El Empecinado. Episodio 8. La Crueldad de la guerra 625q4b

Más viejo que el escurridizo. Historias de Roa y su alfoz.

Episodio 8. La extrema crueldad de la guerra.

En la nochebuena de 1809, el empecinado está en Moncalvillo, y tiene noticias de que un destacamento de 50 ses está en Mazarulleque.

Decide atacarles en plena celebración del nacimiento del señor.

Dispone el ataque, y en plena brega se percata de que hay más ses de los previstos.

Se trata de 500 jinetes que han llegado al anochecer.

Él dispone de 100 jinetes. El resto de la partida está en Moncalvillo.

No pueden volverse atrás, y en lo más encarnizado del combate aparece una columna sa de 1.000 infantes y 500 caballos.

Han cambiado las tornas. Ahora toca huir.

A duras penas logra salir del pueblo.

El empecinado ha dejado atrás al bachiller don II Antonio Verdugo, al que no le queda otra que rendirse al general Desnassiers, bajo promesa de conservar la vida.

De nada sirvió la promesa. Los prisioneros son enviados a Huete, y allí les ahorcan.

Como no logran apresar al empecinado, el intendente de Guadalajara, don Ramón Salas, le dirige varias misivas para convencerle de que cambie de bando.

El día 14 de febrero de 1810, y tras consultar con sus subalternos, le contesta, reafirmándose en su posición al servicio de España y de su rey Fernando VII.

Detallamos algunos pasajes.

Señor don Ramón Salas, he recibido las dos misivas de vuestra señoría, del 21 de enero y 5 de febrero, que he leído detenidamente, y en su contestación le digo que disfrutábamos de paz en estrecha alianza con la Francia, y hubiera sido más completa con la monarquía tan legítima de nuestro amado el señor don Fernando VII, por su padre y la nación.

Cita que ha perdonado la vida a los generales ses Bellac y schi, y a su plana mayor.

Cita también la ignominiosa prisión a la que se metieron a su madre Lucía X, el asesinato en Huet de su lugarteniente don II Antonio Verdugo, y a los nueve guerrilleros hechos presos en la acción de Mazaruyeque, después de que el general Desmasier prometiera perdonarles la vida si se rendían, mientras que él, pudiendo haber degollado a los prisioneros ses, no lo hizo.

Prosigue.

Bien penetrado vuestra señoría de este preliminar y relación de hechos, ¿podrá dudar que el partido que honestamente sigo no es desesperado, y que de seguirle hasta perder la vida no es una obstinación y sí llenar mis deberes? No puedo morir en ella, y nada más redra el numeroso ejército que viene a ocupar los riscos más escabrosos, ni el feo mote que vilmente me habéis impuesto como capitán de forajidos.

Esta es la gracia a la que aspiro en obsequio de un rey, mi patria y mi religión, y no la del señor José I, a quien no conozco como mi legítimo soberano.

Prosigue la carta con argumentos de un rey.