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La Música del pantano (AUDIOLIBRO) Voz: J.L.Melián
Capítulo 4

Capítulo 4 192j14

2/6/2025 · 18:22
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La Música del pantano (AUDIOLIBRO) Voz: J.L.Melián

Descripción de Capítulo 4 6e6225

Autora: Daria Pietrzak Locución: Jose Luis Melián Cuando Alex encuentra una misteriosa guía de viajes en la trastienda de la vieja librería donde trabaja, no se hace a la idea de hasta qué punto su vida va a cambiar. El libro le descubre el pantano de Kanda, un pequeño paraíso oculto al que Alex de inmediato se siente empujado a viajar. 1t6g2s

Lee el podcast de Capítulo 4

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Capítulo 4 La mañana en la tienda transcurrió en un suspiro, sin una sola interrupción, y cuando quiso darse cuenta, había llegado la hora de comer.

Se escondió en el almacén.

Cerró la puerta tras de sí, a pesar de que el señor Gerbason había salido a comer a su restaurante de costumbre y no regresaría durante la próxima hora.

Desplegó el papel de aluminio en el que había envuelto un bocadillo de jamón en el último momento antes de salir, y que ahora descubría que no le apetecía comer en absoluto, y echó mano de la guía de viajes que le esperaba sobre la mesa.

Pasó una página, pasó la siguiente, y comprendió que el contenido no le interesaba a lo más mínimo.

Se había esforzado, lo había intentado con mucho empeño, pero ninguno de aquellos parajes majestuosos de las fotografías o las ciudades luminosas y repletas de bullicio y color que le tentaban desde sus páginas lograban conmoverlo, o llamar su atención, más que por un breve segundo.

Era una pérdida de tiempo, y con esa decisión tomada, salió del almacén dando largas zancadas para avanzar más deprisa, como si temiera que alguien pudiera interponerse en su camino, adelantarse a sus deseos y arrebatarle el libro.

Sin embargo, la librería estaba cerrada, y él era su único ocupante, y el libro que ansiaba le esperaba acurrucado entre las demás guías de viaje.

En el mismo sitio en el que lo había ocultado el día anterior.

Regresó a su mesa con una mezcla de alivio y felicidad largo tiempo reprimida, y lo abrió por la primera página.

Aquello fue como zambullirse de cabeza en una piscina de aguas cálidas y espesas.

Sintió el roce de las algas sobre su rostro, igual que la primera vez que se bañó en aquella charca, y escuchó el chapoteo del agua, y por encima de él, el sonido musical de la risa de la pequeña, mientras se esforzaba por salpicarle la cara.

Jumbo.

Evocó su nombre en su mente, como si pronunciara las palabras de un hechizo olvidado, y el mundo que le rodeaba vibró a su alrededor.

¡A que no te atreves a saltar desde allí! La pequeña mano de Jumbo señalaba a una gruesa rama que el rayo de una antigua tormenta había partido por la mitad, creando una improvisada pasarela sobre sus cabezas.

Si uno trepaba por su tronco, podía saltar a la charca desde una altura de tres metros, lo que no parecía mucho para Alex, pero para la pequeña Jumbo suponía todo un salto al vacío.

No sé, no parece muy seguro.

La voz de la prudencia se negaba a abandonarle, a pesar de que cada vez la oía más débil, como si una larga distancia se interpusiera entre ellos, una distancia que no hacía más que aumentar.

¡Yo lo he hecho muchas veces! ¡Vamos, no seas cobarde! Alex no supo cómo oponerse, porque en el fondo tenía ganas de hacerlo.

Su sangre había comenzado a hervir con el calor de la aventura, y se sentía intrépido y valiente.

Podía notar cómo las preocupaciones y pensamientos cotidianos abandonaban su cabeza, sustituidos por el sonido del agua salpicando alrededor y el trino de los pájaros.

De pronto se le ocurrió que la voz de esa niña actuaba como un bálsamo para su mente.

Desde que la había oído por primera vez, algo había comenzado a cambiar en su interior, como si esa dulce y osada vocecilla conectara directamente con el Alex que se escondía dentro de él, aquel que no había llegado a salir a la superficie hasta ese momento.

Un Alex que se había agazapado en su interior desde la más tierna infancia y que comenzaba a asomar la nariz poco a poco, deseoso de ver el mundo, de probarlo y de embriagarse con su sabor.

Trepó por el tronco pelado, avanzando primero ahorcajadas por temor a que sus pies mojados resbalaran sobre su lisa superficie, pero enseguida el Alex que esperaba dentro de él se hizo con el control y le obligó a ponerse en pie.

Miró el pantano desde las alturas y sintió que dominaba el mundo entero desde allí.

La charca en la que se bañaba junto a Jambo, el claro con su tienda de campaña al fondo y las islas de tierra y vegetación frondosa que emergían del pantano, como jorobas peludas de animales prehistóricos dormitando en el fondo.

Todo ello salpicado de cipreses de troncos bulbosos que sostenían una bóveda verde por encima de sus cabezas, una cúpula protectora que les separaba del mundo de ahí fuera y les permitía vivir en armonía y en paz, a salvo entre sus brazos.

¿Vas a saltar o tengo que subir a darte un empujón? Miró hacia abajo y perdió el equilibrio.

Se tambaleó sobre el tronco y lo que había imaginado como un grácil salto se convirtió en una caída torpe, tan breve que el chillido agudo que escapó de su garganta se encontró con el agua al mismo tiempo que su cuerpo.

Cayó con la gracia de un muñeco de madera y se estampó.

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