
Descripción de Reino de ladrones parte 1 5z6y2z
Reino de ladrones parte 1 - Leigh Bardugo 3x1136
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Bucavivo presenta. Reino de ladrones, de Lee Bardugo. Traducción de Carlos Los Certales y narrado por Juanma Martínez, Pedro M. Sánchez, Chema Agullo, Estela Benita, Albert Cortés, Carlos Urrutia, Fernando Cea y Saron López. Para Holly y Sara, que me ayudaron a construirlo.
Para Noah, que se aseguró de que las paredes se mantuvieran en pie. Para Joe, que me mantuvo en pie a mí. Grisa, soldados del segundo ejército, maestros de la pequeña ciencia.
Corporalki, la orden de los vivos y los muertos, mortificadores, sanadores.
Eterealki, la orden de los invocadores, vendavales, inferni, agitamareas.
Materialki, la orden de los hacedores, durats, alquemi.
Primera parte. Destierro.
1. Redvenko. Redvenko se acodó en la barra de la taberna y metió la nariz en su vaso diminuto y sucio. El whisky no conseguía hacerlo entrar en calor. Nada podía hacer entrar en calor en aquella ciudad dejada de la mano de los santos. Y era imposible escapar del tufo. Un caldivaldo enrarecido de agua estancada, almejas y adoquines húmedos, que parecía habersele colado por los poros, como si lo hubieran puesto en remojo en la esencia de la ciudad. La peor taza de té del mundo. Se notaba especialmente en el barril, y aún más en el miserable estercolero en el que se encontraba.
Un cuchitril en la planta baja de uno de los edificios de apartamentos más mugrientos del barrio, con el techo combado por la humedad y la dejadez de los obreros, y las vigas ennegrecidas por culpa del hollín de una chimenea con el tiro obstruido, que no funcionaba desde hacía mucho tiempo. El suelo estaba sembrado de serrín para absorber la cerveza derramada, el vómito y cualquier otra sustancia que los parroquianos pudieran arrojar de sí.
Redbenco se preguntaba cuánto tiempo llevaría sin barrer esa tarima. Enterró la nariz con más fruición en el vaso, inhalando el olor dulzón del whisky barato hasta que le lagrimearon los ojos. Se toma por la boca, no por la nariz, dijo el camarero entre risas. Redbenco dejó el vaso en la barra y lo miró con ojos turbios.
El camarero tenía el cuello grueso y el pecho ancho de un verdadero matón. Redbenco lo había visto echar a la calle a más de un cliente pendenciero, pero le costaba tomárselo en serio al verlo vestido con el absurdo estilo de los jóvenes del barril. Una camisa rosa, cuyas mangas ceñidas parecían a punto de reventar por el gran tamaño de sus bíceps, y un estridente chaleco a cuadros rojos y naranjas.
Parecía una nécora vestida de gala. Dime algo, dijo Redbenco. Apenas chapurreaba el kerch, y eso cuando estaba sobrio. ¿Por qué la ciudad huele tan mal? ¿Como sopa vieja? ¿Como fregadero hasta arriba a platos? El camarero se echó a reír. Así es Ketterdam, ya te acostumbrarás. Redbenco sacudió la cabeza. No quería acostumbrarse a esa ciudad ni a su olor.
Aunque se había aburrido mucho trabajando para el consejero Hoth, al menos entonces disponía de una habitación seca y calentita. El valioso sirviente grisa del consejero había vivido rodeado de comodidades y con la barriga siempre llena. Pero incluso así había maldecido a Hoth, hastiado de su trabajo custodiando los barcos del mercader cuando transportaban cargamentos caros, y furioso por las condiciones de su contrato, ese acuerdo insensato que había firmado para poder escapar de Ravka tras la guerra civil. Pero ahora, ahora no podía evitar recordar el taller grisa de la casa de Hoth.
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