
Sexo, mentiras y lujuria. Vol. I 496s4u
Descripción de Sexo, mentiras y lujuria. Vol. I 724p1
Serie de relatos cortos que no guardan relación entre sí pero que tienen un denominador común. _____________________________________________ Hola! Ayúdame uniéndote a Ivoox desde los siguientes enlaces: * Anual https://www.ivoox.vip/?-code=c7cb5289b6e940372f0f816d1de4fe6e * Mensual https://www.ivoox.vip/?-code=9af38537eef891dabb408d0e292f3c38 *Plus https://www.ivoox.vip/plus?-code=208ff5ca551218eda9d25aad9113bc8c 3v8s
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Hoy presentamos, Sexo, mentiras y lujuria. Volumen 1.
Relato número 1. Excelente venta. Esto sucedió un día de caluroso verano, alrededor de las 6 de la tarde. Yo me encontraba pateándome las calles de la ciudad, intentando vender una estúpida enciclopedia actualizada con no sé cuántas ilustraciones y no sé cuántos datos de nulo interés. Lo típico para encasquetar a padres preocupados por la educación de sus hijos, pero incapaces de prestarles más de 10 minutos de atención semanal. Eso sí, con la compra de la enciclopedia, se regalaba una colección en DVD de documentales absolutamente fabulosos como Somnífero.
Estaba hasta las narices de aquel curro de mierda, pero los padres son más ingenuos de lo que parece y las comisiones por enciclopedia vendida eran bastante buenas. El recorrido me llevó a una urbanización de Chalets, lo cual me auguraba la venta de al menos un par de enciclopedias. Los padres con dinero son los que más necesitan imperiosamente comprar para sus hijos. Tras dos intentos sin respuesta, por fin me abrieron la puerta. Se trataba de un tipo gordo con una calvicie incipiente y cara de pocos amigos.
En apenas cinco minutos, ya me estaba echando de su casa. Tuve algo más de suerte en la siguiente casa. Tras la puerta ostentosamente ornamentada, apareció una mujer de treinta y tantos años, quizá cuarenta. Tenía el pelo largo y negro recogido en una sobria coleta. Su cara sin maquillar ofrecía un buen aspecto para su edad, en sus años mozos seguro que rompió más de un corazón. Su cuerpo no se conservaba tampoco en mal estado.
Sus pechos, algo caídos, eran de un tamaño importante y, a pesar de una ligera barriga, su cintura y su cadera no formaban un mal conjunto. Desde la posición no podía ver su trasero, pero el vestido era niego de tirantes color azul claro si me permitía disfrutar de unas piernas depiladas y en forma. Bajo el ligero vestido, se intuía una piel cuidadosamente tostada al sol. Le expliqué brevemente mis intenciones de venta y, con una amplia sonrisa, me hizo pasar al interior de la casa para que pudiera contarle más en profundidad el asunto de mi visita.
Por dentro, la ostentosidad y el mal gusto en la decoración se juntaban en un extraño cóctel que casi me hizo tambalear. ¿Cómo es posible que semejante familia de paletos llegue a tener en sus manos tanto dinero como para derrocharlos en algo así? La señora de la casa me hizo pasar a un gigantesco salón de aspecto, yo diría que dieciochesco, con DVD, Dolby Surround y sofás de cuero negro y extrañas formas. Compadezco a quien haya dormido en alguno de aquellos sofás. ¿Le apetece una cerveza? Sí, claro. Con el calor que hacía, era imposible denegar una oferta como aquella.
En la amplia estancia hacía una temperatura muy agradable gracias al aire acondicionado. En apenas unos segundos, la mujer apareció con una botella de marca holandesa, como poco, y un platito con aceitunas. Dada su actitud servicial, no me hubiera sorprendido oír algo como, «Desea algo más el señor». Parecía claro que aquella mujer resultaba ser una ama de casa bastante ociosa. Bien, señora Felipondes, ¿tiene usted hijos? Sí, tengo tres criaturas. Son un encanto. ¿Debería enseñarle algunas fotografías de mis niños? No se moleste, no es necesario. Si no es molestia, tengo aquí mismo un álbum. Más que ociosa, parecía que se aburría como una ostra.
Se levantó con agilidad insospechada y trotó hasta un mueble del ala este del salón, de donde sacó un grueso álbum de fotografías. Aquella cena me recordó a mi difunda tía, la cual siempre nos atormentaba con las fotos de su vida cuando la visitábamos. La mujer se sentó a mi lado y puso el álbum sobre sus muslos. Lo abrió y comenzó a pasar páginas, destacando aquellas en que sus hijos salían mejor.
Tenía dos hijos y una hija. El mayor tenía veintitantos y ya había levantado el vuelo, el menor tenía once y estaba ahora mismo en clase de padel, la muchacha tenía dieciocho años y una cara de viciosa que no podía con ella. Hubo una foto que me la puso especialmente dura. Parecía ser de una fiesta de fin de año o algo por el estilo. La chica parecía un puto asco.
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