
Kafka, escritor total (II): el ocaso 3o5223
Descripción de Kafka, escritor total (II): el ocaso 64174a
Fundación Juan March La vida de Franz Kafka tomó un cambio de rumbo a partir de 1917, cuando aparecieron los primeros síntomas del declive de su salud. Las estancias fuera de Praga y el final de su relación con Felice Bauer marcaron estos años, en los que escribió obras como El proceso, El médico rural, El castillo y Un artista del hambre. En la segunda y última conferencia del ciclo Franz Kafka: un escritor total, el traductor, crítico, ensayista y doctor en Filosofía, Luis Fernando Moreno Claros, analiza la madurez de Kafka, desde 1912 hasta su fallecimiento en 1924. La sesión incluye la lectura dramatizada de textos de y sobre Kafka por el actor Arturo Querejeta. #kafka #literatura #fundacionmarch #lamarch Más sobre escritores: • Literatura Fundación Juan March, Madrid 4l5p3w
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El martes pasado dejamos a Kafka con una visión muy particular del matrimonio.
En su fantasía, Félix y él se asemejaban a una pareja de enamorados que, atados por las muñecas, eran conducidos a la guillotina durante la sangrienta Revolución sa.
Eso era para él el matrimonio.
Empezaba el año 1913 cuando le escribió este pensamiento.
Ni siquiera hacía un año que conocía a Félix.
No se habían vuelto a ver en persona desde su primer encuentro en Praga, pero ya se habían confesado por carta que se querían.
Kafka escribía a Félix obsesivamente, como ya dije el otro día, a veces hasta dos cartas diarias, y le exigía a ella que le correspondiese con igual intensidad.
Cuando las cartas de la amada se retrasaban, aunque fuera sólo un día, a él le asaltaban negros pensamientos.
Pensaba que Félix se había cansado de él e iba a abandonarlo.
Y enseguida volvía a escribirle otra vez para suplicarle que no lo hiciera.
Kafka no disimulaba ningún rasgo de su complicada personalidad, obsesiva y neurótica.
Todo cuanto sentía fuera bueno o malo, se lo contaba a Félix. Descargaba en ella el peso de las propias extravagancias, de los propios miedos y las propias indecisiones.
Solía decirle que su vida era un horror, literalmente.
La principal amargura era la falta de tiempo para escribir.
El trabajo oficinesco le impedía llevar una vida de escritor, que era la que él quería llevar.
Además, se sentía ahogado en Praga y aborrecía la vida familiar con sus pequeñas imposiciones.
Detestaba la falta de intimidad en aquella vivienda donde él habitaba con su familia, en la que su habitación podía ser asaltada en cualquier momento por algún miembro de la casa.
Del mes de octubre de 1912 proviene un pequeño texto titulado Gran ruido, que Kafka publicó en una revista de literatura a modo de pequeña venganza hacia su ruidosa familia, porque en este texto se describía el ruido que le rodeaba a él, que estaba en una habitación donde podía entrar, porque tenía dos puertas la habitación, entonces para pasar a un balcón que había, pues podían entrar en cualquier momento en su habitación y luego la casa pues era muy ruidosa, claro.
Entonces Arturo nos va a leer el texto este que se llama Gran ruido.
Estoy sentado en mi habitación, en el cuartel general del ruido de la vivienda entera.
Oigo cerrar de golpe todas las puertas.
Mediante su ruido únicamente se me ahorran las pisanas de quienes pasan corriendo entre ellas, pero incluso así aún oigo el golpeteo de las puertas del horno al cerrarse en la cocina.
Padre irrumpe por las puertas de mi habitación y la atraviesa arrastrando su albornoz de noche.
En la habitación de al lado raspan las cenizas de la estufa.
Bali pregunta a través de la antesala gritando cada palabra si ya se ha limpiado el sombrero de padre.
Un chistar que quiere ser amigable para conmigo eleva aún más los gritos de una voz que responde.
Llaman al timbre de la puerta de la vivienda y el ruido parece el de una garganta acatarrada.
Se abre luego con el cantar de una voz femenina y se cierra al fin con un seco y varonil portazo que resume de la manera más despiadada.
Padre se ha ido.
Ahora empieza el ruido más suave, más disperso y desesperanzado, liderado por el canto de los dos canarios.
Anteriormente pensé, y con los canarios se me ocurre otra vez, si no debería abrir la puerta hasta dejar una pequeña rendija.
E igual que una serpiente, deslizarme hasta la habitación de al lado y de este modo, desde el suelo, pedirles a mi hermana y a su señorita silencio.
Este fue un pequeño texto que publicó.
Aquí está la vivienda donde él vivía entonces.
Ahí esta era su habitación, esta era la de su madre.
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