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Angeles caidos o Dioeses rebeldes 5ª parte - Los Adanitas y la reflexión final 196r
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Hemos recorrido juntos una historia silenciada, una que no figura en los manuales ni se predica desde los púlpitos. Hoy llegamos al final del camino… o tal vez al principio de todo. Porque lo que empezó como una caída en los cielos, una rebelión entre ángeles, una historia susurrada entre sombras y ruinas, ha terminado revelando algo mucho más cercano, más inquietante, más humano. Hemos hablado de los Nephilim, esos gigantes nacidos del cruce entre los hijos del cielo y las hijas de la tierra; de los Elohim, aquellos “dioses” en plural que aparecen en los textos sagrados mucho antes de que nos hablaran de un solo creador. Hemos descendido con los ángeles caídos, aquellos que eligieron romper el orden por amor, por deseo o por compasión. Y nos adentramos en la gran grieta: la rebelión de Lucifer, no como símbolo del mal absoluto, sino como figura trágica de la desobediencia luminosa. A lo largo de estos cuatro capítulos, lo que se nos ha mostrado no es sólo una historia alternativa, sino una memoria enterrada bajo siglos de dogma, fuego y miedo. Hemos visto cómo se construyó un relato único y domesticado, cómo se impuso el silencio, cómo se tacharon los nombres, se ocultaron las ruinas, se destruyeron los textos y se ridiculizó todo aquello que no encajaba en el guion del poder. Hemos tocado el filo de una verdad incómoda: que tal vez, los caídos no fueron los malos… y que tal vez, nosotros también fuimos expulsados de algo que aún no recordamos del todo. Hoy, antes de reflexionar sobre todo lo vivido en estos cuatro capítulos, hablaremos de la ultima caída. No mas antigua pero si mas profunda y cercana. No ocurrió en los cielos, sino aquí, en esta tierra, en este cuerpo, en esta carne que aún recuerda. Porque mientras unos descendían por elección, otros eran expulsados por decreto. Y en medio de aquel jardín cerrado, el conocimiento también fue prohibido, y el despertar castigado. Hablamos de los primeros desterrados, los primeros portadores de conciencia, los que fueron arrojados del Edén no por odio… sino por atreverse a ver. Adán y Eva. Los otros caídos. Los que no bajaron desde el cielo, sino que cayeron desde dentro. Y tal vez, solo tal vez, su exilio fue el principio de nuestro verdadero camino. 6t551g
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Sumérgete en un viaje a través del tiempo y el espacio, donde desentrañamos los enigmas que la historia ha dejado atrás, desde misteriosos eventos y lugares olvidados hasta personajes envueltos en leyendas y secretos prohibidos.
Acompaña a Eloy López en Los Misterios de la Historia, donde cada episodio revela un nuevo fragmento del enigma universal.
Siempre nos contaron que hubo una única caída, la de los ángeles rebeldes, la de Lucifer, la de los vigilantes que descendieron por deseo, por amor o por insubordinación.
Pero hubo otra, más sutil y más humana, mucho más profunda, la caída de los primeros seres conscientes de carne y sangre, con cuerpo y deseo, con hambre de saber, Adán y Eva.
No fueron arrastrados al abismo, fueron expulsados de un lugar que parecía perfecto, un jardín, un paraíso, un hogar donde todo era dado pero donde nada era conocido.
Allí vivían bajo la tutela de un dios que les prohibía el a lo más sagrado, el conocimiento del bien y del mal, es decir, la conciencia.
El Edén no era un paraíso, sino una prisión de ignorancia decorada con árboles frutales y leones vegetarianos.
No había enfermedad, pero tampoco había evolución.
No había pecado, pero tampoco libre albedrío.
No había muerte, pero tampoco nacimiento verdadero.
Hasta que llegó ella, Eva, esa figura tantas veces vilipendiada, vivía en símbolo del error y del deseo desmedido.
Pero, ¿y si no fue la culpable? ¿Y si fue la iniciadora? Porque Eva no cayó, Eva eligió.
Tomó del fruto no porque quisiera ofender a Dios, sino porque quería ver, quería saber, despertar.
Y ese acto, ese gesto mínimo, se convirtió en el punto de ruptura del relato oficial.
La serpiente no la engañó, la despertó.
Le mostró que el árbol prohibido no era trampa, sino puente, que el conocimiento vetado no era veneno, sino fuego.
Y cuando Adán, aún dormido, mordió también, todo cambió.
Entonces llegó la voz, el trueno, el castigo, el destierro.
Y aquí viene la pregunta que retumba como trueno silencioso.
¿De qué Dios huyeron realmente? ¿Fue el Dios único y supremo o un falso creador? ¿Un imitador? ¿Un guardián del Edén que no quería que sus criaturas se convirtieran en algo más? Porque si analizamos el relato bíblico al pie de la letra, el Dios que expulsa no es el mismo que ama, es celoso, posesivo y tiene miedo.
Él dice, Ahora el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal.
¿Uno de nosotros?
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