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Descripción de 1897. La paz del Espíritu Santo 4l5q6e
Meditación en el martes de la V semana de Pascua. El Evangelio, tomado de la Última Cena, recoge estas palabras de Jesús: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Meditamos, sirviéndonos de unas palabras del Papa Francisco, las diferencias entre la paz del mundo, que se basa en las riquezas y el poder, y la paz de Cristo que es una Persona: el Espíritu Santo, que viene con sus frutos: caridad, gozo, paz... ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/874295 2g3s22
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, libran al Señor Dios nuestro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, intercede por mí. El evangelio de hoy recoge unas palabras de Jesús durante la última cena.
La última cena ocupa en San Juan los capítulos 13 al 17, cuatro capítulos, y las palabras de hoy están tomadas del final del capítulo 14, que hemos ido viendo estos días. Dicen así, la paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo. Que no timble vuestro corazón ni sea cobarde. Me habéis oído decir, me voy y vuelvo a vuestro lado. Si me amarais, os alegraríais de que vaya el Padre, porque el Padre es más que yo.
Siempre ese amor de Jesús al Padre, ¿verdad? Os lo he dicho antes, antes de que suceda, para que cuando suceda sigáis creyendo. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo. No es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre y que lo que el Padre me manda yo lo hago. La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo. Desear la paz era y sigue siendo hoy una forma usual de saludo entre árabes y entre hebreos.
Y es un saludo que empleaba nuestro Señor, y al igual que los apóstoles y sus cartas y los primeros cristianos. También nosotros, Señor, antes de la comunión en la Santa Misa, nos deseamos la paz, la paz, nos damos la paz invitados por el sacerdote como una condición adecuada para poder comulgar con fruto.
Además, la paz era para los judíos uno de los dones mesiánicos del Mesías por excelencia. Por ejemplo, Isaías en el capítulo 9 profetizaba así, un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Se refiere a la encarnación de Jesús, de nuestro Señor Jesucristo, y es su nombre, maravilla de consejero, dios fuerte, padre de eternidad, príncipe de la paz.
Para dilatar el principado con una paz sin límites sobre el trono de David y sobre su reino. Pero en el evangelio que hemos leído, Jesús nos da su paz y no la paz del mundo, que muchas veces es caduca, superficial, aparente, porque a veces el Señor se apoya en la injusticia o es una paz que se afianza en las cosas materiales, el dinero o el poder que no duran mucho.
Y no es esa la paz que tú nos das Señor. La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy yo como la da el mundo. Tu paz es algo distinto Señor, tu paz es sobre todo reconciliación con Dios y entre los hombres, perdón y vuelta a comenzar sin rencores, andar en la verdad sin disimulos, etcétera, etcétera, conformarse con lo propio y no mirar con avidez lo ajeno. En fin, la paz es consecuencia de esa reconciliación con Dios y entre los hombres que se logra tantas veces pues con la gracia de la confesión y también con nuestra lucha personal por ir adquiriendo las verdaderas virtudes.
Pero la paz es sobre todo y en definitiva uno de los dones del Espíritu Santo.
Cuando San Pablo enumera esos dones a los galatas empieza así, amor, gozo, paz, el tercero, paz. Esa paz del Espíritu Santo que tú nos das Señor no tiene nada que ver con la paz del mundo porque esa paz es, como decía San Agustín, serenidad de la mente, tranquilidad del alma, sencillez de corazón, vínculo de amor, unión de cárida. Esa es la paz verdadera. Y tú Señor pues eres nuestra paz. Nunca en la historia de la humanidad se había hablado tanto de paz como ahora. Nunca en la historia de la humanidad se había deseado tanto la paz como ahora.
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