Nick y el planeta artificial (Episodio 3) - Audio relatos miserables u622r

En los oscuros confines del espacio, donde las estrellas solo sirven para iluminar la miseria humana, encontramos de nuevo a Nick. Transportista, perdedor profesional y mártir de una existencia diseñada para exprimirlo hasta la última gota de dignidad. Atado a una nave más vieja que su paciencia y con menos garantías de funcionamiento que su cuenta bancaria, Nick sobrevive a base de transportar exquisiteces intergalácticas para los ricos y degenerados de Marte. Hablamos de café fermentado en los intestinos de una civeta, testículos de búfalo criados con esencias exóticas y pezones de ocelote porque al parecer el lujo es un sinónimo elegante de fetiches innecesarios.

Pero como la vida de Nick es un torrente interminable de decisiones cuestionables, en su último encargo acabó con un polizón inesperado. El Dr. Almizkle, un lunático con ínfulas de científico que ha elevado la diarrea animal al rango de arte culinario. Pero esta vez la miseria le ha preparado algo especial, un nuevo encargo, un nuevo destino y como no podía ser de otra manera, una nueva jodida complicación. Porque en este universo si algo puede salir mal, no solo saldrá mal, sino que lo hará con el dramatismo de una explosión nuclear en un baño público. Bienvenidos a un nuevo episodio de Nick Transportista Espacial.

¿Pero qué cojones es ese ruido, tío? Eso es el radar de la nave.

Joder, está claro que la tecnología no es lo tuyo, macho. He visto lavadoras con sonidos más modernos que esta mierda.

Que sea una mierda o no, este radar nos indica que acaba de salir una nave justo de donde lo hemos hecho nosotros.

Pues no es por nada, pero si viene de allí solo puede ser una cosa.

Nick se removió en su asiento, sintiendo el sudor frío resbalar por su nuca. Las palabras del lunático metanfetaminado aún resonaban en su cabeza.

¡Mírame a los ojos, hijo de...

...el puto doctor albicle o un simple gilipollas que está en el lugar equivocado en el momento equivocado. Voy a salir por esa puerta en busca de mi presa. Si no la encuentro pienso recorrer todo el puto universo hasta que te encuentre. Anota bien lo que te estoy diciendo. Si no encuentro a nadie más vale que vigiles, hijo de la gran puta, tanto si es debajo de un vol de arroz como de un cagadero.

Si me has jodido, te buscaré, te encontraré y practicaré el medievo con tu culo. ¿Te ha quedado claro? ¡Hostia puta! ¡Estoy jodido! ¡Oh, mira, Nick! Como milagro del destino, Miseria Express se abra ante nosotros. Un paraíso de la decadencia y la avaricia. El mejor lugar para un padre ejemplar como tú, que solo busca cumplir el sueño eréctil de su hijo primogénito.

¡Cierra la puta boca, joder! Miseria Express emergía de la nada. Un tumor de acero y neón incrustado en la negrura del espacio. Desde lejos parecía un vertedero cósmico abandonado a su suerte, pero al acercarse la verdad se revelaba con la sutileza de un golpe en los dientes. Una metrópolis parásita aferrada a la economía interestelar como una garrapata drogada con esteroides.

Las luces de neón no solo iluminaban la ciudad, la abrasaban. Anuncios titilantes prometían lujos imposibles en créditos diferidos, hipotecas vitalicias para comprar mierda sin sentido, brazos robóticos para abrir latas de sopa, colchones con memoria de traumas infantiles, chicles con sabor a una infancia que nunca fue feliz. Y bajo ese resplandor tóxico la humanidad reptaba entre los escombros de su propia decadencia.

En cada callejón, en cada grieta de su arquitectura deforme, los despojos humanos deambulaban como ratas cibernéticas, parcheando sus cuerpos con implantes de segunda mano y apostando sus últimos créditos en casinos que no tenían relojes, porque el tiempo, en Miseria Express, solo existía para los que perdían. No era una ciudad, era una trampa, un altar a la desesperación con oferta de 2x1.