Meditaciones breves del Evangelio diario r3t

Jesús no solo intercede por sus apóstoles, sino por todos los que creerán en Él a través de su palabra. Esto nos incluye a ti y a mí. Es conmovedor saber que antes de su pasión, Jesús oró por cada uno de nosotros, por nuestra fe y nuestra comunión.

Jesús ruega al Padre por la unidad de sus discípulos, una unidad que no es uniformidad, sino comunión profunda, reflejo del amor entre el Padre y el Hijo. Es una unidad basada en la fidelidad a la Palabra, en la verdad, y en el amor mutuo, que da testimonio al mundo de que Jesús es el Enviado del Padre.

Estas palabras marcan un momento solemne: la entrega de Jesús en la cruz está cercana. No es una hora de derrota, sino de glorificación, porque en ella Jesús manifiesta plenamente el amor del Padre. La gloria no se entiende aquí como esplendor exterior, sino como el amor llevado hasta el extremo.

Los discípulos, emocionados por la claridad de las palabras de Jesús, confiesan su fe: “ahora creemos que saliste de Dios”. Pero Jesús, con lucidez y ternura, les revela que su fe aún está por ser probada. Él no reprende, sino que prepara su corazón para la crisis que viene: la dispersión, el abandono, el miedo.

Jesús, al ascender al cielo, no abandona a sus discípulos. Por el contrario, los confirma en la misión y les recuerda que recibirán al Espíritu Santo, la “fuerza de lo alto”. Esta escena cierra el evangelio de Lucas como una puerta abierta hacia la misión y hacia el nacimiento de la Iglesia.

La primera actitud de María tras la Anunciación no es replegarse ni encerrarse en su propio misterio, sino salir al encuentro de su prima Isabel, que está embarazada en su vejez. María se convierte en un modelo de caridad diligente: va “con prontitud” a servir y compartir la alegría.

Jesús prepara a sus discípulos para lo que está por venir: su pasión y muerte. Les anuncia el dolor profundo que experimentarán, contrastando con la aparente victoria del mundo que se alegrará al verlo eliminado. Pero esta tristeza no es definitiva.

El fragmento revela el desconcierto de los discípulos ante el lenguaje misterioso de Jesús. El Maestro está anunciando su muerte y resurrección, pero ellos aún no comprenden del todo el alcance de su partida ni el significado profundo del "poco tiempo".

Jesús prepara a sus discípulos para el tiempo que vendrá después de su Pascua. Reconoce la limitación de sus discípulos para comprenderlo todo en ese momento, pero también anuncia una promesa decisiva: la venida del Espíritu de la verdad.

El pasaje que leemos tiene un tono profundamente consolador y al mismo tiempo profético. Jesús prepara a sus discípulos para su partida, pero no desde la resignación, sino desde la esperanza activa.

Jesús prepara a sus discípulos para los tiempos difíciles que vendrán, pero lo hace con palabras llenas de consuelo y promesa. Promete el envío del Espíritu Santo, el Paráclito (Defensor o Consolador), que vendrá de parte del Padre. Este Espíritu es el que mantendrá viva la verdad revelada por Jesús y dará testimonio de Él. Pero no lo hará solo: los discípulos también darán testimonio.

Jesús no habla de un amor sentimental, sino de un amor activo: "El que me ama guardará mi palabra". Amar a Jesús significa vivir conforme a su palabra, interiorizar su mensaje y hacer de él la guía de nuestra vida.

En el discurso de despedida, Jesús no sólo instruye sobre el amor, sino que también previene a sus discípulos sobre las dificultades y rechazos que vendrán.

El pasaje del evangelio de hoy pertenece al discurso de despedida de Jesús, antes de su pasión, y resume el corazón de su enseñanza: el amor como mandato y estilo de vida del discípulo. “Que os améis como yo os he amado”: no se trata de un amor cualquiera, sino del amor de Cristo, que es total, incondicional, sacrificado. Jesús no manda simplemente a amar, sino a amar como Él.

El pasaje forma parte del discurso y gesto del lavatorio de los pies en la Última Cena. Jesús acaba de realizar un acto profundamente contracultural: el Maestro se ha hecho servidor, tomando el lugar del más humilde de los criados.

Estamos ante uno de los discursos más intensos de Jesús. Él se presenta como la "vid verdadera", es decir, la fuente de vida plena y fecunda. Los discípulos somos los sarmientos: ramas que viven y fructifican sólo si están unidas al tronco, que es Cristo.

Este texto es uno de los más profundos y conmovedores del Evangelio de Juan. Jesús está a punto de entrar en su Pasión, y sin embargo, no habla de miedo ni de sufrimiento, sino de paz. Una paz que no es la del mundo, frágil y condicionada, sino la paz que nace de la unión con el Padre, la paz del corazón enraizado en el amor de Dios.

Jesús vincula el amor verdadero con la obediencia a su palabra: no basta decir que se le ama, hay que demostrarlo guardando sus mandamientos, es decir, viviendo según su Evangelio. Para el evangelista Juan, el amor no es un sentimiento abstracto, sino una actitud activa, concreta y fiel a la voluntad de Dios.

Este breve pero profundo pasaje forma parte del discurso de despedida de Jesús durante la Última Cena. Acaba de salir Judas, el traidor, y en ese contexto tan oscuro, Jesús pronuncia palabras de gloria, amor y esperanza.

Hoy leemos un pasaje profundamente cristológico y teológico. Jesús revela el corazón de su identidad: Él y el Padre son uno. No es un simple enviado, sino que en Él se manifiesta plenamente el rostro del Padre. Ver a Jesús es ver al Padre; escucharlo es escuchar al Padre.