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Relatos Sexuales Liberales
La hija perfecta p11.

La hija perfecta p11. 2q1lf

3/3/2025 · 57:15
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Relatos Sexuales Liberales

Descripción de La hija perfecta p11. 6o2g5u

La hija perfecta parte 11. León y Helena se enfrentan en un duelo final de poder y verdad. si quieres y gustas aportar al canal puedes arnos por o el pay pal [email protected] paypal.me/relatossex fuente / autor https://www.todorelatos.com/relato/229363/ 562q4d

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Gracias por estar en sintonía. Si aún no estás suscrito, te invito a hacerlo y no te pierdas ninguno de nuestros episodios. Ahora así comencemos. La hija perfecta parte 11 León y Elena se enfrentan en un duelo final de poder y verdad. El aire entre ellas se tensó como un hilo a punto de romperse. Elena dejó la copa de vino sobre la mesita a su lado con un movimiento calculado, sin apartar los ojos de León, deslizándolos por su figura con una lentitud que no disimulaba su desdén. Mírate, musitó, con esa cadencia dulce que solo hacía que sus palabras se volvieran más hirientes.

Despeinada, con la ropa arrugada y sucia, parece sacada de un callejón. O de un orfanato. El golpe fue certero, más preciso de lo que León estaba dispuesto a itir. El aire se volvió más pesado en su pecho, pero Elena solo inclinó la cabeza con la misma expresión indescifrable de siempre, observándolo con la expectativa tranquila de alguien que disfruta viendo cómo su presa intenta no desmoronarse. León sintió el ardor de la ira subirle por el pecho. No iba a permitirle esto. No esta vez.

—¿Eso es lo único que tienes para decir? —expetó, su voz afilada.

Elena alzó una ceja, casi con decepción. —Te eduqué mejor que esto, Marina.

El nombre golpeó como una aguja envenenada. León apretó los puños, notando cómo Elena observaba cada uno de sus gestos con la misma tranquilidad con la que una maestra reprende a un niño que no ha aprendido la lección. —No uses ese tono de madre ofendida —gruñó.

Elena ignoró la réplica con una gracia insoportable. Con la misma elegancia con la que habría deslizado un billete a un empleado incompetente, sacó una tarjeta de habitación del bolsillo de su chaqueta y la dejó sobre la mesa entre ambas.

Habitación 203. Allí dejé algo de ropa para ti. No me sentaré contigo hasta que te presentes apropiadamente. El roce sutil de la tarjeta contra la mesa resonó más fuerte de lo que debería. León la miró como si fuera un objeto contaminado, algo pequeño pero letal.

—Marta preparó todo —dijo Elena con una media sonrisa, inclinándose apenas hacia adelante, como si estuviera compartiendo un secreto íntimo. El nombre de Marta se deslizó dentro de León como un filo oxidado, desgarrando carne vieja, arrancando memorias atrapadas en su piel.

Las manos firmes, pero cálidas, deslizándose por su cabello con movimientos precisos, las mismas que lo habían sostenido en la bañera, con cuidado, como si con cada gesto buscaran borrar su triste pasado. Los vestidos cuidadosamente dispuestos en la cama, planchados sin una sola arruga. El abrazo suave, cuando aún trataba de entender por qué Elena nunca estaba satisfecha. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Por un instante, en esa sala iluminada con una calidez teatral, León sintió que el pasado lo atrapaba de nuevo, jalándolo de vuelta al lugar del que creía haber escapado. Levantó la vista y se encontró con la mirada de Elena, fija en él, evaluándolo con la misma intensidad con la que siempre lo había hecho, buscando grietas, midiendo su resistencia. León sintió que la sangre le martilleaba en las sienes.

Era un juego. Todo esto era un juego para ella.

¿Crees que puedes jugar conmigo como antes? Elena ladeó la cabeza, su expresión apenas alterada por una sombra de impaciencia. No es un juego, cariño. Es cuestión de estándares.

Acepté tu tonta reunión, pero será bajo mis condiciones. León estaba al borde de estallar.

No era sólo la condescendencia en su tono ni la manera en que pretendía seguir dictando las reglas. Era la certeza de que Elena seguía creyéndose en control. Y, de alguna manera, eso la aterraba más de lo que quería itir. Su mandíbula se tensó, sus dedos presionando la mesa con una fuerza que traicionaba la rabia contenida en su interior.

«Tenemos los documentos», dijo, su voz firme pero afilada por la ira.

Sabemos todo lo que has hecho. ¿A quién has comprado? Estuvimos en la casa de tu padre.

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