ORACIÓN por el PAPA FRANCISCO: Un Tributo a su Liderazgo de Misericordia | Audio Devocional 6g3u5z

Oración en honor al Papa Francisco, Dios de misericordia y amor eterno, hoy elevamos nuestras voces y corazones en profunda gratitud por la vida y el ministerio de tu siervo, el Papa Francisco, tú que lo llamaste desde los confines del sur del mundo para pastorear a tu iglesia universal, le has concedido la humildad de San Francisco, la sabiduría de los antiguos profetas y el coraje de los apóstoles, gracias por su testimonio de fe sencilla pero profunda, por su entrega al evangelio sin adornos, por su cercanía a los pobres, a los excluidos, a los olvidados y a los que sufren. Señor, que su voz siga resonando como un faro de esperanza en medio de un mundo herido por el egoísmo, la violencia y la indiferencia, que su ejemplo siga inspirando a pastores y fieles a caminar con los pies descalzos por los senderos del amor, a tocar las llagas de la humanidad con ternura y a construir puentes donde otros levantan muros. Te pedimos, Padre bueno, que lo fortalezcas con salud, alegría interior y paz en su corazón, protégelo de toda adversidad, dale palabras justas en tiempos difíciles y rodea su vida de personas que lo acompañen con afecto, sabiduría y oración.

Espíritu Santo, sopla sobre él con renovado vigor, ilumina su discernimiento, guía sus decisiones y consuélalo en los momentos de soledad, que su magisterio siga siendo luz para las naciones, bálsamo para los pueblos y semilla de unidad en la iglesia, que tanto ama y sirve con entrega generosa. Santa María, madre de la iglesia, cúbrelo con tu manto de ternura, camina junto a él como lo hiciste con tu hijo en el sendero de la cruz. San José, custodio fiel, sé su protector y amigo. San Pedro, intercede para que no desfallezca en su misión de confirmar a los hermanos en la fe y nosotros, como pueblo de Dios, comprometemos nuestra oración constante, nuestra escucha atenta y nuestro amor sincero, para que, bajo su guía, sigamos creciendo en comunión, misericordia y santidad. Y nosotros, como pueblo de Dios, comprometemos nuestra oración constante, nuestra escucha atenta y nuestro amor sincero, para que, bajo su guía, sigamos creciendo en comunión, misericordia y santidad. Nos comprometemos a ser discípulos valientes, sembradores de paz, artesanos de justicia y testigos de la alegría del evangelio que él nos predica con la fuerza de su vida entregada. Que nuestras comunidades se renueven con su llamado a una iglesia en salida.

Una iglesia que no teme ensuciarse los pies en los caminos del mundo. Una iglesia que acoge, que escucha, que abraza al herido, al migrante, al caído, al que ha sido olvidado. Que sepamos, con su ejemplo, mirar a los demás con ternura y no con juicio. Abrir nuestras manos al prójimo sin importar su origen o creencia. Y construir, desde lo cotidiano, un mundo donde reine la fraternidad y la dignidad humana. Danos, señor, la valentía que él nos inspira para cuidar de la casa común, para levantar la voz frente a la injusticia, para ser sensibles ante el clamor de la tierra y el grito de los pobres. Que su encíclica laudato si, no quede como una carta escrita, sino como un fuego vivo que impulse nuestras acciones, nuestras decisiones y transforme nuestras maneras de evitar este mundo que tú nos has confiado. Acompáñanos, Dios bueno, mientras respondemos a su llamado a la sinodalidad. A caminar juntos como pueblo de Dios, discerniendo unidos tu voluntad, superando divisiones, escuchando al espíritu y dando testimonio de unidad en la diversidad. Que aprendamos a dialogar con respeto, a escuchar con humildad y a descubrir en cada hermano y hermana la presencia viva de Cristo resucitado.

Te pedimos que lo sostengas, Señor, en las noches de cansancio, cuando el peso del mundo y de la iglesia se vuelve más denso sobre sus hombros. Dale descanso en ti, consuelo en la oración, alegría en los pequeños gestos, esperanza en cada rostro joven, en cada madre agradecida, en cada anciano que lo bendice en silencio. Y que cuando llegue la hora de su descanso definitivo, cuando haya corrido la carrera, mantenido la fe y amado sin medida, pueda presentarse ante ti, Señor de la historia, con las manos gastadas de tanto bendecir, con el corazón lleno de nombres, con la mirada fija en Jesús, a quien ha seguido hasta el final. Que entonces lo acojan en la morada eterna a los santos que tanto invocó, que lo reciba María, su madre, con los brazos abiertos, y que lo rodee la alegría de los pobres y humildes que lo reconocieron como un padre, como un pastor cercano, como un servidor fiel del evangelio. Hasta entonces, Señor, danos el don de su presencia entre nosotros, y haz que su palabra siga encendiendo conciencias, moviendo corazones y renovando la faz de la tierra. Todo esto te lo pedimos, Dios de bondad y amor infinito, por Cristo nuestro Señor, que vive y reina contigo en la tierra.