Venganza mi esposa recibe una doble penetración. CN2 3b2366

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Ahora sí comencemos.

Venganza. Mi esposa recibe una doble penetración.

El marido observa cómo su mujer vuelve a coger con el invitado a la cama matrimonial esa noche, comprobando cómo termina viniéndose dentro de la misma, con grave peligro de ser fecundada.

Me desperté de madrugada.

Un ruido y movimiento en la cama me hizo abrir los ojos, rompiendo un placido sueño.

Apenas mis ojos pudieron abrirse, divisaron a mi señora montada sobre Alex, follando a mi lado en la cama sin importarles para nada mi presencia ni que me pudiera despertar.

Salomé al verme, me dice, vaya maridito te hemos despertado.

Un dormías tan plácidamente.

Mire el reloj eran las tres de la madrugada.

Ella pareció leer mi pensamiento, exclamando, ¿qué es lo que está pasando? Mire el reloj eran las tres de la madrugada.

Ella pareció leer mi pensamiento, exclamando, ya sé que es tarde maridito, pero es que sigo bien caliente.

Y este semental sigue como un toro.

Ox y Alex.

Más dame más.

Mi esposa, esta vez completamente desnuda, montaba la polla del extraño, saltando sobre los muslos del mismo, clavándose una y otra vez la enorme verga.

Sus pechos revoloteaban mientras el semental intentaba chuparlos y meterlos en su boca.

Me senté en la cama y los observé.

Me di cuenta que mi pene volvió a responder al momento.

Me hallaba igualmente desnudo, tal y como nos acostamos.

Mi señora al verificar mi estado, me dice, te has puesto bravo de nuevo.

Eres un cabronazo.

Veo que ser un cornudo te excita.

Al tiempo que me hizo señas para que me incorporara y acercara su pene a su cara.

Tras incorporarme, Salomé tomó mi pene, lo comenzó a acariciar, para luego llevarlo su boca y comenzar a darme una soberana mamada.

Estaba alucinado.

No conocía a mi esposa.

Sin parar de cabalgar la polla del extraño, continuó mamando mi verga.

Desde donde me encontraba, verifiqué en el gran espejo del fondo cómo se relejaba la escena de nuestros cuerpos.

Me excitó comprobar cómo el vástago del semental entraba en el coño de mi señora con gran poderío.

Me detuve contemplando el trasero de mi mujer, precioso, irable y sumamente tentador.

Ver cómo se abría el agujero posterior ante las embestidas del hombre me hizo pensar que nunca la había estrado por allí.

Comencé a imaginarme cómo sería ensartarle mi polla en ese culito.

No sé cómo ocurrió, pero mi esposa parecía esa noche intuir todo.

No sé cómo ocurrió, pero mi esposa parecía esa noche intuir todos mis pensamientos.

¿No estarán pensando en clavarme por detrás? ¡Qué cabronazo! Sabes que nunca le he hecho por ahí.

Tampoco te habías follado a otro y, sin embargo, veo que le has cogido el gusto.

Le contesté con cierto enfado.

Por toda respuesta, se limitó a masturbarme con fuerza el pene como intentando reprenderme por mis palabras.

Pese a todo, tomé la decisión de intentar encularla.

En el fondo, quería hacerlo.

Estaba tan enrabietado por la forma en que se estaba vengando de mí que mi idea de someterla analmente fue algo que fue cogiendo cada vez más fuerza.

No lo pensé más.

Me retiré de ella, me bajé de la cama y fui al baño.

Tomé un bote de líquido aceitoso y volví junto a ellos.

Ella me observó, pero no dijo nada.

Me coloque detrás de su trasero.

Ellos continuaron follando.

Entonces sin decirle nada comencé a echarle aceite en su culito.

¿O qué vas a hacer, cabronazo? No le respondí.

Me limité a meter mi primer dedo, viendo que, tras vencer el primer obstáculo, fue entrado en su culito.

Mi esposa comenzó a revolotear mientras seguía cabalgando.

Relájate, verás que te gustará.

Le dije morbosamente.

Eres un cabronazo.

Pretendes encularme, ni lo intentes.

Tampoco le respondí viendo como mi segundo dedo entró hasta los nudillos.

Mi esposa estaba demasiado caliente esa noche.

Pese a sus protestas, la realidad es que mis dedos entraron con suma facilidad en su trasero a un virgen.

Moví los dedos en círculo dentro de ella, viendo cómo se agrandaba el orificio.

O te voy a matar, saca los dedos de ahí.

Desoí sus objeciones, acerqué mi pene y lo puse a las puertas de su ano.

No sé cómo ocurrió, pero entre los movimientos de su cabalgada sobre el extraño, mi pene se incrustó una parte dentro de su ano.

O no sácalo, me duele.

Lejos de sacársela, la tomé por las caderas, apretando con fuerza, viendo cómo se iba enterrando mi pene en su culo.

Ella paró en sus cabalgadas, quedándose quieta, inerte.

Pero yo continué.

Le abrí al propio tiempo sus nalgas, como si la ensanchara, para terminar de empujarle mi verga hasta más de la mitad.