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La extraña desaparición del señor Merino
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Capítulo 3 de la segunda parte. De como a Ricardo también se le li una buena sin comerlo ni beberlo.

Capítulo 3 de la segunda parte. De como a Ricardo también se le li una buena sin comerlo ni beberlo. 6x3i26

28/3/2025 · 12:16
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La extraña desaparición del señor Merino

Descripción de Capítulo 3 de la segunda parte. De como a Ricardo también se le li una buena sin comerlo ni beberlo. 5j3z54

Ismael sospeche que Ricardo está tramando algo contra é, y decide crearle un problema gravísimo para echarlo del pueblo. 5m4vt

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Capítulo 3 De cómo a Ricardo también se le lió una buena sin comerlo ni beberlo.

Pero los meses pasaban, y Ricardo, a pesar de estar muy a gusto con Sandra y con sus padres, que lo trataban como un hijo, lógicamente empezaba a aburrirse otra vez. Así que un día que Sandra y él iban paseando tranquilamente, se volvía a fijar en aquel barracón.

¿Me dijeron que es solo una cafetería? Comentó Ricardo. Yo ya ni me acuerdo, era muy pequeña, pero sí, lo fue.

Quizás no sería mala idea volver a abrirla.

¿Estás loco? ¿Una cafetería aquí? ¿Para qué? Preguntó Sandra extrañada.

Pues para que los vecinos tengamos donde reunirnos. A fin de cuentas, contigo y conmigo ya somos doce, y los ancianos podrían echarse una partida a las cartas o algo así mientras se toman un café. ¿Y quién va a llevarla, tú? Preguntó Sandra con guasa. ¿Por qué no? Contestó él con naturalidad. ¿Pero tú no estabas escribiendo? Sí, sí.

Contestó Ricardo rápidamente. ¿Pero ahí también podría escribir? Pues no, porque los vecinos entrarían, te darían la charla y no te dejarían.

¿No ves que se aburre mucho? Bueno, pues podríamos abrirla solo los fines de semana. Podríamos hacer un bingo. A las personas mayores les gustan esas cosas.

Además, si tu padre me deja la furgoneta, podría ir a las otras aldeas y traer a los que quisieran venir de allí.

¿Ibas a trabajar el fin de semana justo cuando vengo yo? Sandra no hacía más que poner objeciones a aquella idea tan espontánea, pero a Ricardo le parecían razonables.

Así que ya estaba a punto de desistir cuando ella continuó.

Pero la verdad es que a mis padres les vendría muy bien. Se aburre mucho.

Claro, podríamos abrir solo los domingos por la tarde.

Tampoco iba a dar mucho trabajo. Y cuando yo me vaya, a lo mejor hay algún otro joven que se quiera hacer cargo de ella.

Así se acordarán siempre de mí. Les he cogido cariño.

A Sandra ese carácter tan dulce era lo que más le gustaba de Ricardo.

Pero aquel comentario sobre irse la entristeció mucho y preguntó con aire melancólico.

¿Pero cuándo te vas? Pues no lo sé, pero tarde o temprano tendré que irme.

Sandra lo miró con tristeza.

Ricardo le dio un beso y dijo dulcemente.

Tranquila, no tengo ninguna prisa.

Lo hablaremos con calma cuando llegue el momento y buscaremos soluciones a cualquier inconveniente que nos surja. Siempre las hay.

¿Por qué no te afeitas? Preguntó Sandra para cambiar de tema, ya que no quería enfrentarse a aquella conversación hasta que fuera totalmente imprescindible.

Porque hice una promesa.

Prometí que cuando encontrara el amor de mi vida, me dejaría la barba un año.

Ricardo tenía el defecto de que si decía alguna mentirijilla por algún motivo, luego no sabía pararla y la iba engordando sin querer.

Pero a Sandra esas palabras le sonaron aún siquiera delante del altar.

Así que los dos volvieron muy animados a casa de Antonio.

Mientras comían, Sandra comentó la idea de volver a abrir la cafetería.

¿A quién se le ha ocurrido ese disparate? Preguntó Antonio extrañado. ¿A mí? Contestó Ricardo.

¡Ah, muy buena idea! Bromeó entonces Antonio.

Ricardo sonrió y respondió, pues a su hija también le ha gustado.

Bien, contestó Antonio poniéndose serio.

Quizás la idea no esté mal, pero convencer a Ismael no va a ser fácil.

Pero si ponemos un poco de dinero entre todos y se la alquilamos, ¿por qué se va a negar? Eso está cerrado y llenándose de polvo.

Tú pregúntale antes de hacerte ilusiones, que yo lo conozco, es más raro que un perro verde, insistió Antonio.

Eso es verdad, comentó Matilde.

Y dicho y hecho, cuando terminaron de comer, Sandra y Ricardo fueron en busca de Ismael.

Este estaba en la puerta de su casa, hurgando en el motor de su coche con una llave inglesa, y no se percibió de la llegada de ellos hasta que Ricardo le habló.

Buenas tardes.

Ismael se sobresaltó, se volvió y preguntó muy sorprendido.

¿Qué queréis? Me llamo Felipe, dijo Ricardo dando la mano a Ismael, pero este no se la tomó y volvió a preguntar.

¿Qué queréis? Verás, es que estábamos pensando en abrir una cafetería y...

¿Aquí? Interrumpió Ismael más sorprendido.

Sí, contestó Ricardo.

Te la alquilaríamos entre todos...

¡De eso nada! ¿De quién ha sido esa idea tan absurda? Mía, contestó Ricardo.

¿Y tú quién eres? Preguntó Ismael despectivamente.

Me llamo Felipe y soy escritor.

¿Y para qué quiere un escritor una cafetería? Volvió a decir Ismael muy extrañado.

Es para que se entretengan los ancianos.

¡Que se entretengan leyendo tus libros! Dijo Ismael despectivamente otra vez.

Este hombre no es tan tonto como parece, pensó Ricardo.

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