
Descripción de 15.- Aiyana y el águila mensajera 4s6a4
Cuentos educativos de EDELVIVES. Mensajeros de Igui. Aiyana y el águila mensajera. Música: https://www.youtube.com/watch?v=dU9nj7hAJU8 2n2144
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Ayyana y el águila mensajera Cuenta una vieja leyenda que las águilas calvas eran mensajeras entre los dioses y los seres humanos. Por ello, los indios las consideraban un animal sagrado. Cuando veían un águila calva revolotear en el cielo, lo interpretaban como un augurio de buena suerte. A nadie se le hubiera ocurrido hacerle daño a uno de estos animales. Sin embargo, Saraki, el pájaro de mil colores, tuvo un extraño presagio. Cada vez hay menos águilas calvas planeando en lo alto.
Y eso le hizo temer lo peor. Sin perder tiempo, agitó con fuerza sus alas y salió al encuentro de Ayyana. Ayyana era una niña india que vivía en un hermoso poblado con su familia. Saraki la encontró junto al río bañando a Dakota, el caballo de Ayyana. Se posó a la sombra de un árbol y le contó a la niña lo que había descubierto. ¿Qué podemos hacer? Preguntó Ayyana. Debemos averiguar cuanto antes qué está ocurriendo, indicó el animalillo. Ayyana se puso en camino a lomos de su caballo.
Saraki volaba rápido a su lado. Iban de un lado a otro observando lo que sucedía en las montañas y en los valles. Hablaban con todo aquel que encontraban a su paso, pastores, aventureros, cazadores. A todos les preguntaban lo mismo. Si habían visto algún águila calva volando últimamente por el cielo. Todos les contaron que con frecuencia encontraban algún ave muerta. ¿Por qué? ¿Por qué? Quiso saber Ayyana.
Las abaten cazadores sin escrúpulos por el placer de obtener una presa o para vender sus plumas. Otras mueren envenenadas por pesticidas. Algunos pescadores también las ven como un feroz contrincante, pues son muy hábiles capturando peces, y no dudan en perseguirlas y aniquilarlas.
A duras penas, Ayyana podía disimular su enojo. No le cabía en la cabeza que algo tan terrible fuera cierto. ¿Qué podemos hacer? Preguntó, pero nadie le dio una respuesta.
Continuaron su camino cabizbajos hasta que, al llegar junto a un árbol, vieron una cría diminuta de águila. Seguramente se había caído del nido. Ayyana y Saraki miraron al cielo y ninguno de sus padres estaba cerca. Y eso les llamó la atención. Se ocultaron entre los arbustos y aguardaron. El sol no tardaría en ocultarse y los padres de la cría no aparecían. La pequeña ave no podría soportar el frío de la noche sin cobijo.
Por este motivo, Saraki y Ayyana decidieron llevarla al poblado. Cuando llegaron, era de noche. Entre las nubes asomaba una luna grande y redonda. La cría estaba hambrienta y aceptó sin recelos la comida que le dieron. Aunque les ponía tristes verla encerrada, tuvieron que acomodarla en una jaula. Allí, la cría pasaba mucho rato mirándolo lejos, mirando el cielo a través de los barrotes, como si una voz la llamase.
La pequeña ave pronto dejó de estar sola. Ayyana y Saraki encontraron un águila malherida por un disparo y también la llevaron al poblado. Poco después, llegaron otra, y otra, y otra.
Eran tantas que ellas solas no podían ocuparse de todas. Los padres de Ayyana comenzaron a ayudarles. Luego se sumó un vecino, y al cabo de pocos días colaboraba el poblado entero.
La pequeña cría de águila crecía a buen ritmo, pero se la veía triste y miraba el cielo con insistencia. Hasta que un día, Ayyana le dijo, «Has llegado el momento de que aprendas a volar».
Y Saraki estuvo de acuerdo, aunque a ambas les daba mucho miedo que una vez en libertad corriese algún peligro. Ambas aguardaron en silencio el amanecer, y alumbradas por las primeras luces del día, abrieron la puerta de la jaula. El águila se tomó su tiempo. Primero asomó la cabeza y observó el entorno. Con cautela dio un paso al frente, y pronto se animó a avanzar algo más, aunque no acababa de decidirse.
Luego miró hacia arriba, como si una voz la llamara de nuevo, y echó a volar. Ayyana y Saraki la observaron inquietos, conscientes del riesgo, pero felices por verla libre. Unos días después liberaron a otra, y luego a otra, y a otra más. Y así, poco a poco, gracias a los cuidados de Ayyana y su pueblo, volvieron a revolotear en lo alto del cielo las águilas calvas, mensajeras de los dioses.
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