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Relatos Sexuales Liberales
Cuerpos Viejos Billeteras Gordas.

Cuerpos Viejos Billeteras Gordas. 143v28

18/3/2025 · 24:31
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Relatos Sexuales Liberales

Descripción de Cuerpos Viejos Billeteras Gordas. 6u1s2m

Cuerpos Viejos Billeteras Gordas. Sol y Luciana, dos universitarias pobres de 21 años, que encuentran una forma de ganar unos dolares si quieres y gustas aportar al canal puedes arnos por o el pay pal [email protected] paypal.me/relatossex fuente / autor https://www.todorelatos.com/relato/230343/ 5a29x

Lee el podcast de Cuerpos Viejos Billeteras Gordas.

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Ahora así comencemos.

Cuerpos viejos, billeteras gordas.

Sol y Luciana, dos universitarias pobres de 21 años, que encuentran una forma de ganar unos dólares.

El calor de marzo en Buenos Aires era insoportable y el ventilador de techo del monoambiente compartido de Sol y Luciana zumbaba inútilmente contra la humedad.

Las dos estaban tiradas en el colchón viejo del living, rodeadas de apuntes de la facultad y latas de cerveza vacías.

Sol, de 21 años, morocha de pelo lacio y ojos verdes filosos, revisaba su celular con una sonrisa leve.

Luciana, más reservada, con su piel pálida y rulos rebeldes, fingía leer un libro de sociología mientras la miraba de reojo.

—Che, Sol, dijo Luciana de repente, cerrando el libro con un golpe seco.

—¿Me vas a explicar cómo carajo haces? —Porque no entiendo nada.

Sol levantó la vista, arqueando una ceja.

—¿Hacer qué? —No te hagas la boluda.

Hace dos días apareciste con una bolsa de ropa nueva.

Esa remera de Zara que te pusiste ayer no la pagaste con aire.

Y el fin de pasado trajiste comida de ese lugar de Suchicaro, cuando las dos sabemos que no tenemos un mango.

Nuestros viejos nos mandan lo justo para no morirnos de hambre y vos de repente estás gastando como si tuvieras laburo.

—¿Qué pasa? —Porque es re raro y quiero saber.

Sol soltó una carcajada seca, dejando el celular sobre el colchón.

Se sentó con las piernas cruzadas, mirándola con esa mezcla de picardía y desafío que siempre la hacía parecer más grande de lo que era.

—¿Así que querés saber el secreto, eh? —Bueno, te lo cuento, pero no me vengas con moralinas después, Lu.

Luciana frunció el seño, intrigada a pesar del tono burlón.

—Dale, contame.

—Es fácil, dijo Sol, inclinándose hacia ella como si fuera a revelarle un tesoro.

Hay tipos con plata, mucha plata, que pagan por estar con chicas como nosotras.

Universitarias, jóvenes, lindas.

No tengo trabajo, pero no lo necesito.

Me buscan en un boliche en Palermo, el Golden.

Son maduros, de cincuenta para arriba, con billeteras gordas y ganas de gastar.

Y yo les saco lo que quiero.

Luciana se quedó callada un segundo, procesando.

—¿O sea que vos te acostás con ellos por plata? —No es tan simple, respondió Sol, encogiéndose de hombros.

No soy una prostituta de la calle, Lu.

Es un juego.

Ellos me invitan, yo decido hasta dónde voy.

Y si me dan algo a cambio, mejor.

Mira, este fin de te venís conmigo y lo ves vos misma.

Basta de vivir como ratas, estudiando para un título que no nos va a dar nada.

Nos merecemos más.

Luciana dudó.

La idea le sonaba turbia, pero también tentadora.

El monoambiente olía a humedad, la heladera estaba casi vacía, y las dos dependían de los cien dólares mensuales que les mandaban sus padres desde el interior.

Sol, en cambio, parecía haber encontrado una salida.

—¿Y qué hay que hacer? —preguntó Luciana, con la voz temblándole un poco.

Sol sonrió.

—Primero, prométeme que venís.

Después te cuento mis experiencias, así te calentás un poco y te animás.

Luciana suspiró, atrapada entre el miedo y la curiosidad.

—Bueno, está bien.

—Pero contame todo.

Sol se relamió los labios, lista para soltar el relato.

La primera parte de la historia es la más difícil.

Sol se relamió los labios, lista para soltar el relato.

La primera vez fue hace un año.

Estaba como vos, sin un dólar, viviendo de fideos con manteca.

Una amiga de la facultad me llevó al Golden y me presentó a Ricardo, un tipo de 58, canoso, traje caro, olor a perfume importado.

Me miró como si fuera un manjar y me invitó a un trago.

Al rato estábamos en una mesa apartada.

Me dijo que le volvía loco mi cuerpo, que mis curvas eran un pecado.

Yo le seguí el juego.

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