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Por increíble que nos parezca, las supersticiones aún tienen poder sobre determinados pueblos. Prueba de ello es lo que ocurrió con un cayuco que había salido de Gambia el pasado noviembre y que hizo escala en la senegalesa isla de Bassoul. Allí subieron más personas que pretendían llegar a España. En total había unas doscientas, pero cuatro de ellas no consiguieron alcanzar su destino porque los tripulantes creyeron que eran vampiros, que traían “mala suerte” a la embarcación, y los arrojaron por la borda. Para hablar de este extraño incidente, contaremos con la presencia del psiquiatra forense José Cabrera y del marino Fernando J. García Echegoyen. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/7162 3tb4j
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Esta es la historia, la triste historia del Cayuco 223 bis.
Esa es la numeración que le da la Guardia Civil cuando llega al hierro.
Pero la crónica trágica comenzó unos días antes, en la llamada ruta de la muerte, que parte de Senegal y termina en la pequeña isla Canaria.
Estamos acostumbrados a las informaciones de todo tipo de lo que está pasando, pero esto supera toda ficción.
Iban 207 ocupantes.
Hacia el 30 de octubre existe algo, una desorientación, que hace que se desvíen unas millas de la ruta.
Al parecer, y según han declarado algunos de los testigos ante la comandante de la Guardia Civil, un marabú o alguien que posee el ebú viaja en ese cayuco.
Proviene de Gambia.
Es un brujo, un bokor.
Conoce perfectamente las leyes de la magia negra.
Al parecer, uno de los muchachos, de 23 años, de origen senegalés, ha dicho palabras inconexas, incongruentes.
Lleva un tiempo durmiendo y en ese duermevela parece que habla un idioma incomprensible.
La racionalidad indica que ha sido causa de la deshidratación, de la desorientación y del pánico en ese cayuco que está perdido en mitad de la nada.
Pero el ebú lo tiene claro.
Rápidamente, con el poder de la fuerza de lo mágico y ancestral, hace que los que creen en esa magia se pongan de su parte.
El muchacho es un vampiro, un revenant, un reviniente, que devuelve o tiene un espíritu dentro de un hombre muerto.
Rápidamente, le hieren con el machete y después lo maniatan, dispuestos a entregarlo a los tiburones.
Hay dos personas en ese cayuco 223bis, su hermano y un vecino de su localidad, haciendo este penoso viaje, que tienen la valentía de enfrentarse al ebú, al bokor, al brujo, al que tiene el poder.
Y ellos lo probarán con machetazos y arrojados con una viñeta antigua al fondo del océano.
El resto, los más de 200 tripulantes y viajeros de ese cayuco, no logran abrir la boca.
Han asistido al crimen.
Pero algo poderoso, de Gambia, Senegal o Guinea Bissau, también llegan, no lo duden, los brujos, los que saben del otro lado.
Ni siquiera los patrones de embancación logran sobreponerse a una fuerza muy superior, muy influyente, muy mágica, que lo domina todo, en mitad del océano.
Nosotros tenemos la certeza y creemos la versión de los testigos de que los patrones, las personas que en ese momento se encargaban de la vigilancia del cayuco, les transmitieron que los culpabilizaban y los señalaban como ese espíritu maligno, digamoslo entre comillas, culpable de venir de la embarcación.
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