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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA
El caso del Asesino de la Baraja

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25/5/2025 · 19:05
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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA

Descripción de El caso del Asesino de la Baraja 6d2m33

Madrid, 2003. Una ciudad asediada por la violencia se estremece ante un asesino sin rostro. Con una pistola Tokarev, Alfredo Galán, el Asesino de la Baraja, elige víctimas al azar: un portero, un camarero, una pareja de inmigrantes. Tras un as de copas fortuito, sus crímenes se firman con naipes, alimentando su ego. Seis vidas segadas, tres marcadas para siempre, y una confesión que burló a la policía. 5w4t6r

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Madrid, invierno de 2003. La capital española está sumida en una ola de violencia, con casi un centenar de muertes violentas al año. Pero en medio de este caos, un asesino en serie eleva el terror a un nuevo nivel. Con una pistola y una frialdad que hiela la sangre, elige a sus víctimas al azar. Cada crimen lleva una firma inquietante, cartas de una baraja española. Cada carta es dejada como trofeo. Durante meses, la policía persigue a un fantasma. ¿Qué lleva a un hombre a matar por placer? ¿Cómo se detiene a alguien que actúa sin motivo? Esto es, Crímenes que marcaron España.

Hoy, el caso del asesino de la baraja. Detrás de los hechos, conozcamos las personas clave de este relato. Alfredo Galán, con 24 años en 2003, era un joven de figura desgarbada, alto, rozando el metro noventa, muy delgado, con perilla, el cabello descuidado. Nacido el 5 de abril de 1978 en Puerto Llano, Ciudad Real, creció en un entorno humilde y sombrío, marcado por la muerte prematura de su madre.

Reservado, extraño, pasó por el colegio sin dejar huella. Sus profesores lo recordaban como lento, sus compañeros como el raro de la clase. Tras abandonar los estudios, ingresó en el ejército en 1998, logrando el rango de cabo en la Brigada Acorazada, Regimiento Asturias 31. Enviado a Bosnia, se familiarizó con las armas, aunque nunca destacó por méritos especiales.

En 2002, durante su participación en las labores de limpieza del Prestig en Galicia, algo se quebró. Borracho, robó un coche simplemente para saber qué se sentía. Fue arrestado, y los psiquiatras del Hospital Gomezulla lo diagnosticaron con neurosis y ansiedad, lo que selló su salida del ejército. Alfredo ansiaba sentirse vivo, buscaba intensidad, romper la monotonía de una existencia vacía con algo que lo trascendiera. Pero ese deseo se estrellaba contra un trastorno de personalidad narcisista con rasgos megalómanos, agravado por el alcohol y una medicación que no debía combinarse con él. No quería dinero, ni venganza, ni poder. Quería ser alguien, quería ser recordado, aunque fuera como un monstruo.

Su impulso era puro vacío. Matar por matar, experimentar qué se siente. Así se convirtió en un cazador que elegía víctimas al azar, sin remordimiento, viendo cada disparo como un peldaño hacia la fama. Así ocurrió, crónica de los hechos.

Madrid, invierno de 2003. La capital vive sumida en una marea de violencia. Casi 100 homicidios al año. Cifras que parecen desbordar a una sociedad acostumbrada a mirar hacia otro lado. En medio de este clima, Alfredo Galán, de 24 años, deambula por la ciudad con una angustia sorda clavada en el pecho. Desde su expulsión del ejército el año anterior, su vida se ha vuelto errática.

Diagnóstico de neurosis, ansiedad y alcoholismo. La rutina ya no basta. Alfredo quiere sentir algo, y en su mente toma forma una obsesión, matar. Matar no por odio, ni venganza, sino para saber qué se siente al quitar una vida. Durante una estancia en Bosnia, compra por 400 euros, una pistola Tokarev 7,62 milímetros, de origen yugoslavo. Compacta, potente, implacable. La trae a España escondida en su petate militar, como quien regresa con un trofeo.

No planea un objetivo fijo, sus víctimas serán el azar, lo que el destino ponga frente a él. Lo importante no es quién muere, sino cómo se siente al apretar el gatillo. Galán actúa con método, usa guantes, lleva una pequeña red para recoger los casquillos, evita las cámaras, su pistola dispara munición rara, difícil de rastrear, lo que le da tiempo. En enero de 2003, comienza su cacería. Recorre Madrid en su coche como un turista del horror, sin prisa, esperando que el azar le dé la señal.

El primer crimen. Juan Francisco Ledesma.

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