
Escalofriante presenta: EL REGRESO DE VAN KEEL, Segunda Parte, por Umbriel Korvo 4x5x22
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Finalmente, el Arqueomante ha arribado a las costas de Noruega para cumplir una venganza de más de doscientos años. Y allí, sin ninguna duda, algo verdaderamente aterrador se encuentra esperándolo. ¡Terroríficos Saludos! 3j4x30
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El retorno de Van Keel, segunda parte, por Umbriel Corvo.
Cualquier testigo casual sin duda se habría sorprendido de notar la veloz barcaza que se aproximaba a la desembocadura del río Altaelba, especialmente por el hecho de que, como tripulante y pasajero a la vez, de alguna manera una sola persona la propulsaba y dirigía.
Allí, erguido en el extremo de la proa, el arqueomante se encontraba con los brazos cruzados y la mirada fija en el medio de su fojado cúmulo de anaranjadas cabañas ribereñas de techos grises enmarcado por un frondoso bosque ártico.
No vio demasiadas personas al desembarcar en la ciudad de Altaelba.
Nadie se le acercó.
La temperatura descendía a medida que avanzaba la tarde.
Van Keel se encaminó hacia las pequeñas viviendas cercanas a la costa, donde descubrió más de aquellos modernos y coloridos vehículos sin caballos que ya había visto en la periferia de Reykjavik.
Se dijo que, sin duda, muchas maravillas técnicas habrían inundado el mundo desde su involuntaria partida en 1816, pero ya habría tiempo de descubrirlas una vez que se cobrara cuentas con Ferrer, al que percibía ya muy cerca.
Un grupo de cuatro personas se estaban aproximando, dos adultos, dos menores, una familia posiblemente.
Todos ellos sonreían, de mejillas sonrosadas, bien abrigados con atuendos coloridos y de textura curiosa.
Uno de los niños le sonrió, Los adultos rieron mirándolos fijamente.
Van Keel notó que, por momentos, sus ojos se ponían estrábicos.
Les había preguntado a qué deidad veneraban.
Inmediatamente sus rostros perdieron todo atisbo de simpatía y se ensombrecieron.
El varón contestó, Hizo restallar sus palmas en el aire.
Súbitamente los ojos de sus interlocutores se volvieron neblinosos, perdiendo todo el color.
El arqueomante les dio la espalda y se alejó en dirección a la alta aguja dorada de una torre no muy alejada.
Halló la catedral enseguida, un diseño en espiral y una muy impresionante torre del campanario.
Realizó una pequeña caminata hasta rodear completamente el patio exterior y luego, al darse cuenta de que innumerables personas de mirada inexpresiva estaban siguiéndolo, se detuvo.
Se acuclilló con agilidad y tocó el suelo con el índice.
Todos los acechantes cayeron bruscamente al suelo, inconscientes, solo por las dudas.
Luego, con paso firme, subió las escalinatas y atravesó los portales de hormigón y titanio de la Norske Kirken, la catedral de la aurora boreal.
Una refulgente estancia abovedada con brillantes tonos en oro y plata, adornos semejantes a centellas verticales rodeando el fondo del altar, donde una imagen del crucificado, de casi cinco metros de altura, refulgía bañado en oro.
No alcanzó a recorrer dos pasos por ese piso recubierto de madera cuando percibió tres figuras casi en el acto, dos a los lados, al final de las butacas, con hábitos blancos, pequeños y delgados, otro de mayor tamaño en el centro del altar, enfundado en el manto propio de un obispo.
¿Va, Vildú? No se molestó en contestar, era perfectamente capaz de reconocer a un plasmoide por su olor a menos de treinta metros.
Caminó resueltamente hacia la escalinata del altar.
El ser de negro avanzó hacia él, percibió que, de pronto, el de la derecha había desaparecido.
Con un movimiento totalmente instintivo, extrajo su cuchillo e hizo un veloz molinete hacia atrás.
El filo del arma se hundió en la sotana, desgarrando la cosa que se escondía por encima.
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