
Descripción de Viólame grábalo y mándamelo. 5fy3x
Viólame grábalo y mándamelo. Cómo cumplí mi fantasía más oscura. Soy Ana, y me voy a describir, aunque quiero que esto sea corto. Tengo 19 años y estoy objetivamente muy buena. si quieres y gustas aportar al canal puedes arnos por o el pay pal [email protected] paypal.me/relatossex fuente / autor https://www.todorelatos.com/relato/229455/ 13635u
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Como cumplí mi fantasía más oscura. Soy Ana y me voy a describir, aunque quiero que esto sea corto.
Tengo 19 años y estoy objetivamente muy buena. Era una niña de pelo negro, piel blanca y muy guapa y el cambio mujer trajo dos grandes melones y un culo abultado y respingón que caían en una figura delgada, aunque no demasiado. Encima, tengo la piel blanca, muy blanca.
Siempre me han dicho que eso acentúa la sensación de desnudez. Es un hecho que siempre he atraído el deseo de los más guapos, de los que llevan carros caros y la envidia general. Nunca he estado en un entorno en el que no destacase y sólo ocasionalmente aparecía alguna chica que pudiese disputarme levemente las miradas. Anoche estaba en mi habitación, a las 4 de la mañana, masturbándome con el succionador mientras metía un dildo por mi coño y veía porno degenerado, del que no se reconoce y del que sólo se puede titular con eufemismos.
Pero no era suficiente. Pensé, ingenua de mí, que sólo habérselo dicho, haberle contado mi fantasía a Andrés, me serviría para aplacarme un poco. Pero no. Llevaba horas con efecto túnel. Se me había pasado la leve borrachera casi por completo, pero estaba enferma. Me daba guantazos, pero sólo tengo dos manos. Me eché aceite y me veía penetrarme en el espejo del techo que hice a mis padres ponerme hace diez años. Me pellizcaba los pezones y me azotaba las tetas. Pero sólo tenía dos manos.
Pensé en llamar a Raúl, mi mejor follamigo, pero sólo la idea me cabreaba sin quitarme la cachondez. No quería un polvo ni un polvazo. Ni un tío, ni dos, ni tres, ni veinte me iban a apagar.
Quería lo que le había pedido a Andrés, y sólo eso. Solté el dildo y me quedé mirando mi cuerpo en el espejo, con el charco de corridas bajo mi culo. Alcancé el móvil de la mesilla y abrí el telegram. Creé el chat secreto con Andrés y escribí. Te lo doy. Hazlo, por favor. Mandar ese mensaje me hizo temblar los dedos. No por vergüenza. No porque me sintiera culpable. Sino porque al pulsar enviar, ya no había vuelta atrás.
Sabía lo que le estaba pidiendo, sabía lo que me estaba jugando, y sobre todo, sabía lo que iba a pasar después. Andrés es lento para decidir, pero si lo dijo es porque lo hará. Ha ignorado mis súplicas durante años. Me ha dado placer con sus manos, me ha permitido frotarme contra él, ha tolerado que me toque con él. Pero nada de polla. Una vez incluso se despertó con mi boca lamiéndosela y me apartó. Solo la saboreé por un momento. Y eso, precisamente eso, es lo que más me pone enferma.
Es como si llevase toda la vida haciéndome enfermar más y más. Cerré los ojos y, tras escribir el mensaje y pensar, me relajé por fin. Me quedé dormida así, como un juguete Júzebel y ya en las manos de Andrés. Ese pensamiento fue cálido, acogedor. Unas horas antes. Llegué a la cena un poco tarde, sobre las 21.30. Me había ido a mediodía para la universidad ya vestida, de forma elegante y sencillita, con un vestido de escote fuerte y falda media, de una pieza, sueltecito para que se perciba cada mínima curva, pero que al mismo tiempo pretende vociferar que no voy de zorrón.
Nunca he entendido por qué debía taparme, nunca he conseguido procesar bien esa parte de la experiencia femenina. Desde clase me fui directa a casa de Andrés y Marta. La fiesta había arrancado temprano, con la excusa de que era el cumpleaños de Marta, pero la verdad es que todo era muy tranquilito, Marta está ahí.
Solo éramos unos cuantos alrededor de una mesa alargada de salón, con el clásico desfile de comentarios que para ellos son agradables, y para mí son incómodos y aburridos. Las miradas de todos los presentes eran las de cualquier reunión social. Ellas intentaban
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