
Descripción de El camino de los reyes 7 5h2s4x
El camino de los reyes es una novela de fantasía épica escrita por el autor estadounidense Brandon Sanderson y el primer libro de la saga El archivo de las tormentas.2 La novela fue publicada el 31 de agosto de 2010 por Tor Books.3 El Camino de los Reyes consta de un preludio, un prólogo, 75 capítulos, un epílogo y 9 interludios.4 Le siguieron Palabras Radiantes en 2014,5 Juramentada en 20176 y El Ritmo de la Guerra7 en 2020. Está previsto que se publique una edición encuadernada en piel en 2021.8 En 2011, ganó el premio David Gemmel Legend Award a mejor novela.9 El audiolibro está íntegramente narrado por Michael Kramer y Kate Reading. 5i2im
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
73. Confianza. El frío clima primaveral tal vez había vuelto por fin al verano. Todavía hacía frío por las noches, pero no resultaba incómodo. Kaladin contemplaba las llanuras quebradas desde el terreno de reunión de Dalinar Kolin. Desde la traición, el rescate y el cumplimiento de la promesa de Kolin, Kaladin se sentía nervioso. Libertad. Comprada con una hoja esquirlada. Parecía imposible.
La experiencia de toda su vida le enseñaba a esperar una trampa. Tenía las manos unidas a la espalda. Syl estaba sentada sobre su hombro. «¿Me atrevo a confiar en él?» preguntó en voz baja. «Es un buen hombre», dijo Syl. «Lo he observado, a pesar de esa cosa que llevaba». «¿Esa cosa?» «La hoja esquirlada». «¿Qué te importa?» «No lo sé», dijo ella abrazándose. «Me parece mal. La odio. Me alegro de que se deshiciera de ella.
Eso lo convierte en un hombre mejor». Nómon, la luna media, empezó a salir. Brillante y celeste bañaba el horizonte de luz. En alguna parte, al otro lado de las llanuras, estaba el portador Parshendi con el que había luchado Kaladin. Había apuñalado al hombre en la espalda desde atrás. Los Parshendi que los miraban no interfirieron con el duelo y habían evitado atacar a los hombres de los puentes heridos.
Pero Kaladin atacó a uno de sus campeones desde la posición más cobarde posible. Le molestaba lo que había hecho y eso lo llenaba de frustración. Un guerrero no podía preocuparse de a quién atacaba o cómo. La supervivencia era la única regla en el campo de batalla. Bueno, la supervivencia y la lealtad. Y él a veces dejaba vivir a los enemigos heridos si no eran una amenaza.
Y salvaba a los soldados jóvenes que necesitaban protección. Y nunca había sido bueno haciendo lo que debería hacer un guerrero. Hoy había salvado a un alto príncipe, otro ojos claros, y junto a él a miles de soldados. Matando Parshendi.
—¿Se puede matar para proteger? —preguntó en voz alta. —¿No sería contradictorio? —Yo no lo sé. Actuaste de forma extraña en la batalla, revoloteando a mi alrededor. Después de eso te marchaste. No te vi mucho.
—La matanza —dijo ella en voz baja. —Me dolía. Tuve que irme.
—Eres tú quien me instó a salvar a Dalinar. Querías que regresara y matara.
—Lo sé. Tev dijo que los Radiantes se ceñían a un baremo. Dijo Kaladin. Dijo que, según sus reglas, no deberías hacer cosas terribles para conseguir otras grandes. Sin embargo, ¿qué hice yo hoy? Matar Parshendi para salvar a Lezi. ¿Y qué? No son inocentes, pero nosotros tampoco. Ni por una leve brisa ni por un viento de tormenta.
—Syl no respondió. —Si no hubiera ido a salvar a los hombres de Dalinar —dijo Kaladin—, habría permitido que Sadeas cometiera una traición terrible. Habría dejado morir a hombres a quienes podría haber salvado. Me habría sentido asqueado y disgustado conmigo mismo.
También perdí a tres buenos hombres que estaban a un paso de la libertad. ¿Merece eso la vida de los otros? —No tengo respuestas, Kaladin. —¿Las tiene alguien? Sonaron pasos desde atrás.
Syl se volvió. —Es él. —La luna acababa de salir. Dalinar-Kolin, según parecía, era un hombre puntual. Se detuvo junto a Kaladin. Llevaba un bulto bajo el brazo y tenía un aire militar incluso sin su armadura esquirlada. De hecho, era más impresionante sin ella.
Su constitución musculosa indicaba que no se fiaba de su armadura para conseguir fuerza, y el uniforme recién planchado indicaba a un hombre que comprendía que sus hombres se sentían inspirados cuando su líder parecía cumplir con su papel. —Otros han parecido igual de nobles —pensó Kaladin—, pero ¿cambiaría cualquier hombre una hoja esquirlada sólo por guardar las apariencias? Y si lo hacía, ¿en qué punto la apariencia se volvía realidad? —Lamento que tengas que reunirte tan tarde conmigo —dijo Dalinar—. Sé que ha sido un día largo. Dudo que hubiera podido dormir de todas formas. Dalinar gruñó suavemente como si comprendiera. —¿Han atendido a tus hombres? —Sí, bastante bien, por cierto. Gracias.
Los hombres de los puentes habían sido instalados en barracones vacíos y habían recibido atención médica de los mejores cirujanos de Dalinar. La habían recibido antes incluso que oficiales ojos claros heridos. Los otros hombres de los puentes, los que no pertenecían al Puente 4, habían aceptado sin más y de modo inmediato a Kaladin.
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