
Descripción de El camino de los reyes 6 2p4824
El camino de los reyes es una novela de fantasía épica escrita por el autor estadounidense Brandon Sanderson y el primer libro de la saga El archivo de las tormentas.2 La novela fue publicada el 31 de agosto de 2010 por Tor Books.3 El Camino de los Reyes consta de un preludio, un prólogo, 75 capítulos, un epílogo y 9 interludios.4 Le siguieron Palabras Radiantes en 2014,5 Juramentada en 20176 y El Ritmo de la Guerra7 en 2020. Está previsto que se publique una edición encuadernada en piel en 2021.8 En 2011, ganó el premio David Gemmel Legend Award a mejor novela.9 El audiolibro está íntegramente narrado por Michael Kramer y Kate Reading. 5i2im
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
—Deberías alegrarte de estar usando mis puentes, viejo amigo.
Sadeas se hizo pantalla con una mano enguantada.
—Esos abismos puede que sean demasiado grandes para que los salte un portador de esquirlada.
Dalin anasintió. La torre era formidable. Ni siquiera su enorme tamaño en los mapas le hacía justicia. Al contrario que otras mesetas, no era llana, sino que tenía la forma de una enorme cuña que ascendía hacia el oeste, apuntando a un gran acantilado que asomaba en dirección a las tormentas. Era demasiado empinada y los abismos demasiado anchos para acercarse desde el este y desde el sur.
Solo tres mesetas adyacentes podían proporcionar espacio adecuado para atacar, por el lado oeste o por el noroeste. Los abismos entre esas mesetas eran inusitadamente grandes, casi demasiado anchos para los puentes. En las mesetas cercanas se congregaban miles y miles de soldados de azul o verde, un color por meseta. Combinados, componían la fuerza más grande que Dalinar había visto emplear jamás contra los Parshendi. El número de Parshendi era tan grande como habían esperado.
Había al menos diez mil de ellos alineados. Esto sería una batalla a gran escala, de las que Dalinar había estado esperando. La que enfrentaría a gran número de soldados aleci contra un gran número de Parshendi. Esto podría ser lo que esperaba. El punto de inflexión en la guerra. Si vencían hoy, todo cambiaría.
Dalinar se protegió también los ojos con la mano, el yelmo bajo el brazo. Advirtió con satisfacción que los equipos de oteadores de Sadeas cruzaban hacia las mesetas adyacentes desde donde podrían vigilar los refuerzos Parshendi. Que los Parshendi hubieran traído tantos hombres al principio no significaba que no hubiera otras fuerzas esperando atacarlos por el flanco. Dalinar y Sadeas no se dejarían tomar de nuevo por sorpresa.
«Ven conmigo», dijo Sadeas. «Ataquemos juntos. Una gran oleada conjunta, por los cuarenta puentes». Dalinar contempló las cuadrillas de los puentes.
Muchos de sus hombres yacían exhaustos en la meseta, esperando, probablemente temiendo, su siguiente tarea. Muy pocos de ellos llevaban las armaduras de las que había hablado Sadeas.
Muchos de ellos serían masacrados en el asalto si atacaban juntos. ¿Pero era diferente de lo que hacía Dalinar cuando pedía a sus hombres que se lanzaran a la batalla para apoderarse de la meseta? ¿No formaban todos parte del mismo ejército? Las grietas. No podía permitir que se hicieran más grandes. Si iba a continuar con Nabani tenía que demostrarse a sí mismo que podía permanecer firme en las otras áreas.
«No», dijo. «Atacaré, pero solo después de que hayas fijado un punto de desembarco para mis cuadrillas. Incluso eso es más de lo que debería permitir. Nunca obligues a tus hombres a hacer lo que tú mismo no harías». «¿Pero si tú atacas a los Parchendi? Nunca lo haría cargando uno de esos puentes», dijo Dalinar. «Lo siento, viejo amigo. No es que te juzgue mal. Es lo que debo hacer». Sadeas sacudió la cabeza y se puso el casco.
«Bueno, tendrá que valer. ¿Seguimos cenando juntos esta noche para discutir la estrategia?» «Supongo que sí. A menos que Elhokar se enfade porque los dos faltamos a su banquete».
Sadeas bufó. «Va a tener que acostumbrarse. Seis años de banquetes cada noche se vuelven aburridos. Además, dudo que sienta otra cosa sino alegría después de que ganemos hoy y reduzcamos a los Parchendi a un tercio de sus soldados. Te veré en el campo de batalla».
Dalinar asintió y Sadeas saltó de la formación rocosa a la planicie para reunirse con sus oficiales. Dalinar esperó, contemplando la torre. No sólo era más grande que la mayoría de las mesetas, sino que también era más dura, cubierta de abultadas formaciones rocosas de creme endurecido.
Los patrones eran redondeados y lisos, pero muy irregulares, como un campo lleno de muretes cubiertos por una capa de nieve. La punta suroriental de la meseta se alzaba hasta un punto en que se asomaba a las llanuras. Las dos mesetas que utilizarían estaban en el centro del lado occidental. Sadeas se encargaría de la parte norte y Dalinar atacaría desde abajo, cuando Sadeas les hubiera despejado el punto de llegada. «Tenemos que empujar a los Parchendi hacia el sureste y acorralarlos allí», pensó Dalinar frotándose la parvilla. Todo dependía de eso. La crisálida estaba cerca de la cima, así que los Parchendi estaban ya situados en buena posición para que Dalinar y Sadeas los empujaran contra el borde del precipicio. Los Parchendi probablemente lo permitirían, ya que les daría el terreno elevado. Si llegaba un segundo
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