Regresa a Ítaca Ep.22- Procrastinación 1b1in

Hace mucho tiempo, en una ciudad muy bulliciosa, vivía Valeria. Valeria era una de las niñas más soñadoras y creativas que se podían esperar. Con sólo tres años había ganado el prestigioso concurso de garabatos de infantil. A los ocho años se perfilaba como la ganadora nacional de su país. Valeria vivía cada reto con emoción. Siempre pensaba, cuánto me gusta, adoro pintar y que la gente viva tanto la pintura como yo.

Sin embargo, un día las cosas dejaron de ser tan divertidas, de pronto comenzó a quedarse en los últimos puestos. Así que, sus padres pensaron que a lo mejor era que lo dejara. No obstante, Valeria no era de las que se rendían. Decidió practicar cada día después de terminar el cole y sus deberes. Empezó con energía. Ese mismo lunes, cogió sus pinceles y un lienzo en blanco y se dispuso a pintar. Justo cuando iba a empezar, se dio cuenta que le faltaba el vaso de agua. Si no, ¿cómo lo iba a hacer? Así que se fue a la cocina.

Allí se encontró con su madre y empezó a contarle su día en el cole. Cuando se quiso dar cuenta, ya había pasado media hora, así que le habló a su madre de la difícil tarea que tenía entre manos y se fue con el vaso de agua. Ahora ya no había problema.

¿O sí? ¿Dónde había dejado las pinturas? Pero si habría jurado que estaban ahí, se dijo. Así que se puso a buscarlas por toda la casa. Y estaba claro que no podían haber ido muy lejos. Al final, las encontró en un cajón de su cuarto, pero ya era la hora de cenar, así que decidió que lo mejor sería hacerlo después. A fin de cuentas, nadie es creativo con el estómago cerrado. Una vez que terminó de cenar, se dio cuenta que era miércoles y ponía su serie favorita por la tele.

No se la podía perder. Lo haría después de verla, pero lo cierto es que al terminar estaba tan cansada que pensó que mañana sería otro día y podría continuar donde lo había dejado. Al día siguiente tenía el vaso y las pinturas, pero pensó en lo que iba a hacer y, en ese momento, sonó un bing en su teléfono. Era su amiga María que le ponía el día de los últimos cotilleos de clase. Por lo visto, Jaime se había peleado con Carlos. Ellos, que eran mejores amigos.

¡Raro! Valeria les conocía bien y estaba segura de que debía de haber algún motivo, y estaba dispuesta a llegar a la raíz del asunto. Descubrir lo que pasó le llevó una hora. Sin embargo, había ayudado a unos compañeros de clase y había merecido la pena. Ahora sí que ya podía empezar. Iba a comenzar a pintar el cielo azul, cuando se dio cuenta que no le quedaba apenas azul. Con eso no le iba a dar ni para medio cielo, así que se fue a la tienda, pero en el camino vio a una vecina y se entretuvo.

Para cuando quiso llegar la tienda ya estaba cerrada. La historia no acaba ahí. Cada día algo pasaba. Ese dichoso cuadro pasó a ser una pasión o una tortura que jamás llegaba a su fin. Valeria perdió concursos y llegó un momento en que dejó hasta de apuntarse. No tenía interés ninguno. Odeaba ese cuadro y lo que era peor aún, se odiaba a ella. Sentía que ya no servía, que se había vuelto vaga, o eso le repetían las personas de su alrededor, salvo su padre.

Viendo la situación de su hija, decidió buscar una solución, y así fue como se presentó Ro en casa. Una chica optimista, paciente, resueña, que lejos de ser una profesora, decidía que era una despertadora de sueños. Y al menos eso fue lo que consiguió con Valeria.

De todo ello, Valeria se quedó con lo mejor que Ro le había aportado. No dejes nunca para mañana lo que puedes hacer hoy, porque de este modo nunca conseguirás tus sueños. ¿Qué hizo a partir de entonces Valeria? Se empezó a fijar plazos cortos. Cuando se ponía a hacerlo, se había asegurado antes de contar con todo. Decidió desconectar de todo aquello que la distraía. No móviles, no visitas a la cocina. Después de una hora solo pintaba.