
Descripción de ¿Por qué China resiste? 2g4s1e
La guerra comercial que Donald Trump ha declarado a todo el mundo busca, según él, reequilibrar el comercio y repatriar la industria a Estados Unidos, pero, después de tanto ruido, sólo los aranceles a China se han mantenido firmes. El resto han quedado suspendidos durante un trimestre hasta que se negocien nuevos términos comerciales. La Unión Europea, Canadá y Japón han optado por una postura cautelosa, han despachado a toda prisa negociadores a Washington para evitar la confrontación directa. Su idea es dejar que Trump se equivoque solo y luego recoger el beneficio. Pero en China no han ido por ahí. Xi Jinping ha respondido con contundencia, quiere luchar "hasta el final" contra lo que considera una agresión injusta, incluso si esto lleva a una ruptura total del comercio bilateral lo que equivaldría a una disociación económica. El comercio con Estados Unidos representa el 3% del PIB chino y el 15% de sus exportaciones, unos 450.000 millones de dólares anuales. Sigue siendo, a pesar de que las relaciones comerciales ya eran tirantes, el segundo destino para las exportaciones chinas tras la Unión Europea. Los nuevos aranceles han encarecido tanto los productos chinos en Estados Unidos que muchos han dejado de ser competitivos, lo que podría reducir el crecimiento del PIB chino entre 1,5 y 2 puntos porcentuales. Eso podría traducirse en cierres de empresas y el consecuente aumento del desempleo en una economía que ya está bajo presión. Para compensarlo China planea incrementar su presencia en el mercado europeo, lo que podría saturar Europa de productos chinos. Los aranceles podrían forzar a países del sudeste asiático, como Vietnam o Tailandia, a alinearse con Estados Unidos, cuyo mercado es atractivo por su alta renta y desaforado consumo. Estos países, antes dependientes de China económicamente, podrían priorizar ahora a Estados Unidos, siempre, eso sí, que Trump no termine espantándolos. Pero eso tampoco ha disuadido a China de responder con dureza, que con esto hace un cálculo estratégico: ceder ante Trump podría debilitar la autoridad de Xi Jinping y del primer ministro Li Qiang, que temen que una postura conciliadora no garantizaría la eliminación de los aranceles y además erosionaría su legitimidad interna. China percibe los aranceles como un intento deliberado de frenar su ascenso, una prioridad de la política exterior estadounidense desde el primer mandato de Trump, continuada luego por Biden. A diferencia de 2018, cuando China negoció para preservar las relaciones, ahora ve la relación con Estados Unidos como irreparable y se prepara para un entorno hostil. Xi Jinping ha reforzado el control político y social, ha abandonado cualquier expectativa de liberalización, y apuesta por la autosuficiencia en tecnología, la inteligencia artificial y el control de las cadenas de suministro. La reestructuración no es cosa de ahora. Llevan años reorientando su industria hacia el consumo interno y con proyectos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta. La fortaleza tecnológica china, ejemplificada en casos como el de DeepSeek, y el crecimiento de su sector de defensa, refuerzan su confianza. La opinión pública también rema en esa dirección. La retórica trumpista ha provocado mucho resentimiento en el chino de a pie. Para los nacionalistas, la ruptura comercial es algo deseable que les liberaría de la dependencia de Estados Unidos. Xi Jinping busca proyectar esa fortaleza de cara al mundo y posicionar a China como la guía moral en el panorama internacional. Sólo ven beneficios en esto, toda una oportunidad que no quieren dejar pasar. En La ContraRéplica: 0:00 Introducción 4:06 ¿Por qué China resiste? 28:28 Doble rasero judicial 36:27 Las razones de Trump 41:51 Izquierda librecambista · Canal de Telegram: https://t.me/lacontracronica · “Contra la Revolución sa”… https://amzn.to/4aF0LpZ · “Hispanos. 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Soy Fernando de Azvillanueva, hoy es 17 de abril de 2025, y esto es la Contracrónica.
La guerra comercial que Donald Trump ha declarado a todo el mundo busca, según él, reequilibrar el comercio y repatriar la industria a Estados Unidos. Pero, después de tanto ruido, solo los aranceles a China se han mantenido firmes. El resto han quedado suspendidos durante un trimestre hasta que se negocien nuevos términos comerciales.
