco se repara cuando no se hace sentir al ofensor de qué parte proviene el castigo. Es necesario tener presente que jamás había dado a Fortunato, ni por medio de palabras ni de acciones, ocasión de sospechar de mi buena voluntad.
Continué sonriéndole siempre, como era mi deseo, y él no se apercibió de que ahora sonreía yo al pensamiento de su inmolación. Fortunato tenía un punto débil, aunque en otras cosas era hombre que inspiraba respeto y aún temor. Preciábase de ser gran conocedor de vinos.
Muy pocos italianos tienen el verdadero espíritu de aficionados. La mayor parte regula su entusiasmo según el momento y la oportunidad para estafar a los millonarios ingleses y austriacos. En materia de pinturas y de joyas, Fortunato era tan charlatán como sus compatriotas, pero tratándose de vinos antiguos, era sincero. A este respecto yo valía tanto como él materialmente. Era hábil conocedor de las vendimias italianas y compraba grandes cantidades siempre que me era posible.
Fue casi al oscurecer de una de aquellas tardes de carnaval de suprema locura cuando encontré a mi amigo. Acercóse a mí con exuberante efusión, pues había bebido en demasía. Mi hombre estaba vestido de payaso. Llevaba un ceñido traje a rayas y en la cabeza el gorro cónico y los cascapeles.
Me sentí tan feliz de encontrarle que creí que nunca terminaría de sacudir su mano. Díjele, mi querido Fortunato, tengo una gran suerte en encontraros hoy. ¡Qué bien estáis! Pero escuchad, he recibido una pipa que se supone ser de amontillado, mas tengo mis dudas.
¿Cómo? repuso él. ¿Amontillado? ¿Una pipa? Imposible, y en mitad del carnaval.
Tengo mis dudas, repliqué, y he cometido la bobería de pagar el precio completo del amontillado antes de consultaros sobre este punto. No podía encontraros y temía perder un buen negocio.
¿Amontillado? Tengo mis dudas. ¿Amontillado? Necesito aclararlas. ¿Amontillado? Como estáis comprometido, iré a buscar a Lucrezzi. Si alguno puede decidirlo, será él. Él me dirá. Lucrezzi no puede distinguir el amontillado del Jerez.
Y sin embargo, muchos opinan que es tan buen catador como vos mismo. Vamos, venid.
¿A dónde? A vuestros sótanos. No, amigo mío, no quiero abusar de vuestros buenos sentimientos.
Observo que estáis comprometido. Lucrezzi... No tengo compromiso, vamos.
No, amigo mío, no es cuestión solamente del compromiso, sino del severo resfriado que os aflige. Según veo, los sótanos son húmedos. Están incrustados de nitro. Vamos allá, a pesar de todo. El resfriado no significa nada. ¿Amontillado? Seguramente que os han engañado.
Y lo que es Lucrezzi, no sabe distinguir el Jerez del amontillado.
Hablando así, Fortunato se apoderó de mi brazo, y después de cubrir mi rostro con una máscara de seda negra y ceñir estrechamente a mi cuerpo un roquelot, permití que me arrastrara hacia mi palazzo. No había criados en la casa. Todos habían salido a divertirse, en obsequio a la ocasión. Había les dicho que no regresaría hasta la mañana siguiente, a la vez que les daba órdenes explícitas de no regresar.
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