
Descripción de Una sencilla iradora b3253
La historia de una pareja muy especial, dos almas gemelas unidas por la música y la escritura. 6w6m5g
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Tenía solo 17 años cuando se casó con Karl, que era 10 años mayor que ella.
Y sin embargo, la mañana de la boda, y a pesar del frío que hacía en aquel pueblo del norte de Rusia, Nadezhda caminó hacia el altar serena y convencida.
Nada la hacía más feliz que la perspectiva de ser madre y compañera de aquel hombre bueno y cariñoso, en el que puso toda su fe.
Ese mismo año, 1848, y a 700 kilómetros de distancia en San Petersburgo, los padres del pequeño Piotr, de 8 años, se vieron obligados a despedir al profesor de música porque su niño lo había adelantado.
Buscaron un tutor más capacitado y gastaron todos sus ahorros en comprar un orquestrion, el instrumento tan de moda entonces que sonaba como una orquesta y permitió a Piotr seguir cultivando su talento.
Nadezhda se volcó en la vida doméstica y en el primer hijo, que llegó enseguida.
Con los años se fueron sumando más niños, la pareja acabaría teniendo 11, y a pesar de los mil quehaceres que ocupaban sus días, la felicidad que le otorgaba aquella vida a Nadezhda nunca disminuyó.
Mientras, Piotr siguió tocando y compaginando su pasión con los estudios de jurisprudencia.
En la universidad, sus composiciones para el coro y sus recitales al órgano emocionaban a todos sus compañeros.
¿Quién no ha experimentado el poder de la música? Inicia una canción y un par de acordes después, recibes mil mensajes que tu mundo interior almacenaba a la espera de la melodía que mejor resonara contigo.
De pronto la imaginación vuela, la mente se aclara, las lágrimas brotan.
La música es la literatura del corazón, escribió el poeta Alphonse de Lamartine.
Andersen opinaba lo mismo, dijo, allá donde fallan las palabras, entra la música.
Pero, ¿qué sucede cuando a dos almas las unen, las palabras y la música? Soy Nuria Pérez y esto es Meraki, un podcast con alma.
Diez años después de la boda, en la vida de Karl y Nadezhda sólo había una peca.
A él su trabajo como funcionario del estado no le gustaba y además el sueldo era escaso.
Pero el puesto era fijo y con tantas bocas que alimentar, Karl no se veía capaz de arriesgarlo para comenzar de nuevo.
Nadezhda no estaba de acuerdo, la confianza que tenía en su marido la llevó a empujarlo a considerar una alternativa que le hiciera feliz.
Sería una locura, decía él, sólo necesitas un buen plan, insistía ella.
Una tarde mientras repasaba geografía con dos de sus hijos, a Nadezhda se le ocurrió una idea.
Sabía que en esos momentos el progreso se concentraba sobre todo en el aumento de las conexiones y que por toda Europa se estaban construyendo nuevas vías de tren.
Viendo el enorme mapa de Rusia, intuyó que ese era el negocio en el que había que estar.
Demostrando inteligencia y un gran poder de persuasión, Nadezhda convenció a su marido, que había estudiado ingeniería y tuvo que reconocer que aquello sonaba bien.
Sin casi ahorros pero con la seguridad que le daba el apoyo de su mujer, Karl se lanzó a por ello.
Gracias a sus os en el gobierno pudo encontrar un socio que pusiera el capital y muy pronto su vida se transformó.
En 15 años colocó por toda Rusia casi 15.000 kilómetros de vías ferroviarias y se convirtió en un magnate multimillonario.
La familia se mudó a un palacio en Moscú. Todo iba viento en popa.
Sin embargo, en lo más alto de su carrera sucedió lo peor.
Karl falleció repentinamente, dejando a Nadezhda con millones de rublos y varias propiedades, pero con el corazón roto.
En San Petersburgo, mientras tanto, Piotr encontró un trabajo en el Ministerio de Justicia y por las noches estudiaba en el conservatorio.
Tras graduarse, aceptó el cargo de profesor en la Academia de la Música.
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