La Unión Europea, Canadá y Japón han optado por una postura cautelosa. Han despachado a toda prisa negociadores a Washington para evitar la confrontación directa. Su idea es dejar que Trump se equivoque solo y luego recoger el beneficio. Pero en China no han ido por ahí.
Xi Jinping ha respondido con contundencia. Quiere luchar hasta el final, y esto es textual, contra lo que considera una agresión injusta. Incluso si esto lleva a una ruptura total del comercio bilateral, lo que equivaldría a una disociación económica. El comercio con Estados Unidos representa aproximadamente el 3% del PIB chino y el 15% de sus exportaciones, unos 450 mil millones de dólares anuales. Sigue siendo, a pesar de que las relaciones comerciales ya eran tirantes, el segundo destino para las exportaciones chinas tras la UE.
Los nuevos aranceles han encarecido tanto los productos chinos en Estados Unidos que muchos de ellos han dejado de ser competitivos, lo que podría reducir el crecimiento del PIB chino entre 1,5 y 2 puntos porcentuales. Eso podría traducirse en cierres de empresas y el consecuente aumento del desempleo, en una economía que, por cierto, ya está bajo presión. Para compensarlo, China planea incrementar su presencia en el mercado europeo. Esto podría tener consecuencias, podría saturar Europa de productos chinos. Los aranceles podrían forzar a países del sudeste asiático, como Vietnam o Tailandia, a alinearse con Estados Unidos, cuyo mercado es atractivo por su alta renta y su desaforado consumo.
Estos países, antes dependientes de China, económicamente podrían priorizar ahora a Estados Unidos, eso sí, siempre y cuando Trump no termine espantándoles. Pero eso tampoco ha disuadido a China de responder con dureza, que con esto hace un cálculo estratégico. Ceder ante Trump podría debilitar la autoridad de Xi Jinping y del primer ministro, de Li Kang, que temen que una postura conciliadora no garantizaría la eliminación de los aranceles y, además de eso, erosionaría su legitimidad interna.
China percibe los aranceles como un intento deliberado de frenar su ascenso, una prioridad de la política exterior estadounidense desde el primer mandato de Trump, que luego continuó Joe Biden. A diferencia de 2018, cuando China negoció para preservar las relaciones, ahora ven la relación con Estados Unidos como algo irreparable y se preparan ya para un entorno hostil. Xi Jinping ha reforzado el control político y social del país, ha abandonado cualquier expectativa de liberalización y apuesta por la autosuficiencia de la tecnología, en inteligencia artificial y en el control de las cadenas de suministro.
La reestructuración no es cosa de ahora, llevan años reorientando su industria hacia el consumo interno y mediante proyectos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta. La forzaleza tecnológica de China, ejemplificada en casos como el de Ipsic y el crecimiento de su sector de defensa, refuerzan su confianza. La opinión pública también rema en esa dirección.
La retórica trumpista ha provocado mucho resentimiento en el chino de a pie. Para los nacionalistas chinos, la ruptura comercial con Estados Unidos es algo deseable, que les liberaría de la dependencia de este país. Xi Jinping busca proyectar esa fortaleza de cara al mundo y posicionar a China como la guía moral en el parónoma internacional. En definitiva, que solo ven beneficios en esto.
A pesar de las amenazas de Donald Trump de imponer aranceles altísimos a todo el mundo por razones que ya conocemos, al menos son las que ellos han puesto, eso de reequilibrar el comercio y traerse las fábricas de vuelta a casa, lo cierto es que los aranceles a China después de un par de semanas son los únicos que se han mantenido en firme. Y, ojo, no todos.
Los aranceles recíprocos, el viernes pasado, los dejaron en suspenso. El resto de los aranceles recíprocos, pero solo para los de fuera de China, en China, los ha mantenido, eso sí, siempre y cuando no fueran los de productos electrónicos. La Unión Europea y Canadá, frente a esto, Japón también y Corea del Sur, lo que han preferido hasta el momento es mantenerse
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