
Descripción de Capítulo 2 6w1147
Mi mejor amigo - Capítulo 2 1o4n3i
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CAPÍTULO 1. CLASE DE HISTORIA.
Al ver la invitación entre la pila de facturas y el correo diario, Chloe McDaniels hizo una mueca. Había estado esperándola, pero eso no hacía que su reacción fuese menos visceral.
Los alumnos del Instituto Tillman, clase de 2001, iban a celebrar su décima reunión.
Chloe no tenía buenos recuerdos del Instituto de Nueva Jersey. De hecho, se había pasado los cuatro años escondida en los servicios o en el cuarto de la limpieza para evitar a la trinidad diabólica, Natasha Bradford, Faye Tellerman y Tamara Kingsley. Las conocía desde el colegio y nunca habían sido amigas aunque tampoco enemigas, hasta que durante el primer año de instituto, y por razones que nunca habían estado claras del todo para Chloe, se había convertido en el objetivo de sus burlas. Literalmente. Durante el primer día de instituto, habían conseguido colgarle un cartelito en la espalda que decía, «Dame una patada». Fue la última vez que Chloe aceptó una amistosa palmadita en la espalda sin echar un vistazo después.
Una broma cruel no precisamente original, pero sí efectiva porque había tenido que soportar suficientes patadas en el trasero como para sentirse una pelota de fútbol. Luego, entre la tercera clase y el almuerzo, había aparecido Simon Ford. «No creo que debas llevar esto», le dijo simplemente mientras le quitaba el cartelito.
Simon era así un chico de pocas palabras. El bueno de Simon, que siempre la había protegido. Habían sido amigos y vecinos en Nueva Jersey desde que eran pequeños y su amistad jamás se había roto. Pensando en él, Chloe levantó el teléfono, pero era viernes y seguramente habría salido con su novia, Sarah. No le gustaba nada Sarah.
La delgada rubia de largas piernas era demasiado perfecta. Chloe miró de nuevo la invitación.
La perfecta Sarah nunca se encontraría en esa situación. La perfecta Sarah habría sido la reina del baile de graduación en el instituto. Al contrario que ella, cuyo único reconocimiento había sido el pelo más rizado o la más pecosa. Sí, claro, como que eso era lo que una chica quería recordar. El instinto le decía que hiciese una bola con la invitación y la tirase a la basura, pero el corazón le decía algo muy diferente. Le decía que saquéis el helado de chocolate con menta del congelador. Con su nueva dieta en mente, Chloe decidió hacerle caso a su instinto. Más o menos.
Insultó a la invitación, usando todos los epítetos que conocía, antes de tirarla a la papelera y luego encendió el ordenador para descargarse una receta de su programa de cocina favorito, la comida casera de Sushi Kai. Si garantizaba que las arterias se atascasen y contribuía a una enfermedad cardiovascular, Sushi Kai tenía la receta. La selección de esa noche era un buen ejemplo.
Macarrones con cuatro clases de quesos diferentes. Con tanta mantequilla y tantas calorías que Chloe casi podría jurar que le apretaba el pantalón sólo con leer los ingredientes. Y considerando que había aumentado una talla en los últimos meses, eso no podía ser. Llevaba un chándal con el que no hacía ejercicio, pero que reservaba para los días en los que se sentía particularmente hinchada.
Y aquel era uno de esos días. Si le ponían unos cables, podría flotar sobre la sexta avenida de Nueva York, como uno de esos globos aerostáticos que usaban en los desfiles del Día de Acción de Gracias. Aunque eso no impidió que hiciera los macarrones. El vino con el que regó la cena fue el toque final. Había estado guardando la cara botella de Cabernet Sauvignon para una ocasión especial. Acuella no era una ocasión especial, pero tres copas más tarde le daba lo mismo.
Chloe apartó la botella y se levantó para encender el estéreo. Música, eso era lo que necesitaba.
Algo con ritmo, algo que pudiera bailar con abandono y tal vez librarse de unas cuantas calorías en el proceso. Y eligió. Selindion. Mientras sonaba una triste balada detrás de otra, su fuerza de voluntad se marchitó como la planta de albahaca que tenía en el alféizar de la ventana de la cocina. De nuevo murmurando epítetos en varios idiomas, esta vez dirigidos a sí misma, Chloe sacó la invitación arrugada de la papelera. Cuando sonó el teléfono, seguía sentada en el suelo de la cocina, intentando alisarla. Era Simon.
Hola, Chloe. ¿Qué haces? Si hubiera sido cualquier otra persona, su hermana Franny, por ejemplo, Chloe habría inventado alguna razón para estar sola en casa un viernes por la noche.
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