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Cuentos para ALMA
19.- Alinga y el feroz enemigo

19.- Alinga y el feroz enemigo 21k3o

21/5/2025 · 07:18
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Cuentos para ALMA

Descripción de 19.- Alinga y el feroz enemigo 6k3m3y

"Alinga y el feroz enemigo" Cuentos educativos de EDELVIVES. Mensajeros de Igui. Música: https://www.youtube.com/watch?v=6LpD8RHy_kE A CUIDAR EL PLANETA BONITO... (Canción eco-planeta) Versión: "Vida de rico" o1i57

Lee el podcast de 19.- Alinga y el feroz enemigo

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Alinga y el feroz enemigo Cuente una vieja leyenda australiana que quien no ha aprendido a respetar el entorno, tampoco sabe respetarse a sí mismo.

Un día, cuando comenzaba a clarear, Saraki golpeó la ventana de Alinga hasta despertarla.

¿Qué sucede? Preguntó la niña.

Y el pájaro de los mil colores no sabía cómo explicarle lo que estaba pasando.

Le faltaban palabras.

¡Ven, ven! Alinga le pidió, Alinga se vistió, y fue tras él.

En silencio, Saraki la guió hasta la orilla del mar.

Y allí, en la costa australiana, frente a la gran barrera de coral, Saraki le dijo con un hilillo de voz.

¡Mira, mira! Quieren crear una ruta de navegación que pasará cerca del arrecife.

¡Los barcos acabarán con las especies marinas! ¡No puede ser cierto! Exclamó la niña llevándose las manos a la cabeza.

A Alinga le costaba creer algo así.

¿Cómo podía alguien no respetar aquel espacio natural? Allí vivían miles de especies.

Allí encontraron refugios delfines, tortugas, ballenas, tiburones.

Había una enorme diversidad de peces.

Y cientos de turistas de todo el mundo acudían allí diariamente atraídos por aquella belleza natural.

Era un paraíso único que, al estar bajo el mar, permanecía invisible para muchos.

¿Cómo es posible que se ponga en peligro la gran barrera de coral? Repetía Alinga.

Le resultaba difícil aceptar que algunas personas actuaran como un feroz enemigo de la madre tierra.

No dejaré que os hagan daño, murmuró Alinga, convencida de que los corales la podían oír.

Alinga les hablaba siempre que pasaba cerca, como hablaba al sol, a la línea del horizonte y a las olas que mojaban la orilla.

Para ella cada piedra, cada planta, cada gramo de arena formaban parte de su mundo y los trataba con cuidado y respeto.

Esto es lo que le habían enseñado sus abuelos y sus padres.

Y cuando fuera mayor, también ella se lo enseñaría a sus hijos.

Ahora que la gran barrera de coral se encontraba en peligro, no estaba dispuesta a dejarla sola y lucharía por ella para ayudarla a sobrevivir.

Haré lo que sea por defenderla, dijo.

Nosotros somos muy pocos y la naviera son muchos, ricos y poderosos.

Debemos conseguir que otras personas se unan a nosotros.

Vamos Araki, hablemos con la gente del pueblo.

Y juntos se encaminaron a casa de sus abuelos.

Cuando llegó, los abuelos estaban en el jardín.

El abuelo cuidaba las plantas mientras la abuela daba de comer a las gallinas.

Cuando Alinga les contó lo que sucedía, el abuelo intervino sin perder su aire sereno.

Vaya, vaya, la gran barrera de coral no puede hablar.

Nosotros seremos su voz.

No se la ve, nos verán a nosotros.

No puede defenderse, pero nosotros lo haremos por ella.

Mientras los abuelos alertaban a los vecinos, Alinga fue en busca de sus padres.

Y estos avisaron a más amigos y en un abrir y cerrar de ojos formaron un grupo.

Unas 50 personas.

Todas ellas, pisando fuerte, se dirigieron a la orilla.

Y cogidos de la mano, organizaron una cadena humana.

Tenían el gesto decidido y la cabeza bien alta.

¿Qué sucede? ¿Qué sucede? Preguntaban con curiosidad los que pasaban por la zona.

Alinga y Saraki les contaban que la gran barrera de coral estaba en peligro.

Al saberlo, muchos de ellos se cogían de las manos y se unían al grupo para demostrar su apoyo.

Al llegar la noche, se marchaban.

Pero de buena mañana, estaban otra vez allí.

Con el pasar de los días, la cadena se volvió tan y tan grande que era imposible ver dónde empezaba y dónde terminaba.

Este gesto, que podría parecer inútil, no pasó desapercibido y la poderosa naviera se dio cuenta del movimiento social.

No estamos dando buena imagen, comentó uno de ellos visiblemente preocupado.

Podemos perder muchos clientes, dijo otro.

Vaya, vaya, vaya.

Tal vez deberíamos cambiar nuestros planes, reconoció un tercero.

Y pocos días después, se anunció que el proyecto de la nueva ruta naviera se suspendía.

Todos los que formaban la cadena se soltaron las manos y se abrazaron.

Lo habían conseguido.

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