
Descripción de Mi collar de sumisión 15272n
Un mensaje, una orden velada, una prueba de obediencia que la lleva a cruzar un umbral sin retorno. Entre el rubor de la vergüenza y la adrenalina del deseo, Vega dará su primer paso hacia un destino sellado por un collar. Pero, ¿es realmente libre quien elige su propia jaula? ¿O solo es el principio de un juego mucho más profundo? Acompáñanos en este episodio y descubre hasta dónde llega el eco de una simple palabra: obediencia. 6l5d6x
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
El secreto de vega, relatos de dolor y placer.
El atardecer dorado pintaba la ciudad, pero la vibración del móvil eclipsó su belleza.
Secreto, un mensaje frío, tienda animales, collar, obediencia, la palabra clavada en mi mente, no como orden, sino como posesión, obediencia, la idea excitante y humillante germinó en mi interior, a secreto, mi dueño invisible, a su voluntad ahora mi destino.
Pero con un punto de rebeldía contesté al mensaje, ¿qué pasa si me niego? Tardó un par de minutos en responder, sabes que no lo harás, si te niegas volverás a tu mundo ridículo de masturbaciones y autocastigos, sabes que me necesitas, sabes que quieres ser mía.
Tenía razón, estaba deseando ser sometida por alguien, y esa era mi oportunidad, así que decidí cumplir su voluntad.
La tienda se alzó ante mí, antes un lugar más, hoy, escenario de mi entrega.
El ruido urbano se apagó, solo resonaba su orden, collares en vitrina, cuero, tela, metal, objetos banales que bajo su mandato se volvían instrumentos de control, símbolos de pertenencia, un escalofrío placentero ante la humillación inevitable.
La puerta se abrió sola, como si me esperara, el timbre metálico, anuncio de mi sumisión.
Olor denso a animal, serrín, comida enlatada, atmósfera cargada, opresiva y excitante.
El dependiente, amable, preguntó, ¿le ayudo? Rubor en mis mejillas, la sangre latiendo en mis sienes, ¿ante la vitrina? Fingí buscar, ocultando mi verdadera misión.
Un collar, muy grande, susurré con voz temblorosa, asintió, mostrando collares robustos, cuero grueso, hebillas sólidas, para él, rios, para mí, grilletes simbólicos, promesas oscuras, humillación consentida.
Uno captó mi atención, cuero negro, broche de corazón plateado, ironía perversa, dualidad excitante, dureza y entrega.
Lo señalé, su mano lo tomó con naturalidad, ajeno a mi turbación.
Mientras lo envolvía, mi piel ardía bajo la ropa, el pulso entre mis piernas.
Pago, evito su mirada.
Bolsa en mi bolso, secreto prohibido, llave a mi sumisión.
Salí, el aire fresco no calmó mi excitación, nervios, curiosidad, vergüenza, y esa oscura anticipación que secreto había sembrado.
En casa cerré la puerta, el silencio expectante me envolvía.
Saqué la bolsa, desenrollé el papel con lentitud, revelando el collar, cuero suave al tacto, broche frío, objeto de mi deseo impuesto, anhelo de entrega total.
Ante el espejo lo llevé a mi cuello, piel erizada por el o frío.
Ajusté el broche, el cuero ceñido a mi garganta, límite tangible, libertad voluntariamente cedida.
Con el collar puesto, desnuda a cuatro patas ante el espejo, en mi postura sumisa, instintiva, entregada absolutamente, vulnerable expuesta y deseada, al principio entregada a la sumisión, luego el peso, la tensión, la incomodidad, el dolor intensificando la experiencia, cada temblor, cada molestia, un recordatorio físico de mi elección.
Permanecí inmóvil, sintiendo la sumisión en cada fibra de mi cuerpo, en mi postura animal, en el abandono de mi forma humana.
El collar, guía física, era el recordatorio de humillaciones voluntarias, un alivio cálido y húmedo inundó mi cuerpo, las marcas rojas en muñecas y rodillas, sellos visibles de mi sumisión encarnada.
Ante el espejo, la mujer animal me miraba, ya no era la misma, en sus ojos una chispa oscura de comprensión prohibida, el collar, más que un objeto, símbolo de mi entrega, lista para explorar las sombras, para sumergirme en las profundidades de mi deseo, guiada por lo secreto, poseída por su...
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