El Susurro Tras La Puerta 5f4n1o

El susurro tras la puerta Sinopsis En una antigua casa de campo, un grupo de amigos decide usar una oguija para ar con el espíritu de un niño que, según la leyenda local, desapareció misteriosamente hace décadas.

Lo que comienza como un juego se convierte en una pesadilla cuando la planchette empieza a moverse sola, revelando secretos familiares, traiciones y un pasado oscuro que aún busca venganza.

A medida que la tensión crece, los protagonistas deben enfrentarse a sus propios miedos y a la posibilidad de que han abierto una puerta que no. Podrán cerrar.

Capítulo 1 La llegada La carretera se extendía entre campos de trigo marchito y árboles desnudos, como si el paisaje mismo hubiera decidido guardar silencio ante la llegada del invierno.

El auto avanzaba lento, sus faros apenas iluminando la niebla que se arremolinaba en la cuneta.

Dentro, el ambiente era una mezcla de emoción y nerviosismo. Nadie lo decía en voz alta, pero todos sentían la misma inquietud, algo en esa casa vieja.

Al final del camino, parecía esperarles.

—¿Seguro que es aquí? —preguntó Lucía, apretando el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

—Eso dice el GPS —respondió Sergio, mirando el móvil con desconfianza.

Aunque dudo que Google Maps sepa de fantasmas.

Una risa nerviosa recorrió el auto, pero se apagó rápido. Detrás, Paula y Marcos intercambiaron una mirada.

Habían oído las historias, la casa de los Ortega, abandonada desde hacía más de treinta años, era famosa en el pueblo por la leyenda del niño desaparecido.

Nadie recordaba su nombre, pero todos hablaban de sus risas en los pasillos, de puertas que se cerraban solas y de un susurro tras la puerta principal, como si el pasado no hubiera terminado de marcharse.

El auto se detuvo frente a la verja oxidada.

Más allá, la casa emergía de la niebla como un animal dormido, dos pisos de piedra ennegrecida, ventanas rotas, la puerta principal medio desencajada.

Un búho ululó a lo lejos y el viento agitó las ramas secas, golpeando las paredes con dedos invisibles.

—¿Listos? —preguntó Sergio, intentando sonar despreocupado.

—Más nos vale —dijo Paula, bajando del auto y ajustándose la bufanda—. Si no lo hacemos ahora, nunca lo haremos.

Marcos sacó la mochila del maletero.

Dentro, envuelta en una tela morada, estaba la oija.

Nadie sabía de dónde la había sacado, pero todos aceptaron su presencia como si fuera parte inevitable de la noche.

Entraron en fila, alumbrándose con linternas.

El suelo crujía bajo sus pasos y el aire olía a polvo y humedad.

En el vestíbulo, las sombras parecían moverse al ritmo de sus respiraciones.

Subieron al salón, donde una mesa redonda esperaba bajo una lámpara desvencijada.

Allí desplegaron el tablero.

—¿Alguien recuerda las reglas? —preguntó Lucía, con la voz temblorosa.

—No soltar la planchette —dijo Marcos.

—No hacer preguntas personales.

—Y siempre despedirse.

—¿Y si no quiere irse? —preguntó Paula, en voz baja.

Nadie respondió.

Capítulo 2 El tablero El salón, iluminado sólo por la luz temblorosa de las velas, parecía haber perdido su forma habitual.

Las sombras se alargaban y encogían al ritmo de las llamas, proyectando figuras imposibles sobre las paredes desconchadas.

El aire estaba impregnado de un olor a madera húmeda y polvo antiguo, y cada respiración se sentía pesada, como si la casa misma los observara.

Los amigos se acomodaron alrededor de la mesa, sentados en sillas desvencijadas que crujían bajo su peso.

La ouija reposaba en el centro, su superficie de madera oscura tallada con letras gastadas por el tiempo.

La planchette, ovalada y ligera, parecía esperar el o de los dedos, como un animal dormido a punto de despertar.

—¿Estáis seguros de que queréis hacerlo? —preguntó Lucía, lanzando una mirada nerviosa a sus amigos.

—Vamos, Lucía —replicó Marcos, forzando una sonrisa—. Es solo un tablero.

—Si no pasa nada, al menos nos reímos un rato.

—¿Sergio asintió, aunque su voz tembló ligeramente al hablar? —Además, todos hemos oído las historias, pero nadie ha visto nada realmente.

—Quizás sea el momento de desmentir la leyenda.

Paula, sin embargo, no parecía convencida.

Sus ojos recorrían la habitación, deteniéndose en los rincones más oscuros.

Había crecido escuchando las historias de la casa Ortega y, aunque nunca creyó del todo en ellas,